miércoles, 25 de diciembre de 2013

HETERÓNIMOS EPÓNIMOS en la narrativa reciente de Feliciano Padilla


HETERÓNIMOS EPÓNIMOS
en la narrativa reciente de Feliciano Padilla




                                                        darwin bedoya



No sé quién soy, qué alma tengo. Cuando hablo con sinceridad no sé con qué sinceridad hablo. Soy diversamente otro que un yo que no sé si existe (si es los otros). Siento creencias que no tengo. Me arroban ansias que repudio. Mi perpetua atención sobre mí perpetuamente me apunta traiciones de alma a un carácter que tal vez no tenga, ni ella crea que tengo. Me siento múltiple. Soy como una habitación con numerosos espejos fantásticos que tuercen hacia reflejos falsos una única anterior realidad que no está en ninguno y está en todos. Como el panteísta se siente árbol o incluso flor, yo me siento varios seres. Me siento vivir vidas ajenas, en mí, incompletamente, como si mi ser participase de todos los hombres, incompletamente de cada uno, mediante una suma de no-yos sintetizados en un yo postizo.

Fernando Pessoa, Teoría poética, 1985



0.- LA ESCRITURA:
Refiriéndose a la creación literaria, Wilde señalaba que dos eran las claves de la creación literaria: la niñez del escritor y el mundo de sus sueños. Si bien es cierto, hay una intrínseca afinidad entre el sueño y la escritura literaria, correlación que surge a cada instante, ya sea que se trate de imágenes oníricas o de imágenes poéticas. Si el Sueño y la Muerte eran hermanos en la antigua tradición helénica, hoy podríamos decir que no ha cesado este parentesco, y es que en el imaginario desarrollado a través de la línea realista-imaginista-simbolista-surrealista, sigue dándose la ficcionalidad, pues donde el sueño y la imaginación del escritor convergen como hermanos y como una unidad —no solo porque están animados por una lógica semejante y porque se nutren el uno del otro—, sino también porque ambos constituyen una preparación para el destino último del hombre: la muerte.
Somos conocedores que el sueño y la vigilia se presentan muy a menudo en la literatura contemporánea, y la obra de Feliciano Padilla no está libre de esto, ya que estos dos elementos los podemos encontrar como mundos yuxtapuestos; pero nacidos de una transformación alquímica de los materiales existenciales en los libros de este escritor. En segundo lugar, el sueño remite a lo infernal, en términos míticos al mundo de Hades y Perséfone, es decir a la muerte. En tercer lugar, precisamente porque el Hades no es solamente el mundo que aniquila sino también la sede de una inteligencia incomparable, es fundamental llegar hasta esa inteligencia escondida y dialogar con ella. Finalmente, la sumisión inerme a ese mundo contiene un peligro en acecho, que es el del abandono suicida, el de la fascinación destructiva de la muerte, es desde esta visión que contemplaré los heterónimos epónimos en Diez cuentos de un verano inolvidable (Grupo editorial Hijos de la lluvia, 78pp. 2013) de Feliciano Padilla.

Feliciano Padilla

I.- LOS HETERÓNIMOS EPÓNIMOS:
La heteronimia o las máscaras han sido utilizadas desde épocas remotas y en todas las culturas, ya sea con un sentido ritual-religioso, en actos guerreros o con fines de carácter dramático. Se tiene conocimiento de ellas desde el periodo paleolítico y su finalidad ha sido la misma: cubrir, velar y disfrazar la cara; proteger, transformar y conferir otra identidad a quien la porte. Ha sido creencia antigua que el hombre que viste una máscara es poseído por el espíritu que la habita o representa. Incluso, en la actualidad hay culturas que mantienen el dogma de que algunas caretas poseen grandes poderes y que son peligrosas si no se tratan con los ritos adecuados. Es usual que al escribir el autor realice con tinta cosas que de cotidiano no diría o haría. En la escritura, el autor se desdobla en «otro» que ya no es él mismo, sino un «otro» imaginario: una prolongación ficticia del «yo», distinto al «yo» histórico que siente y piensa de manera personalísima. Lo plasmado en el texto puede o no corresponder fielmente a los sentimientos individuales del escritor, pues éste tiene la facultad de tomar la palabra no sólo para hablar por sí mismo, sino también para decir de lo que acontece dentro y fuera de él y, finalmente, plasmar inquietudes tanto individuales como generales. La escritura es un medio de despersonalización.
Escribir permite al autor de carne y hueso entrar en un proceso ficcional que lo separa de la realidad: sus anécdotas contendrán dosis de imaginación y su figura personal se diluirá dando paso a otro «yo» que no es él, por lo que podrá encarnar un sinnúmero de posibilidades e, incluso, hacer un personaje de sí mismo. La «posesa», el «doble», la despersonalización y la proyección de lo que no se es de manera revelada, perfilan una estética que desemboca en la heteronimia: procedimiento creativo alterno que es utilizado por el escritor para, entre otros, despojarse de sí y liberar sus inquietudes, a través de la invención de «personajes vivos» que dirán, con un estilo propio y ajeno, pensamientos que en su nombre no expresarían. La heteronimia es un recurso poético de fingimiento y enmascaramiento, es un disfraz y una apuesta de creación que convoca a un juego laberíntico de personalidades. La heteronimia es una postura, una simulación, una apariencia; otra forma técnico-estilística para representar realidades y sensaciones.
La estética de la heteronimia aparenta la ocultación del autor conocido, para abrir un supuesto que dé cabida a la manifestación de otras fracciones de la personalidad que componen su identidad. En términos literarios, la heteronimia puede ser vista como un tipo de metaliteratura, al ser una superposición de expresiones literarias que giran en torno a la redundancia de la ficción y que está cobijada por una autoría apócrifa. Creo que en Padilla la heteronimia significa un acto escriturario que se reduce a una técnica, un mecanismo, un instrumento creativo. Asimilada la práctica apócrifa, su aplicación se ajusta perfectamente a la obsesión que tiene por mostrar su rostro con otro rostro mediante la escritura. Su heteronimia no es una necesidad vital, como la propia escritura, ni tampoco un canal para seguir vigente, es un medio estético que le permite transfigurar la presentación de su idiolecto.

