jueves, 24 de julio de 2008

La concepción de la poesía puneña en 21 poetas contemporáneos







Alejandro Peralta

(Puno, 1899 – Lima, 1963)

Vanguardista indigenista peruano de los años veinte.





Carlos Oquendo de Amat

(Puno, 1905 – Navacerrada España, 1936)

Mención Honrosa. Concurso Literario de la Fiesta de la Raza 1929.





Efraín Miranda

(Puno, Huancané, Rosaspata, Condoraque, 1927)

Cultor de la poesía peruana andina.





Omar Aramayo *

(Puno, 1947)

* Integrante de la Promoción Intelectual Carlos Oquendo de Amat.





Percy Zaga *

(Puno, Cabanillas, 1945)

* Integrante de la Promoción Intelectual Carlos Oquendo de Amat.





Gloria Mendoza Borda *

(Puno, Juliaca, 1948)

* Integrante de la Promoción Intelectual Carlos Oquendo de Amat.





Vladimir Herrera

(Puno, Lampa, 1950).





José Velarde

(Puno, Yunguyo, 1954).





Boris Espezúa Salmón

(Puno, 1960)

Finalista Premio COPE de poesía 1996.





Lolo Palza

(Puno, 1964).





Alfredo Herrera Flóres

(Puno, Lampa, 1965)

Premio COPE de poesía 1995.





Simón Rodríguez

(Puno, 1969)

Ganador de los II Juegos Florales Universitarios UNA – Puno, 1993.





Fidel Mendoza

(Puno, Huancané, 1972)

Mención Honrosa. Concurso nacional de Poesía Pucara – Huancayo, 1996.





Gabriel Apaza

(Puno, Moho, 1969)

Finalista en los IV Juegos Florales Universitarios UNA – Puno, 1997.





Walter Paz

(Puno, Acora, 1969)

Mención, Concurso Nacional de Educación en poesía, Premio “Horacio – 1999”.





Erdi Flóres

(Puno, Ilave, 1970)





Eddy Oliver Sayritupa

(Puno, Huancané, 1974)

Finalista Premio COPE de poesía Internacional 2007.





Darwin Bedoya

(Moquegua, 1974)

Finalista, Concurso Internacional de Poesía Ciudad de Torrevieja – Alicante, España, 2002.





Luis Pacho

(Puno, Laraqueri, 1969)

Premio Nacional de Educación en poesía, Premio “Horacio – 2008”.





Rubén Soto

(Puno, Juliaca, 1974).





Filonilo Catalina

(Puno, Coaza, 1974)

Premio COPE de Bronce, poesía 2005.



miércoles, 23 de julio de 2008

Aquí no falta nadie



Antología de poesía puneña

Eulogio Ramos


Cuando lo conocí, sabía desde que cruzamos palabras, que el libro que me traía entre manos tenía que volverlo disconforme, porque si me conformaba con lo que estaba escrito, seguro sería una publicación más que fracasaría, pero no esta antología que tenía un hálito esperanzador para las letras puneñas, más para la poesía, y por ello el resultado: Un éxito. Me alegro por Walter Bedregal, porque cuando alguien sabe algo de verdad le es muy fácil explicarlo, y Bedregal Paz es un genio compilador de poesía. Sonriendo y bromeando, acaba de poner patas arriba a todo lo que nos habían hablado y enseñado de nuestra poesía – la del altiplano puneño -, en una palabra, alborotó las aguas mansas del lago sagrado de los Incas, que dormía y soñaba esperando alguien que agite sus aguas, junto a un compilador y por supuesto un editor, para una real antología.

Lo demuestra en el libro Aquí no falta nadie, Antología de poesía puneña (Grupo Editorial “Hijos de la lluvia” & LagOculto editores - 2008), esperamos auditórium entregados para que luego de sus presentaciones lo cuenten como una maravillosa y estimulante fábula infinita de nuestra buena poesía. Le echamos un vistazo y nos quedamos enganchados: primero porque lo entendimos, aunque somos de letras y luego, porque deja sin significado todas nuestras prisas por escribir, leer y aprender a entender el espíritu que se esconde detrás de un poema.
El hecho de que la presentación de Aquí no falta nadie, Antología de poesía puneña (El libro esperado) se haya producido con una primera entrega de apenas 1,000 ejemplares, se debe a la amistad del escritor tacneño con su editor - él que escribe estas líneas. Los críticos peruanos serán los primeros que podrán echar un vistazo al nuevo libro de Bedregal. La crítica se muestra entusiasmada, aunque con algunas reservas: Un libro apasionante, repleto de poesía y sólo poesía nuestra, la de nuestro altiplano puneño y al mismo tiempo y casi en la misma medida impresionantemente entretenido, según mi opinión aparte.

El Katari (Boletín, Nº 10, junio, 2008) elogía desde ya la obra de Bedregal y lo define como un libro de ilusionismo construido con virtuosismo y extraordinario nivel, desde el punto de vista poético, pero crítica por sus malabarismos y grandes preguntas sobre poesía, la existencia, muerte y resurrección son los que a la larga dejan a la intemperie una esencia patética para nuestra historia poética de Puno, de autores que esperamos superen su crisis existencial.
En el libro Aquí no falta nadie, Antología de poesía puneña, hay que señalar que está excelentemente construido, investigado, estudiado, con un final trágico – para algunos pseudos-poetas y positivo al mismo tiempo –.

Desde 1996, Walter Bedregal – me comentó – se sometió a la disciplina de escribir y a investigar, estudiar y compilar poesía, sólo para vivir en propia carne este género, que ahora Bedregal hace brillar. Desde Acabemos de una vez con la poesía (Primer título de la antología), luego Seductores de la luna escribiendo bajo la lluvia de otros equinoccios; para después Seductores de la luna de otros equinoccios, y luego con Seductores de la luna, que quedaron sepultados en su portapapeles. Ahora acaba de aflorar, con lucidez de juicios, formulados en días densos y tensos, concluyendo en una frase que sonará cruel – para algunos poetas Aquí no falta nadie (Título final del libro), admitiendo - Bedregal - públicamente no estar equivocado con los antologados (entre los consagrados y novísimos) y así pueda determinar qué es poesía.

Y escribiremos entonces que Bedregal ha hecho más por nuestra literatura puneña que todos los estudiosos juntos, entre los que siempre quedaba en minoría.

martes, 22 de julio de 2008

Sobre una antología


Juan Yufra

Harold Blomm señaló en alguna oportunidad que "Para leer sentimientos humanos en lenguaje humano hay que ser capaz de leer humanamente". Uno se puede acercar a un texto con las suficientes imperfecciones y carencias que la naturaleza del arte ha producido en el lector y crear una conciencia del texto mismo; todo ello dentro de las fronteras simbólicas que el lenguaje poético instala en el poema y que cada poeta se encarga de aceptar o subvertir a su manera. No hay egoísmo más intenso que el que proclama el hacedor de poemas; esta impostura es inicial -desde luego- con el tiempo se abandona a otras causas y reconoce a regañadientes eso que decía Martín Adán "Poesía no dice nada/ poesía se está callada,/ escuchando su propia voz". La ansiada madurez es cruel para los poetas distraídos.

El libro Aquí no falta nadie /Antología de la poesía puneña reúne 21 poetas cuyas pretensiones son tan disímiles como ambiguas. Dentro de esa tradición que plantea el autor hay por lo menos dos aspectos en los cuales coinciden la mayoría de los poetas allí instalados. Primero expresan una poética del yo y luego una poética de la naturaleza donde el contexto y las influencias traman un lenguaje confuso a veces y en otras oportunidades una reflexión honda de cuestiones personales cuando no insignificantes(Ese yo en minúscula y casi infame de los poetas debe ser erradicado de la poesía).

Desde luego que hay voces de un alto nivel lírico. La tradición de la poesía en Puno tiene un referente imponente en la figura de Oquendo; sin embargo, no entiendo por qué se desconfigura este hacer con el pasar de los años. Aquí no falta nadie permite tener una idea de la poética que se mantiene aún en Puno y señala -a su vez- una serie de contradicciones (necesarias) en la implementación de un proyecto cultural del sur del Perú. Saludable el gesto, pero no comparto con las ideas que allí desde la poesía se instalan.