II.- EL ENMASCARAMIENTO:
Cinco libros de narrativa y un poemario bilingüe constituyen hasta la fecha, el itinerario creativo-escriturario de Feliciano Padilla (Abancay, 1947). El primer libro La estepa calcinada fue publicado en 1980, luego se vino una sucesión de libros que no hicieron otra cosa que corroborar el proceso formativo del escritor y, más que su consolidación, su logro expresivo y estilístico coronados de un acento propio. Si bien es cierto, en su obra, sobre todo, hay un placer estético por revisitar las cosas del mundo andino que, ayudado por el mismo placer de las palabras y muy frecuentemente por la ironía y un espectro vastísimo de imágenes poéticas combinadas con un espíritu de desasosiego, hace de su narrativa (todos sus textos anteriores) un camino sinuoso y deslumbrante que tiene no poco de sus orígenes en la obra de Rulfo y Arguedas.
El fenómeno heteronímico en este reciente libro de Padilla (debo anotar que esta es una heteronimia inversa, de autor hacia personaje, no de su autor a otro autor), puede ser visto como una forma, es decir parte de un estilo. El estilo reside en la sensibilidad con la que cada escritor crea, y ese espacio donde reside es siempre una individualidad única, sea esta individualidad el alma del escritor o poeta. No solamente es una cuestión de estilo lo que gira en torno al fenómeno heteronímico. En Diez cuentos de un verano inolvidable es considerado como un «yo» notorio para su mayor claridad expresiva-teórica. Aquí podemos ver al fenómeno heteronímico como una forma de facilitarnos la indagación que se pueda hacer de la obra Padilleana, pero también como un mecanismo para que el autor pueda expresar interioridades a través de otros rostros, otros nombres que al final son él mismo. Es así que la herramienta heteronímica funciona como canal de expresión literaria, en este caso narrativa. De no ser así, cada heterónimo necesariamente tendría que ser considerado como un autor, con todo lo que implica esa palabra.
Tal parece ser que el mejor heterónimo epónimo es Mariano Villafuerte. Personaje que en Diez cuentos de un verano inolvidable representa la niñez (Eres bueno para nada), la juventud (Aquel examen desastroso) y la adultez (Bajo el jazmín chino, Crónica de un amor secreto) de Feliciano Padilla. Es decir nos encontramos con una sucesión de escenas en las que hay un personaje que aparte de ser el hilo conductor, también celebra una magnificencia de lo que el autor como tal no podría hacer ni decir; entonces usa la máscara heteronímica. Tal vez esto sea muy recurrente en la narrativa y especialmente en la poesía; sin embargo, hay algo que hace que esto sea singular en este libro, y es que Padilla escribe estos cuentos llegando a las fronteras de ceniza, en el camino donde las luces empiezan a opacarse y el clima es frígido y, especialmente, donde muchas cosas para la vida dejan de ser las mismas. Tal es el grado de percepción de la finitud que uno de los heterónimos llega a decir: Al final, si de todas maneras me lleva la muerte, no se llevará gran cosa. (Eres bueno para nada, pp. 43).
Esto supone que en Diez cuentos de un verano inolvidable se pretende trasladar este enmascaramiento al juego literario de la heteronimia. Este enmascaramiento se da no desde la perspectiva de autor, sino desde los personajes que representan al autor, pero de manera muy notoria. Diremos entonces que estas formas heteronímicas alcanzan una nueva modalidad de cubrir un rostro con ayuda de personajes. Si se contempla que cada uno de los heterónimos pretende contener, imitándolas, las determinantes de la individualidad, ninguno de ellos mantiene una verdadera autonomía, pero sí una estilística y una temática.
A final de cuentas, en Diez cuentos de un verano inolvidable la constitución de cada heterónimo y del mismo narrador ortónimo depende, en última instancia, de los determinantes externos que impone el mundo, realidad concreta o caos abstracto. El heterónimo será, en Diez cuentos de un verano inolvidable, un personaje literario que aparenta ser una realidad muy cercana a la imagen abstracta, independiente del autor, pero dependiente tanto de la voluntad creativa del escritor, como de las circunstancias externas que rigen la realidad en la que se gesta. El heterónimo no puede ser por sí mismo, dado que no responde a su voluntad sino a la voluntad de la pluma que lo escribe y dibuja.
En Padilla, la heteronimia es un instrumento de defensa ante su imposibilidad para avenirse en determinadas circunstancias narrativas: la heteronimia podría tomarse como una especie de salvavidas al que se aferra para sobreponer los obstáculos y los avatares de la realidad concreta. El fenómeno heteronímico podría ser considerado como una lucha contra un desasosiego interno, un aislamiento que, paradójicamente, hace de la soledad su arma fundamental: mediante el cultivo de su soledad Padilla intenta romper su aislamiento y logra erigir su narrativa como punto de quiebre.

III.- LA FASCINACIÓN DESTRUCTIVA DE LA MUERTE:
Foucault se refería al desfallecimiento como la contención de todos los males del hombre, que los dioses enviaban a los héroes mediante el poder de la palabra. Las deidades habrían hecho llegar a los mortales el incontable número de las desgracias para que las padecieran, pero también para que las contasen a lo ancho y largo de esa infinitud del lenguaje. A través de éste, tal sufrimiento se desenvolvería, infinitamente, por la extensión laberíntica de la palabra y por el choque inacabable de sus repeticiones. La muerte, por tanto, habitaría como promesa, como padecimiento último, en los intersticios del verbo, y sin embargo, y a manera de réplica, los hombres tendrían esa capacidad de corear aquellos mismos males sosteniendo el habla y distrayendo a la muerte en la infinidad de sus palabras.
El lenguaje, como un cuerpo repetido que, por medio de esa repetición, hace posible la literatura, no dejaría de dar noticia de esa muerte que cuenta mientras se escribe, que aplaza a través de una escritura afanada en distanciar aquello que nombra. La muerte no puede entrar en el cuerpo entero del escritor. Es por ello que la estrategia narrativa de Padilla consiste en regresar a la memoria y desde allí visualizar y visualizarse en perspectiva, con las posibilidades y las limitaciones —con la sensibilidad y la selectividad— propias de una representación heteronímica: propias del gesto de volver a presentar algo o de traer algo hasta el presente.
De ahí que lo tácito, lo imborrable, lo paradójico, lo latente y lo irónico tengan lugar en este conjunto de relatos que se pronuncian sin vacilación y que callan sin remordimiento; de ahí que el autor sea un personaje entre tantos otros en esta fidedigna puesta en escena de un pasado inmediato. Y pueda ser también por ello que estos personajes gocen de cierta fortuna porque determinadas circunstancias causan un quiebre en la infernal vida de recuperación del autor, pero también porque aunque estaban en la memoria, preferían seguir allí que emprender el camino del olvido. Son personajes epónimos a la vez identificados, pero también son todos un mismo nombre, un único hombre, porque ante la amenaza de un adiós, la memoria retorna. Padilla sabe cuidar finamente sus mecanismos narrativos, el lenguaje, especialmente, sabe arriesgar con la peligrosa imbricación de ciertos rasgos decididamente realistas, por eso sus textos capturan la atención desde el principio y se mantienen hasta el final.