Se debe recordar que no hay mejor acceso a la modernidad que a través de la escritura. Ya no se puede subvertir la palabra desde la infinita ingenuidad que genera la emoción.

lunes, 21 de julio de 2008

Arequipa esperó el libro...


Escribe: Walter L. Bedregal Paz

Primeramente tengo que dar las gracias a los amigos que hicieron posible mi presencia en la ciudad blanca de Arequipa, tierra que viera nacer a mis queridos padres. Agradecer a Filonilo Catalina (el poeta) porque Luis Rodríguez (sencillamente lleva su cuerpo), por el despliegue en la organización e invitación de los comentaristas del libro Aquí no falta nadie, la antología. Un agradecimiento especial a José Gabriel Valdivia (UNSA) y a José Luis Ramos Salinas (UNSA) por sus comentarios, los cuales espero colgarlos pronto en este blog.
Porque ya sabemos que nadie sabe para quién trabaja. Como tampoco, por supuesto, - ahora - para quién uno escribe. Lejos de las paredes que resguardaron la presentación del libro en la Alianza Francesa de Arequipa, el 11 de julio del presente, sentí la presencia de amigos que a uno lo hacen cada vez más deudor de amistad, a todos ellos les doy las gracias por acompañarme en esta travesia.
A la mañana siguiente caminamos con el poeta Eddy Oliver Sayritupa por las calles del barrio de Yanahuara, en esa Arequipa fría de medio año, perseguidos por unos cuantos aforismos que hacía un par de meses interpreté del libro Choza cuando terminaba una selección de poemas para la antología; esa mañana fuimos en busca de su autor, el poeta Efraín Miranda, era en efecto un hombre-poeta, igual como lo descifraba su libro, nacido en las mejores entrañas del ande peruano, sólo que su libro flaco, aunque también muy gordo, contenía kilos de sabiduría larga y entrañable, destilada a partir de un ingenio arrollador. Aquel libro lo encontré en el lugar que siempre esperé encontrarlo en casa de un gran amigo: Henry Esteva y desde ese momento me aquejó la tentación de antologar parte del libro entre aquellas sus perlas indispensables. La promesa esta ahí: Efraín Miranda poeta, se la entregaré a los amigos del diario Los Andes de Puno, el medio escrito decano de la prensa altiplánica ( no me gusta ya la frase puneña), en cuyas páginas disfruto de cálido asilo.
Estoy tras el artículo ahora, de regreso de la ciudad imperial, luego de terminar un artículo para la revista La rama torcida, donde me temo que escribí sin querer líneas pertenecientes a mi blog personal. Creo que todo el mundo debería leer los poemas de Efraín Miranda, no solamente para entender mejor lo inentendible de indio que tiene dentro, sino también para cumplir con el primer deber del lector, que consiste en otorgarse placer y en lo posible multiplicarlo. Vayan, pues, las palabras del poeta, por el puro placer de reproducirlas; y escriban si realmente lo que sigue es o no poesía. Sino, comentaré un nuevo artículo, iniciando como reza la última frase.


M N

A una tienda de la plaza festiva
entra la bulla forrada de calor
y siento con suspensión terrosa.

Tomo cerveza con mi mujer
y mi suegro, alcol, con mi tía.

Mi cabeza flota y mis pies pesan.
"Este es un auténtico indio alienado" oí, dicho discretamente;
miraban mi camisa nilón,
mi pantalón petroquímica,
mi sacón USA de tercer uso
y mi cerveza germánica.

Di un golpe a la mesa
y toda la tienda crujió.
Yo también soi sociologista, ingeniero,
militar, boticario, genesista. Vendo cronómetros,
bibliotecas, helicópteros, diplomas;
¡Y que mierda!

Di un puntapíe a algo cercano
y mi mujer se colgó del brazo
arrastrándome a la puerta
¡Que salga cualquier hijo de puta!
Me han insultado "alienado". Y ellos ¿qué son?

Rezan a dioses hebreos en iglesias romanas,
se casan en municipios romanos,
son regidos por un ordenamiento forense romano,
estudian en colegios de inspiración arcaico-helénicos,
y hablan el español celta-iberico-latino-morisco,etc.

¡Que salgan esos de trasfusión sanguíneo-extranjera!
¡Qué carajo: y todo el comercio de esta feria
también es de ultramar.

¡Soy indio; bien indio; verdadero; legítimo, puro!

¡Y qué mierda!

domingo, 20 de julio de 2008

"AQUÍ NO FALTA NADIE" EN AREQUIPA


Escribe: José Luis Ramos Salinas

De un tiempo a esta parte estoy presentando libros de gente que no conozco, ni siquiera de vista, y eso es un tanto extraño en un medio como el nuestro en el que a los autores les gusta asegurarse el bombo y la adulación invitando a sus amigos para que comenten sus publicaciones sin correr mayores riesgos.

Pero yo estoy aquí invitado no por Walter Bedregal, sino por Filonilo Catalina, que cuando pierde la lucidez suele identificarse como Luis Rodríguez, felizmente tal desavenencia no le ocurre muy a menudo, y también mi presencia se debe a Gloria Mendoza Borda quien confunde su inteligencia y sensibilidad con un supuesto agudo sentido del humor de parte mía.

El caso de Filonilo merece una acotación más, el recientemente galardonado con el COPE ha criticado duramente otras presentaciones que he hecho en meses pasados por ser excesivamente blandas y benéficas con los autores, por lo que supongo que ésta es una suerte de última oportunidad que se me otorga para hacer caer la guillotina, en esta ocasión sobre el cuello de Walter, o quizá sobre el propio cuello del autor del Monstruo de los Cerros, ya que él es uno de los antologados. No lo sé, en todo caso tendré que preguntarle a Walter si hay entre ellos alguna grave deuda que Filonilo quiere cobrar a través mío.

Pero mi sospecha va más en otro sentido: quien escoge para una antología un título como “Aquí no falta nadie” debe tener cierta vocación por los deportes de riesgo, quien decide poner ese nombre a una antología de poesía puneña tiene sin duda una fuerte inclinación por el suicidio. Y eso hay que felicitar, porque nada más parecido a la poesía que el paredón, tanto para quien se para delante de él con los ojos vendados, como para quienes ansiosos esperan escuchar la orden para apretar el gatillo. En ese sentido quienes se han sentido indignados con esta antología, quienes han disparado contra ella, en público o privado, quienes esperan tenerla entre manos para destrozarla, deben estar profundamente agradecidos a Walter por haberlos devuelto al ring, porque en tiempos como estos en que el mercado lo es todo, sin duda alguna la función del poeta es dar puñetes, y eso lo sabe muy bien Filonilo, quien aunque haya dejado el box no ha perdido la habilidad del golpe certero.

Lo que quiero decir es que aquí los pacifistas no son bienvenidos, los conciliadores pueden tomar su lugar entre los conformistas, es decir los mediocres, la poesía es un espacio para guerreros y este libro tiene aroma a batalla. Pero imagino que ya Filonilo estará diciendo que otra vez lo decepciono porque escucha aplausos de quien espera chiflidos. Debo decirle que se adelanta, sólo he dicho que el libro huele a pólvora, o mejor, a jazmines, violetas, geranios y margaritas, pero no he dicho de qué lado de la contienda estoy. Y antes que estar de parte de alguno de los bandos, me siento más bien como un contraespía. Veamos por qué:

Este libro está formado por dos partes, un extenso prólogo y la antología propiamente dicha. Esto que puede pasar inadvertido es en realidad, así lo creo, sumamente importante. Porque para Walter el asunto de la intertextualidad, hipertextualidad, metatextualidad, etc. es vital, como veremos más adelante, y por tanto no creo que haya sido casual que el libro tenga la estructura que tiene.

En otras palabras, Walter hubiera podido ir antecediendo a cada poeta, o cada conjunto de ellos, si consideraba que tenían un lazo entre sí, sus respectivas notas críticas; de tal manera que los propios aportes de Walter se iban constituyendo en los rizomas que le obsesionan con los propios poemas en sí.

Pero no ha escogido ese camino, acaso porque mezclar la poesía con un discurso de valoración sea precisamente antipoético. La poesía no tiene su razón de ser en la calificación que otros puedan darle, sino que su sentido es ella misma, “Poesía no dice nada, poesía se está callada, escuchando su propia voz”, como sentenció Martín Adán. No tiene justificación, por tanto, que los que no están en esta antología (en la que no falta nadie) se sientan menospreciados. Ningún verdadero poeta escribe para que lo incluyan en una antología, acaso escriban para todo lo contrario, para que jamás sean parte del canon. El enojo, quizá entonces, le debe corresponder a los que están incluidos aquí.

Sospecho que el mismo Walter ha querido excluirse, no solo porque no aparece como poeta, sino porque ha querido que sus notas críticas constituyan un largo prólogo, y todos sabemos que nadie, o casi nadie, lee los prólogos, menos cuando son extensos. No voy a decir que este sea un gesto de desprendimiento que lo enaltece, no temas Filonilo, ya mi amigo Lolo Palza (otro de los antologados) me enseñó hace tiempo que la autoflagelación no es sino un acto de suprema vanidad.

Pero nosotros sí hemos leído el prólogo y como ustedes no lo han hecho aún, es necesario hacer una reseña del mismo, pues en él está explicada la osadía del autor de una antología que resulta original y valiosa por varias razones que explicaremos más adelante.

El prólogo es en realidad un denso y complejo trabajo teórico que valiéndose de un corpus tomado de los clásicos y neoclásicos de la crítica literaria, construye una propuesta metodológica para acometer la tarea de seleccionar poetas y poemas con miras a construir (el verbo arquitectónico no es casual) una antología.

Walter Bedregal desde el principio se niega a seguir el método ya tradicional de estructurar la antología en base a generaciones, sean éstas etáreas, ideológicas o de otro tipo, y apuesta más bien a imaginar una estructura rizomática en la que poetas y poemas se van integrando como un todo, que no vendría hacer otra cosa que la poesía puneña. Esta idea de todo, es, probablemente, la que lo empujó a llamarla “Aquí no falta nadie”, título con el que comulgamos en parte, y con el que también disentimos, no porque creamos precisamente que falta alguien, sino porque encontramos algunas incoherencias entre el método y el resultado.

Nos explicamos mejor, en la antología que estamos comentando hay ciertas obras poéticas fundacionales: Alejandro Peralta y Carlos Oquendo de Amat por ejemplo, que para el método empleado por el antologador constituyen hipotextos, es decir, textos sobre los cuales van a erigirse otros, estos otros son los hipertextos, es decir las obras poéticas también aquí antologadas que se han nutrido de los hipotextos fundacionales. Pero, claro está, que estos hipertextos son al mismo tiempo hipotextos de otros discursos poéticos que en este nivel se constituyen en hipertextos, pero que en el siguiente nivel se constituirán en hipotextos y así, no hasta el infinito, sino hasta el 2008. Pero este crecimiento no se da solo en sentido vertical, sino también horizontal y por qué no, diagonal. Se trata pues, como bien lo dice Walter de fractales, de rizomas, que nos hacen pensar en la biblioteca infinita de Borges, pero también en la de Eco, y además en la de la Web que habita Internet.

No es pues la calidad de los textos el único criterio que Bedregal utiliza para construir su antología, sino la pertenencia a esta particular estructura que él llama poesía puneña, gentilicio que someteremos a crítica en unos instantes.

Así nos parece que no es que aquí no falte nadie, sino que aquí faltan los que su obra no ha logrado constituirse en hipotexto de otros autores que nacieron en Puno, y que tampoco quisieron ser hipertextos de obras que les antecedieron. En otras palabras, aquí no están los peros del olmo, y si recordamos a Octavio Paz, tal título no es en absoluto una afrenta, por el contrario. Entonces otra vez, quizá quienes tengan que linchar a Walter Bedregal no sean los excluidos, sino los antologados.

Pero hay un problema adicional, si aceptamos que efectivamente, para el método usado, aquí no falta nadie, tendríamos que preguntarnos necesariamente si aquí sobra alguno. Por cuestiones de calidad poética es algo que le dejo a los especialistas. Yo más bien intentaré demostrar que Walter no ha podido ser tan fiel como quería a su propio mandato. Como él mismo señala en su prólogo, hay varios poetas cuyas conexiones se pierden con la llamada poesía puneña, ya sea por una originalidad extraordinaria, como es el caso de Vladimir Herrera, o por la temática, como Lolo Palza, por ejemplo. No me atrevo a decirlo del primero, pero como Lolo es mi amigo, puedo sin temor decir que él está sobrando. Lo que, repito, no es necesariamente un demérito, sino acaso, un mérito.


Vayamos entonces al subtítulo: Antología de poesía puneña.


Walter a lo largo de su prólogo y a lo largo del rizoma que constituye, establece una serie de criterios de lo que podría llamarse poesía puneña. Pero, este intento se contradice por completo con su método fractal. Dialéctico el asunto, recurrimos al fractal para formar un árbol hipertextual que dé en llamarse poesía puneña, pero el fractal mismo no admite gentilicios, como muy bien reconoce nuestro autor cuando fija hipotextos de sus antologados en otras latitudes e inclusive en autores que nunca escribieron en español.

Así el método del fractal chocha diametralmente con la obsesión del lugar de nacimiento de los antologados.

En otras palabras, si vamos hablar de fractales, el espacio en cuanto a ubicación física no tiene sentido, los rizomas no se mueven en departamentos geográficos, sino en lo que Castells llama el espacio de flujos, son las conexiones, no las ubicaciones las que importan. Esta misma antología, aunque sin declararlo así, lo reconoce, pues muchos de los antologados hace mucho que ya no viven en Puno, incluso algunos de ellos suelen decir que nacieron allí de casualidad.

Lo que intento decir es que el rizoma de la poesía puneña no tiene por qué estar compuesto por las obras de poetas cuyas partidas de nacimiento señalan a Puno, sino por obras que comparten la esencia de la puneñidad, hayan nacido a las orillas del lago o no. Más claro, por lo menos a nivel teórico, hay poetas no puneños que escriben poesía puneña, y poetas puneños que escriben poesía no puneña. (De hecho varios de los poetas seleccionados han aparecido también en antologías de la poesía arequipeña).

Y aquí entonces la cuestión es definir qué es la puneñidad, y ello pasa necesariamente por reconocer cuál es la identidad puneña; pero aquí estamos en otro problema más grave, los espacios de flujo y los tiempos atemporales que constituyen los vasos comunicantes de las estructuras rizomáticas de eso que llamamos posmodernidad, no creen en la identidad, no creen que haya algo que se pueda llamar puneñidad; pues la puneñidad no sería algo que esté dado, sino algo que se construye.

En ese sentido, el valor de este libro no estaría en que nos muestra precisamente la poesía puneña, sino en que caemos a cuenta de la universalidad de la poesía y de que Puno es un punto móvil en el universo. La poesía puneña no existe, sus poetas la inventan. Walter Bedregal los ha fotografiado en ese trabajo de alquimia.

Los que no salieron en la foto será porque están en otro rizoma, no hay por qué enojarse entonces, solo hay que esperar a otro fotógrafo.

sábado, 19 de julio de 2008

El carácter libérrimo de forjar antologías







(Domingo 13 de julio, diario Los Andes)

Walter L. Bedregal Paz





La aparición de la Antología Aquí no falta nadie, publicada a inicios de abril del 2008 por el Grupo Editorial Hijos de la lluvia y LagOculto Editores, provocó, en la ciudad de Puno, algunos intentos de comentario que debieron iniciar el debate y la conversa literarios, sin embargo fueron solamente acusaciones y diatribas que no pasan del mero dislate de escritor provinciano, del intelectual que no conoce más allá de sus narices. Pura monserga que no hace falta responder directamente y, precisamente porque son “textos” que carecen de agudeza no me detendré a contestar directamente esos desatinos de desaventuranza, habitados de mala fe, tontería, puerilidad y difamación. Para poner algunos puntos sobre las íes, empezaré por cuestiones más elementales (viendo la escasez de comprensión en algunos lectores), para hablar de esta antología.