IV.- UN OTOÑO INEVITABLE:
La original riqueza de la narrativa de Feliciano Padilla no surge solamente por contraste con el indigenismo predominante en el Puno de los años cincuenta y sesenta, sino que incluso trasciende la coyuntura temporal. Aunque se nutre de materiales autobiográficos (motivos heteronímicos-epónimos), su escritura excede lo anecdótico, provocando un extrañamiento —diferente al del género fantástico— cuya singularidad, antes que de sus temas o motivos, proviene de específicas operaciones formales y de un nivel figurativo más cercano al lenguaje poético. Su obra se nos revela como la búsqueda desvelada de abordar una realidad más auténtica y profunda que la que nos propone el sentido común, los estereotipos o las convenciones. Esta es una colección de historias hábilmente construida, aunque su carácter lineal y moderado privará al lector de algunos relieves, cambios de ritmo o sorpresas narrativas eficaces. El libro es, sin embargo, un gran retrato de la superación de una menoscabada situación física-emocional, y ahí aparece uno de los mejores ingredientes de la obra: el redescubrimiento de uno mismo, entre líneas, de un fino perfil idílico, una aguda ironía y una complaciente melancolía, donde todo apuntaba, inicialmente, a un texto tan serio y solemne como el modo de ser del protagonista. Desliza también, Padilla, gran erudición en el análisis de la medición y naturaleza del tiempo a través de las revitalizaciones de los personajes y, sobre todo, esa traslación heteronímica de señalamientos y marcas de ser uno en otros a través de la máscara.
Feliciano Padilla, reconocido como creador e intelectual de referencia obligada en el panorama de la literatura puneña de nuestro tiempo, con este libro nos reitera que su presencia en la vida literaria de las últimas décadas resulta medular. Casi con el mismo ensalzamiento que la crítica aplaudiese en su debut narrativo cuando en los años 80 saliera a luz La estepa calcinada, e idéntico acierto para captar instantes que revelan existencias casi completas, Feliciano Padilla está aquí con nosotros para ofrecernos estas historias sencillas como los lugares que las albergan, y a la vez tan singulares como lo es la aventura diaria de cada uno de nosotros. Sus personajes transitan por esos territorios que no nos son posibles esquivar. Con una prosa ágil, pero cada vez más atenta al detalle, la vida de hombres y mujeres aparece profundamente marcada por el hecho de habitar una gran ciudad, una ciudad de las que te buscan para acariciarte con su clima estival. En ella se dan cita las memorias de Mariano que sobreviven desempeñando toda suerte de conmemoraciones, incluyendo los anhelos de aquellos que ya se han marchado. 
Padilla, en Diez cuentos de un verano inolvidable, se presenta obviamente como un sujeto en trances que busca su 'salvación' en una discursividad que atenta precisamente contra esa identidad o salvación del sujeto sicológico. El Flaco Mariano sólo puede perseguir como solución a su crisis una vocación de revisitación, de protagonista de la ausencia. Alguien tira los dados y mueve la ficha. Esa ficha somos nosotros: la verde, la azul, la amarilla o la roja. Pensamos, ingenuos, que nos movemos libremente sobre ese tablero que llamamos vida, trayecto vital o narración autobiográfica. Y entonces uno se vuelve un cazador, el escritor de cuentos es un cazador de historias, alguien que vive al acecho de cada instante, de cada amanecer. Pero, creo que al final de este texto, la mejor de las heteronimias se da con la inigualable máscara que habla y escribe en este libro: la expresión literaria de un sujeto narrador que siente el final de la vida, pero que no se queda cruzado de brazos esperando ese final, sino que más bien asume otra vida más alta: la escritura que no cesa, tal como diría Maurice Blanchot: «y sin embargo, la muerte me habita, me habita a través del lenguaje, participa de mi palabra y se define por esa separación, por esa diferencia con la escritura. Cuando hablo, la muerte habla en mí. Mi habla es la advertencia de que la muerte anda, en ese preciso instante, suelta por el mundo, de que entre el yo que habla y el ser que interpelo ella ha surgido bruscamente: está entre nosotros como la distancia que nos separa, pero esta distancia es también lo que nos impide estar separados, porque es la condición de todo entendimiento. Ella sola, la muerte, me permite asir lo que quiero alcanzar; ella es en las palabras la única posibilidad de su sentido. Sin la muerte, todo se hundiría en el absurdo y en la nada. Entonces, hablar, escribir, me aproxima a la muerte, me hace parte de esa muerte que habita en las palabras porque ahora yo habito en el nombre, en el discurso, como su objeto o su autor: me nombro, es como si pronunciara mi canto fúnebre: me separo de mí, no soy ya ni mi presencia ni mi realidad, sino una presencia objetiva, impersonal, la de mi nombre que me excede, cuya inmovilidad petrificada realiza para mí la función de una losa funeraria pesando sobre el vacío. Cuando hablo, niego la existencia de lo que digo, pero también niego la existencia de quien lo dice».

El narrador Feliciano Padilla en pleno trance literario, flanqueado por el novelista Christian Reynoso



Junto al maestro Feliciano Padilla, una fotografía para el recuerdo de la 2da. FIL - Juliaca 2013

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