Una antología, en la mayoría de los casos, suele ser a la poesía lo que un catálogo a la pintura, esta es apenas una ruta, un itinerario que sugiere cierto destino y, evidentemente tiene un objetivo lleno de riesgos que normalmente no nos permiten llegar a lo sustantivo. El concepto griego de antología que etimológicamente significa “ramo de flores”, en aquel entonces helénico, aludía a una colección de epigramas poéticos compuestos, mayormente, en dísticos elegiacos, exóticos, líricos, etc. Hoy por hoy sigue teniendo ese signo de reunir lo más selecto y mostrarlo al lector. En este entender, una antología supone la construcción textual colectiva que asume la significación de reelaboración de un lector o grupo de lectores, quienes emplean textos existentes, en este caso poemas, para elaborar un texto antológico. El punto de partida para la estructuración de una antología es, evidentemente, la lectura. Es, entonces, este lector quien se arroga la facultad de elegir a los poemas que crea por conveniente para que sean insertos en el nuevo volumen donde se encontrarán poetas precedentes y contemporáneos, inclusive, si el lector—autor ve por conveniente, puede incluir en sus autores seleccionados a los más noveles, y ahí precisamente estará su riesgo de incendio en las manos. He ahí el carácter libérrimo del antólogo. La plena libertad de elegir a quienes contempla con textos poéticos de calidad y con la perspectiva de mostrarlos o pretender hacerlos, de alguna manera, universales a través, obviamente, de esa ventana que no es sino sinónimo de una antología poética. Porque nuestra poesía no puede estar en los estantes esperando la polvareda de los años de silencio y olvido, como suele ocurrir muchas veces. En ese sentido, la función de las antologías sigue siendo, desde tiempos inmemoriales, la de servir de muestra, de conocimiento, revivificación y conservación de las letras. La antología Aquí no falta nadie tiene ese sino. El de la perdurabilidad de la poesía puneña, al margen de las ausencias y demasías que se le puedan atribuir, esta selección es una cuestión de estéticas y de intertextualidades que también se pueden explicar por su signo de fractalidad. Asuntos que abordaré en otro momento con mayor extensión y profundidad para quienes se han preguntado hartamente sobre estos argumentos.

Sin embargo, hay quienes quieren participar de una vana co—autoría con sus lamentaciones. Creo que una reseña o un artículo sobre cualquier antología, no debería ser en torno a quiénes están demás, quiénes sobran o, como muchos repiten casi en coro, que la extensión del prólogo es demasiada. Otros se han detenido en la selección de criterios, en los instrumentos, en la cantidad de páginas o, finalmente, en que el libro es muy o poco lujoso. Esto me hace pensar en miopías y cegueras absolutas. Me hace pensar en que no hemos avanzado nada en cuestiones de lectura. Tal vez nuestros intelectuales no hayan ido a Europa a estudiar, sino a ser estudiados. Creo que el verdadero lector que quiera decir algo sobre esta antología, primero deberá leer todo el corpus y culminar en el índice. No deberá quedarse o agotarse en el prólogo. El verdadero lector será aquel que se detenga en la poesía inserta en este texto. El lector auténtico será el que se inmiscuya en la poética de los autores y sustente con argumentos sólidos sus puntos de vista. Aquel lector que se atribuya el papel de “crítico literario” deberá ser aquel que se entrevere en la poesía de los autores aquí reunidos y diga algo digerible, literario, poético o que demuestre señales de agudeza, clarividencia o juicio crítico. Porque el verdadero problema no está, empero, en el título del libro, ni en los nombres de los antologazos, sino en que, el ánimo de algunos sufre mutaciones al puro estilo kafkiano cuando al revisar el libro no han encontrado su nombre, no han hallado el título de sus libros (antilogías) como fuente bibliográfica y menos han podido encontrar el nombre de su mejor amigo o compadre y esto, obviamente les está haciendo golpear las puertas del cielo, que lamentablemente están cerradas. Pero me temo que alguna precisión en el título, que acentuará más el carácter personalísimo de la obra, no cambiará en gran cosa el encono de quienes de por sí se han venido a autoproclamar malos lectores y, no solo eso, sino también, malos “comentaristas”. Al final, es cuestión de ver las maldiciones que suscitó, hace más de una década, cuando preparaba una antología. Entonces ya se preguntaban quién era yo para adoptarme la tarea de presentar ese panorama. Siempre queda la duda de por qué piden la sanción de un lector al que consideran tan nefasto.

Mientras repaso las páginas de esta antología con ciertos rasgos de exploración crítica, con sus incólumes poemas, pienso: hasta ahora hemos “escrito” los estudios de la poesía puneña de distintas maneras; de lo que se trata es de “leerla” mejor. Y es aquí entonces donde surge la gran pregunta: ¿existen lectores en Puno? Si la respuesta fuera positiva, que alguien lance la primera piedra y que muestre la mano. Es decir, que escriba el primer comentario o reseña de verdad y revele algo de inteligencia. No soy el más indicado para rasgar vestiduras en esta poca paz que aún queda en los escritores puneños, pero los nombres se ponen. Porque el anonimato para el insulto es una mediocridad completa. Si se trata de matarnos entre nosotros, como decía cierto poeta, hagámoslo, pero matémonos mirándonos a los ojos, con dignidad.



viernes, 18 de julio de 2008

Desterritorialización de las palabras


La poesía puneña ha tenido un despliegue sorprendente. Los poetas de este altiplano peruano organizaron sus perspectivas líricas bajo el presupuesto inicial del compromiso estético-ieológico con la poesía, aquella que partió con las vanguardias, pero también desde aquel lugar donde el trabajo con la palabra se torna en un algo que irradia vitalidad comprobable en los versos mostrados en esta antología.
El poeta no cre en existencias divinas, cree en las palabras que desestructuran y recrean al mundo en imágenes. Cree también en la poesía, sin duda, cree en la disolución de las distancias y la conclusión de las eternidades. Por eso, es innegable que la mejor manera de conocer la obra de un poeta sea leyendo sus poemas, entrando a su mundo de puntillas, por esas representaciones de la memoria. El poeta sabe que la poesía no concluye. Ella sigue aquí incontable, intocable, intrasferible, inmortal.
La antología Aquí no falta nadie reúne las voces de 21 poetas, desde Alejandro Peralta y Oquendo hasta Rubén Soto y Luis Rodríguez, considerando a Zaga, Aramayo, Alfredo Herrera, Darwin Bedoya y otros que han publicado poeía. Aquí no se ha seleccionado voces que necesariamente hayan publicado libros y libros carentes de rigor poético y, además, auspiciados por municipios o certámenes tribales. Lo importante es saber que todo está escrito para comenzar a crear una indiscutible poesía o saber perfectamente que todo lo inalcanzable se llama poema. Esta antología no es el fruto de un complejo y luminoso entrecruzamiento de discursos, es el resultado de una multiplicidad de convergencias, sobre todo, estéticas.

El lugar de los pájaros o las vidas imaginarias de Marcel Schwob

Por: Darwin Bedoya


ANDRÉ MAYER (Saville, Francia, 1867- París, 1905) es un nombre que no nos recuerda ni dice casi nada de nadie; sin embargo cuando decimos Marcel Schwob conoceremos a un clásico de las letras, maestro de la narrativa y la poesía que hace más de cien años dejó de escribir, pero que sigue existiendo, hablando como una de las voces cúspides que se debería tomar en cuenta, especialmente por quienes se creen descubridores de las formas poéticas en prosa que ya fueron practicadas por Schwob. No fue un poeta romántico (de los que abundan por doquier, sobre todo en Puno), ni moderno, ni siquiera llegó a ser uno de aquellos satánicos poetas malditos. Schwob se crió en el simbolismo francés, pero quebró el orden escrupulosamente metafórico con recetas exclusivas de alquimista literario: poesía y realidad, ficción matemática, sueño laberíntico, premonición, amor y dolor, todo esto en otro nivel, un modus que para su tiempo fue una rotunda novedad y disloque en todas las formas. Se dejó desangrar en el papel. Manchó sus escritos con el aguijón del profundo y lastimante conocimiento de la historia, pero también con las laceraciones de sus propias heridas. Como el nexo entre sufrimiento y escritura tendido paradigmáticamente por Artaud (1896-1948) -quien apenas nacía el año en que Schwob publicaba sus ensayos sobre Francois Villon, El Arte, El Amor, La Anarquía , recopilados en Spicilege, el dolor schwobiano viola el buen sentido de las palabras para filtrar la ironía, el reclamo velado, la angustia, la melancolía (paradójica) casi renacentista de re-construir el presente con los gajos del pasado. Con la mirada "clara, transparente", con la persistente inclinación hacia su propia definición de arte: "polo opuesto de las ideas generales; sólo describe lo individual, sólo propende a lo único; en vez de clasificar, desclasifica". Las formas narrativas y poéticas de Marcel Schwob siguen siendo tan actuales y tan imprescindibles para quien quiere escribir un buen texto literario, el mismo Borges dice acerca de Schwob: «Para su escritura inventó un método curioso. Los protagonistas son reales, los hechos pueden ser fabulosos y no pocas veces fantásticos». Definitivamente los personajes de Schwob remiten al placer de la lectura, su obra tiene el encanto de la simpleza y la originalidad a la vez. Mediante historias ficcionadas de personajes célebres (el pintor Paolo Uccello, la princesa Pocahontas o el filósofo romano Lucrecia, entre otros), Marcel Schwob encumbra un género absolutamente propio en el que usa las palabras justas para los no menos justos episodios creados por él mismo.

Su admiración por Françoise Villon, poeta y bandido del siglo XV, lo llevó a realizar el ensayo más extenso de Spicilège (1896). En él destaca el caótico contraste de un alma de exquisita sensibilidad pero débil, cobarde y mentirosa, en un mundo cuyos valores más caros eran la fuerza, el poder y el coraje. En esa situación no sólo sobrevive, sino que Villon, con sutil perversidad, elabora los versos más hermosos.

El deleite que transmite Schwob es su propio deleite por las situaciones que recrea. Cuando Alejandro Magno, después de destruir Tebas, pregunta a Diógenes si desea que la ciudad sea reconstruida, éste le contesta: “¿Para qué?, siempre habrá otro Alejandro que la destruya”. También pinta al autor la actitud del cínico Crates que, acostumbrado a las llagas de su cuerpo, sólo lamentaba no tener la flexibilidad de los perros para lamerlas.

Todo este tiempo transcurrido no cuenta para un hombre de letras como Schwob que pervive en el tiempo, como una luz que se ve en la oscuridad mas intensa y de donde salen pájaros volando mientras imaginamos la vida real de Marcel Schwob, aquí, ahora, en febrero igual que en otros días..

Rituales de la palabra y de la soledad en la poesía de Alfredo Herrera


Por: Darwin Bedoya

Hace poco leímos Rosario a las seis, cuento de Alfredo Herrera Flores (Lampa, Puno 1965) antologado como finalista en el Concurso de Cuento Premio Copé, XIII Bienal 2004, evento, como se sabe, organizado por PETROPERÚ; al terminar la lectura de Rosario a las seis, primero nos acordamos de una novela escrita por Marco Denevi titulada Rosaura a las diez, Catalayud-DEA Editores, Buenos Aires (1955), luego nos invadió la nostalgia de la poesía de Alfredo, sentimos lejos al escritor de Etapas del viento y de las mieses o Recital de poesía, muy lejano como narrador o cuentista en este caso, y es por eso que pensamos inmediatamente, impelidos por la nostalgia, seguro, en el poemario Mares (Lago Sagrado Editores, 2002-101 pp.), quinto libro en la trayectoria de un poeta puneño que es bastante conocido en el espectro poético nacional, especialmente del sur peruano, no solo por realizar un constante ejercicio literario, sino por una larga cuenta de premios que reconocen su trayectoria poética.
Si la brevedad coloquialista de los años 70, en alguna medida, era reacción al discurso épico de los 60, la variante de la nueva poesía que proponía el coro de nuevas voces de la poesía peruana fue de orden relevante en el sentido de la innovación y las propuestas estéticas, como por ejemplo los de caracteres temáticos y lingüísticos que trasladaron al ritmo urbano los sucesos, imágenes y estancias poéticas; en nuestro espacio, los poetas de Puno y por extensión los poetas de Arequipa donde Alfredo compartió versos con las diversas agrupaciones y ediciones de revistas literarias (Eclosión, Polen de letras, La gran flauta, Ómnibus, Estigia, Claraboya, Escritos, Ayahuasca, etc.), fue en este espacio de intenso ejercicio en el que Herrera alcanza un nivel escriturario de rasgos considerables junto a poetas como Lolo Palza Valdivia, Carlos Tapia, José Gabriel Valdivia y otros; mientras en Puno en los mismos años 80 harían su aparición Boris Espezúa, Pacha J. Willka (Alberto Cáceres) y José Alberto Velarde.
Frente al discurso de los años precedentes, los poetas de los 80 propusieron la poesía conversacional-lírica que en Hispanoamérica se cultivó con furor en esos años y que recientemente ha ido matizando sus fórmulas. A la larga se vería que esas proposiciones no se aceptaron de manera unánime y voces que se alzaban por primera vez no repetirían el gesto de integrarse en grupos. Hubo poetas que llevaron más allá el discurso de la brevedad -acompasado siempre del tono conversacional y lírico- abierto por sus antecesores, así como otros se iniciaron en las búsquedas ontológicas, constructivistas, de cinetismo verbal o nocturnas que en cierta medida se fue asimilando y, además, constituyendo en el lugar desde donde se escribiría una buena colección de poemarios que no harían otra cosa que confirmar esa explosión poética de los años 80
El periodo de los años 80 estuvo compuesto por obras fascinadas por los espacios intertextuales, que incorporan al poema referencias múltiples, el hondo lirismo, el yo poético, el viajero, el geográfico, especialmente el telúrico, que no desdeña la máscara al reconocer la tierra oriunda y todo el relieve en su impronta poética. El aporte de las voces de los 80 a la poesía peruana ha sido fundamentalmente el ensanchamiento de los campos de trabajo, el enriquecimiento de los puntos de vista y de los usos, así como un aguzado sentido crítico si tomamos en cuenta a otras voces, tal vez mayores. Pero la década aludida, como sabemos, no se define por limitarse a un credo, sino por la ampliación del repertorio expresivo del que disponían los poetas jóvenes de entonces. Esa riqueza es aún palpable y explica el vigor cada vez mayor del género en este país, y sobre todo en este lado sur del Perú.
El caso de Alfredo Herrera y el poemario Mares que es el que nos convoca, merece una especial atención en el contexto mencionado, es que Mares es la definición de la voz y la técnica poética de su autor. En Mares, la implícita tristeza del recuerdo se entrelaza con la despejada alegría del ensueño y la soledad; si comparamos este texto con los libros precedentes Montaña de jade o Elogio de la nostalgia sentiremos el pulso de la misma energía vital, la siempre sensibilidad, el metaforismo original y la elaboración de un verso casi despojado de simples figuraciones. Pero aquí, en Mares, aparecen con más frecuencia e intensidad poética la ternura en sus polivalentes motivos, aquella ternura humana que con tanta persistencia es visitada por las oleadas de la técnica que ruidosamente penetra tratando llegar a los entresijos más recónditos de nuestra existencia, como se podrá leer en la tercera parte del libro titulada Crónica de la soledad y la palabra, allí se podrán percibir los rituales de la soledad y de la palabra: nuestra casa no tiene paredes, es una gran ventana. De tu nuca se desmorona un árbol infinito. Entre un incendio y tu sombra florece una línea, gira una curva, y es el vuelo de un ave. Mi pensamiento pesa como un latido. No son imágenes. Es la palabra. El poema. (90) La disposición del poema en prosa es también un ritual, pero que siempre alude o canta a una musa, como en los otros espacios del poemario.
Con el riesgo de unificar la obra, tal como sucede al sintetizar, podríamos hallar como motivo común precisamente la preocupación por conservar el halo elegiaco, la voz lírica en el entramado que otorga el tema de la ausencia y la ternura, la cual con su poderoso encanto, en la vida moderna dibujada por mundanales ruidos de celulares, motores infernales e imágenes hasta cierto punto obscenas de la TV y el vídeo casero o pirata que pululan como enjambres por doquier; en este espacio, esa infinita ternura vestida de palabras y música ensoñadora sólo tiene un objetivo: sobrevivir, existir como una luz en la oscuridad, existir como poesía. Tal vez por eso el poeta añora la soledad o reclama a la soledad, trata de permanecer en constante ejercicio, y es que no es por casualidad que las cinco partes que integran el libro estén vinculadas entre sí por una línea blanca, la de la ausencia y la nostalgia. Por ejemplo en la parte inicial titulada Mares, es posible percibir el canto a Megube, habitante del mar, mientras que en la segunda parte Retrato hablado, también se puede hallar a otra musa llamada Pilar. Y, en Poemas sin título, se puede notar el cansancio en el camino, el canto retenido y llano. Finalmente, en las dos partes finales del poemario, Crónica de la soledad y la palabra y Cubo (cuarto de los espejos) se dé una mayor exigencia el poeta pues esta aspiración a la soledad no es un objetivo en sí, ni deseo de aislamiento, sino de conservar su voz propia -aquella que ya conocíamos en Elogio de la nostalgia, además de la arquitectura, por supuesto- la voz de la individualidad creadora. Porque, como sabemos, el que no haya podido encontrarse a sí mismo, tampoco podrá encontrar a los demás, no es por una cuestión de azar que se busque a los demás, más bien es una pequeña irrupción a las alegrías, a los campos inmensos de la poesía misma: ¡Relámpago! Soledad. Una palabra, como una iluminación. Las manos calladas. El reencuentro inminente. Momento cruel o miseria que se susurra o aroma que estalla. Las otras palabras son heridas o espejos que se divierten y se repiten. No hay prisa, sin embargo. No se deshoja el aire, el bosque. No se advierte aún tu perfil. (75).
Tampoco es por casualidad que en este ciclo del libro, Crónica de la soledad y la palabra, uno de los más logrados, se pueda ver el lujo de la palabra trabajada, el ritmo y la metáfora con que se invoca la ausencia y la soledad; incluso en el hecho de palpar el recuerdo, de percibir la precisión y la manera de proponer un nuevo rumbo a la poesía escrita.
Mares, es la expresión típica de estados anímicos existentes en la poesía contemporánea, a los que nos estamos acostumbrando, y en estos estados de ánimo, es necesario también mencionar algunos excesos del autor de Mares, como por ejemplo el yo poético en su romanticismo extremadamente notorio, la exaltación reincidente de Oquendo y los deslices en la artificiosidad que resquebrajan el libro. Pero en líneas generales, Mares se distingue nítidamente por su frondosa vitalidad y la imponente elasticidad de los versos, expresión de la visión nueva de una poesía que emerge con rumbos propios e ímpetus renovadores que alumbran los pasos de la poesía moderna, a pesar de las ausencias, de los secretos, de la poesía; porque en el verso nada se conoce de nuestros amores, como reza Ariwara Narijira en el epígrafe

jueves, 17 de julio de 2008

Volver al escenario


Walter L. Bedregal Paz


Han transcurrido muchos días – meses diría - desde que publiqué un primer artículo en las páginas de un diario, Los Andes de Puno, con el título: Perú problema para el mundo entero (20, dic. 1996), desde la columna periodística que denominé Páginas escogidas. En este tiempo, hasta el último artículo que denominé: El carácter libérrimo de forjar antologías (13, julio 2008), publicado en el mismo medio escrito, decano de la prensa puneña, son motivos más que suficientes ahora para aceptar un encargo especial de mis amigos lectores y los editores del Grupo Editorial “Hijos de la lluvia”, aparecer con disciplinada puntualidad, en las páginas de este blogger, que será, un espacio para entablar mis puntos de vista, en todo caso me interesa la tendencia creciente a apostar por los lectores, venga de donde venga.
Con el nombre de la revista de literatura y otros desvaríos La rama torcida, tendré un título en los que seguiré reuniendo – con el mismo ánimo y criterio que en éste – los artículos preparados, salvo aquellos que harán referencia a temas muy puntuales y pueden perder el sentido fuera del contexto en que se editarán.
Esta columna continua allí donde finalizó el anterior, con tiempos turbulentos, contradictorios y confusos, que nos han dejado algunas imágenes desoladoras, como los aviones secuestrados por terroristas islamitas – ayer 11 de septiembre – (quedó grabado en la retina, de aquel año 2001), por ser la noticia más difundida, en la que daban cuenta que los aviones secuestrados se estrellaron contra las torres gemelas de Nueva York y contra el Pentágono. En este artículo suena el eco de ese acontecimiento. Las palabras aquí escritas trasmiten los latidos de un nuevo siglo, los temblores de los seismos cotidianos en una época agitada, el vértigo de un tiempo acelerado y con síntomas de desorientación.
Escribir –para el autor – será un medio para enfrentarse al mundo actual, para reconocerlo y para encararse con él cuando sea preciso. Será una manera de explicar el mundo y tratar de entenderlo. Hay en estas palabras un texto revelador en este sentido.
Nadie - creo -consigue transmitir, en las muchísimas páginas a veces irregulares, a veces mediocres, a menudo extraordinarias, la desoladora certeza de que el del hombre nacido en este altiplano peruano fue siempre un largo y doloroso camino hacia ninguna parte, jalonado de ruindad y de infamia.
Estos artículos, quieren ser también una explicación de la sociedad de nuestro tiempo, del largo y doloroso camino de la historia reciente, de la ruindad y la infamia, de la corrupción como enfermedad que se manifiesta en muchas partes de nuestro país – por no decirlo en toda nuestra patria – y de algunos atisbos de grandeza. En los artículos vendrán las sombras de una sociedad desconcertada y los claroscuros del pasado y toda la furia que reclama un presente gobernado en ocasiones por la estupidez. Estos artículos serán un escaparate del mundo actual, comentaré en ellos noticias de periódicos, entrevistas escuchadas en la radio, programas de televisión, glosar palabras del parlamento será tan diferente como contar anécdotas personales y de amigos cercanos. Describir escenas y personajes callejeros será producto de una imaginación que no descansa. Toda la tradición de la literatura realista y testimonial en la prensa puneña, desde el costumbrismo decimonónico a los aldabonazos de una generación de poetas de fin de siglo con el testimonio crítico de los escritores contemporáneos puneños.
No encontrarán temas tabú en mi búsqueda, ni realidades intocables; rehuiré lo políticamente correcto. Con valentía habrá que enfrentarse a temas de opinión incómodos – como los que en este mismo medio publican críticos literarios – a los cuales habría que contestarles desde la otra orilla, - mi orilla -lo cual me hará expresar mi postura favorable o crítica ante situaciones provocadas.
Adelantarles que esta página también tiene sus fantasmas y remordimientos. Una vez le escuché a mi señor padre: todos dejamos atrás cadáveres de gente a la que matamos por ignorancia, por descuido, por estupidez. Cuando te mueves a través del confuso paisaje de la vida, eso es inevitable.
Esa contundencia puede suscitar - y de hecho así ocurre- polémicas y posturas encontradas con lectores de las páginas en las que se publican estos artículos.
Espero no equivocarme en algo, para posteriormente no volverme a preguntar ¿En que me equivoque?

miércoles, 16 de julio de 2008

La escritura: una morada inconclusa para la nostalgia









Por Darwin Bedoya



“Para mi madre, además de un fracasado, soy como el ungüento sin color: que vale para todo pero no cura nada. Para mi padre soy el hijo desaparecido, el que nunca estuvo en la mesa a la hora del almuerzo o de la cena; para el resto de la familia soy un loco aventurero, un loco sin remedio, un simple garabato que el viento ha de borrar una de estas tardes.

“Para mi primera ex-mujer siempre fui un inútil; para la segunda fui una mala inversión, porque nunca tuve un sueldo para llevarla a una pollería o a una discoteca pituca. Ella me preguntaba en las fechas de los concursos literarios: ¿cuándo vas a ser famoso?¿podrás algún día conseguir algún premio de verdad?

Y yo le contestaba escribiendo un verso sobre su piel, con mis labios.

Después de ella tuve otra mujer, pero de ella no quiero decir nada, sólo que por ella sigo escribiendo. Sigo viviendo.

“Para mi mujer actual soy una voz detrás del teléfono, un hombre distante, aquel que sólo a veces enciende su celular (si por suerte aún lo conserva), un forzado ausente, un cielo nublado sin lluvias, sin relámpagos ni vientos terribles. Para ella soy una joya enterrada, el tesoro que le robaron, el sueño más esperado que a veces se vuelve pesadilla.

“Para mis amigos soy un escribeporgusto, un gastapapel, un tipo que ya no tiene futuro y que lo mejor sería morirse aquí hoy. Para ellos soy un tipo que insiste en la nada y por eso me dicen que los poetas ya se murieron hace tiempo y que recupere pronto la razón sino quiero perder su amistad.

“Yo, mientras tanto, sólo espero ser algo, al menos un lector empedernido, despiadado, completo, algo más de lo que soy: dueño de las palabras —solamente de algunas—, dueño y amo del silencio, porque espero, pacientemente, algún día, ser, por fin, un deseo cumplido, sólo eso.”



0.- El escritor, el tiempo, la sensibilidad y la soledad:



En épocas ulteriores al siglo XVI, el científico holandés Christian Huygens construyó el primer reloj péndulo, introduciéndose así en la medición exacta del tiempo, claro que mucho antes de que inventaran los relojes, nuestro cuerpo y nuestra mente podían percibir nítidamente el tiempo. El ciclo cronológico dominante del organismo se llama ritmo circadiano, cuyo control se cree que está en el hipotálamo. El tiempo, sea lo que sea, el tiempo representa algo que los hombres hemos asimilado tan intensamente, que ya ha adquirido un significado propio. En su poema “Síndrome”, el escritor Mario Benedetti dice: “Todavía tengo casi todos mis dientes/ casi todos mis cabellos y poquísimas canas/ puedo hacer y deshacer el amor/ trepar una escalera de dos en dos/ y correr cuarenta metros detrás del ómnibus/ o sea que no debería sentirme viejo/ pero el grave problema es que antes/ no me fijaba en estos detalles”. Esta es la visión del poeta con respecto al paso del tiempo y la edad que le va pisando los talones, desde su noche irresuelta hacia esas manecillas que no cesan. El propio García Márquez repasa este tema en “Memoria de mis putas tristes”, claro que con su estilo y precisión conocidos en él, pero además con un acendrado nerviosismo, natural y comprensible, debido a la suma de los días y las horas que no serán más las de antes. Y que justamente su acumulación genera un suceder de las manos cansadas: el tiempo. Y es el tiempo quien deja una sensación de espacios vacíos en la mente humana, de todos, pero de manera muy especial de los escritores. Precisamente la velocidad del tiempo otorga estados de ánimo, formas de vida en el individuo y a partir de esa idea es que empiezan las nebulosas, las horas que a veces se tornan eternas, las horas que uno nunca hubiese querido, las horas que no volverán, el tiempo que quiso ser perpetuo, el tiempo que uno quiere retroceder, el tiempo fugaz y eterno. Es de esa estadía en el tiempo que los escritores alcanzan un período de desesperanza en los orígenes de su escritura. El tiempo, entonces, podría ser todo lo que hagamos en él, hasta nuestras penurias nacidas en el instante.

En ese estado de desasosiego -en el que nadie puede hacer nada contra el paso del tiempo- es que surge el melancólico, el mustio, el taciturno, el triste en distintos grados de su incomparable desolación; ese hombre o mujer, muchacha o muchacho nostálgico y, ése es casi siempre una persona que lee considerablemente, lo suficiente como para decir que lee, ese alguien que no sabe que, si se supiera vivir la soledad como un estado dichoso, sereno, no como un abandono o una situación irremediable, entonces podría despojarse de la inmisericordia de Cronos. Si se disipara ese pánico a quedarse solo o con los años que vienen a toda prisa detrás de nosotros, si se potenciara la seguridad en uno mismo y se disfrutara de los momentos en los que podemos gozar de la compañía de otras personas sin que nos presione la idea de conseguir una tristeza, una sempiterna melancolía. Si se pudiera. Pero lo cierto es que muchas veces acontece esa abstracción de quedarse solo, sin nada ni nadie, como se quedan sobre el suelo humedecido del bosque, las hojas muertas.



1.- El escritor, la noche, y la escritura:

Sin embargo, más allá de esta soledad, se puede perder al soñador, pero no el sueño. “La noche existe como calvario,/ como juntura mística de acordes terrenales,/ como escena intranquila,/ como desorden elemental,/ como quimera. Ese es el lugar de los miedos”. La noche, estos otros versos de Uchofen nos conducen a la hora casi normal del ejercicio literario en un escritor, novelista o poeta, pero escritor al fin y al cabo, ese que se pierde en las horas silenciosas para aparecer en otro lugar o nacer desde él, porque esa es la magia que posee el arte.

En una sociedad como la actual en la que la medida de todo la da el mercado y en la que la filosofía del consumo se está adueñando de la parcela artística que, incluso, se conceptúa como simple ocio o como una extensión del acto productivo, ciertamente parece difícil que todavía existan escritores que se tomen la literatura en serio más allá de las quejas y descontentos de sus iguales o parecidos o sus alejados. Y, por lo tanto, resulta casi inadmisible imaginar a cualquier escritor que alguna vez no haya escuchado la pregunta relativa a por qué escribe. La necesidad de conservar lo transitorio y de huir de lo ordinario podría ser una respuesta tan válida y tan válida y tan verídica como cualquiera de esas sentencias aparentemente meditadas pero tan parecidas que sonarán a triviales, casi institucionalizadas, que se lanzan al aire cada vez que se oye la recurrente pregunta. “Escribo porque no puedo dejar de hacerlo” o “Escribo porque es lo único que sé hacer. Porque es mi oficio”. Otros como Rosario Ferré dirán “escribo cuando pienso que todo me falla, que la vida no es más que un teatro absurdo sobre el viento armado, sé que la palabra siempre está ahí, dispuesta a devolverme la fe en mí misma y en el mundo. Esta necesidad constructiva por la que escribo se encuentra íntimamente relacionada a mi necesidad de amor; escribo para reinventar el mundo, para convencerme de que todo lo que amo es eterno”. A estas palabras Carmen Naranjo, escritora costarricense señala: “Escribir es sacarse de adentro lo que uno ha pensado y ponerlo en un muy buen español, siempre innovando, apoderándose de la lengua. Siempre quiero que la gente se encuentre a través de la literatura”.

La uruguaya Cristina Peri Rossi será algo más contundente y filosófica al mencionar que: “La vida de cada ser humano es muy limitada: nace con un solo sexo, una sola familia, un solo país. No puede elegir la época en que vive, ni el espacio: los emigrantes suelen ser mal recibidos en todas partes. Tampoco se elige la clase social, ni la salud, ni su rostro, ni su estatura. Frente a todas estas limitaciones, escribir me pareció, desde pequeña, una superación. Por ejemplo: puedo escribir desde el punto de vista del perro que nunca fui ni seré, o del hombre -o de la mujer- que no soy. Leer y escribir son, pues, superaciones que las fronteras históricas, de edad, de sexo y de biografía”. Lo cierto es que no resulta excesivamente complicado confundir la pregunta del por qué y la pregunta del para qué, o del cómo, del mismo modo que no resulta nada complicado confundir las respuestas. Una buena respuesta a un por qué sería: “Cuando era pequeño no veía muy bien, no era muy sociable y me gustaba demasiado aislarme debajo de las mesas del colegio. Supongo, aunque esto podría explicarlo mejor cualquier psicoanalista con la más mínima profesionalidad, que necesitaba expresarme de algún modo y el papel, al menos al principio, no exige demasiado. Con el tiempo puede llegar a convertirse en el interlocutor más susceptible, pero en un primer momento resulta muy afectuoso: no mira, no pregunta, no se asombra...”. Y, en cambio, una buena respuesta para un para qué, sería: “Pues mira, yo no quiero morir y soy lo suficientemente ingenuo como para pensar que perviviré gracias a mis escritos: mis poemas, mis cuentos o, la novela que termino este sábado de feria en Puno”. Y finalmente una respuesta al cómo sería: “Escúchame, yo empiezo por leer a varios autores, especialmente a los clásicos, y, tal vez como muchos otros que escriben, emprendo a rememorar alguna imagen, algún motivo, y empiezan a nacer las palabras, la hoguera de los recuerdos y las melancolías; empieza a destilar mi imaginación como un río desbocado hasta que finalmente termino el texto y ahí está, frente a mí, como un bebé lleno de mutismo, dentro de la hoja, con ganas de querer decir algo o con las formidables ganas de querer caminar y entonces empiezo a corregir, a sacarle las cosas malas, las palabras calamitosas, las disonancias y etc., etc.” La causa y la finalidad. El arranque y la meta. Conceptos opuestos que tienden a mezclarse en respuestas a veces precipitadas, a veces con poca vocación de aclarar una pregunta tan fatigante. Se procede de uno y se tiende al otro, aunque la mayor parte del tiempo no se sea consciente de ello ni exista una preocupación por separar ambos extremos. Y no existe, porque entre ambos límites está la creación y ella es en sí misma lo primordial. La necesidad de agarrar lo que se escapa mediante un escrito, un poema o un cuento.

Al fin y al cabo, se trata de dar cuerpo a esa nostalgia y, de esa manera tan idealista y tan excesivamente pretenciosa, intentar pasar el testigo. Caer en la trampa de sentir que se forma parte de la cadena aunque sea mínimamente. Escribir para pervivir... ¿Qué simposio, reunión o encuentro de escritores que se precie no ha formulado entre sus propuestas la eterna cuestión de “Vivir o Escribir” en alguna ocasión?

Nunca se puede repetir el deleite de la primera vez, no se le puede pedir a un escritor que haga tantas obras buenas como para tener a un lector satisfecho durante toda su vida y no se puede exigir que no mueran. Y, precisamente por todo esto, porque los escritores no son superhombres, la nostalgia es profunda e irreparable. No es un superhombre. Pero, ¿qué es un escritor? a) Una persona que escribe. b) Una persona que escribe y además se comporta de una manera especial que no es mejor ni peor que las demás conductas, sino simplemente especial porque hay algo que excita su imaginación. c) Una persona que escribe, se comporta de una manera peculiar y, además, vive en un permanente estado de añoranza, de cierta soledad y nostalgias imperecederas. ¿Y qué es lo que origina esta horrible sensación de que siempre se está perdiendo el tiempo? Difícil de responder. Hay quien dice que todo se basa en el horror a la mortalidad. La muerte es siempre algo difícil de asumir, pero casi imposible cuando se cree que queda algo por contar, algo por escribir o, aún peor, algo ya escrito que se debe corregir. d) Una persona que escribe, vive en un permanente estado de amor, añoranza, tiene un comportamiento particular y, además, huye, lo que hace que el escritor se encuentre en un constante exilio interior.

En ocasiones el exilio también debe ser exterior: autores que viajan por el mundo no por razones de ocio o de aprendizaje, sino por fuerza. Para estar a salvo. Pero éste es un asunto de nostalgia desaforada. Supongo que estos cuatro puntos resultan del todo insuficientes. Cerrar un libro es un acto nostálgico como lo fue abrirlo. También lo es comenzar a escribir, memorizar un poema de Oquendo, de Simón Rodríguez, de Luis Pacho; qué mayor sensación de final, que ser testigo del agotamiento de una eternidad.



2.- El amor, la nostalgia, la muerte y demás tentaciones:

Alfredo Herrera en su libro “Elogio de la nostalgia” escribe: “Quien me tienda su mano sabrá de qué sabor es la nostalgia./ Padezco de una rara enfermedad:/ escribo para no morir./ Guardo grandes temores: tengo miedo y escribo”. Pero en todo esto de la escritura literaria hay un motor, un punto de partida que implica una serie de asuntos más, pero el motor que nadie podrá negar es sin duda la nostalgia con sus rizomas de amor y recuerdos. El amor especialmente. El ambicioso rehace mil veces sus discursos y el enamorado mil veces sus idolatrías. El primer amor puede surgir desde la primera adolescencia hasta la tercera edad. Se dan casos de octogenarios que han descubierto, ya en la residencia, que nunca habían estado enamorados como en ese momento. Repito de nuevo que el primer amor no es siempre el primero que se experimenta, sino el que queda fijado de forma indeleble, el que sirve de referencia y guía para las relaciones posteriores. El que algunos han dado en llamar “el gran amor”, o “el amor de la vida” o “el amor verdadero”. He escuchado y leído muchas veces que la amistad entre hombre y mujer no existe, y he constatado que en muchos casos el dicho es cierto: se rompen las barreras, o en el objetivo inicial no figuraba la amistad, sino la conquista, la pretensión de las cadenas, las nostalgias, las melancolías. Entonces, de estos estados de sensibilidad es que, normalmente, nace el escritor, hay una serie de acontecimientos internos, viajes interiores, ausencias y vacíos; nadie lo negará: porque al final, como dijo un narrador: “Leer a un escritor en cierta medida es meterse dentro de su cabeza. Ahora yo les abro la puerta de la mía para que entren, pero, por favor, tengan la delicadeza de no tocarme las neuronas además de prestar la debida atención con las uniones nerviosas. Espero que esta cabeza no la encuentren muy desarreglada, ya que ayer, sabiendo de esta invitación que les hago, traté de ordenarla lo mejor que pude. A la derecha, según se entra, están mis ideas más recientes, todas en suspensión esperando tomar una forma más concreta; a la izquierda se pueden observar todos mis deseos y anhelos, que se confunden con la influencia de los instintos, un poco más alejados de la razón; al fondo encontrarán el almacén de mis recuerdos, todos clasificados en orden temporal: los buenos a un lado y los malos al otro, cerrados bajo llave. Pueden mirar pero no leer, todo es secreto, ya les daré por medio de mi palabra lo único que me interese conceder”. Éste sería un punto de partida realmente estimulante, y en no pocas ocasiones habremos visto o leído libros que tratan sobre la estructura íntima de la Realidad (del autor y su mundo), así, con mayúscula, o de las infinitas realidades, minúsculas, posibles y mutuamente excluyentes, entre las que los personajes han de escoger. Desafortunadamente, gran parte de ellas se quedan en la pirotecnia especulativa, tremendamente espectacular pero poco satisfactoria para el lector exigente. Sin negar el desasosiego que puntualmente puedan producir, no cabe duda que se debe profundizar bastante en la psicología de los personajes y el tratamiento de los temas, más allá de los efectos de la percepción.

3.- La literatura, el lector, la escritura y otra vez el tiempo, el amor, la muerte y la nostalgia:

Pero leer a un escritor también implica compartir sus estados de ánimo, no lo sé, tal vez quiera compartir sus experiencias para no estar solo, cuando solo se está al escribir; quizá busque su propia comprensión a través de sus palabras; quizá ansíe ser inmortal a través de la huella de su obra… Para ello pasa el tiempo, el tiempo otra vez, inmerso en sus pensamientos, luchando con el idioma para dar forma a las ideas, para crear imágenes dentro de la cabeza del lector, porque el que lee es el último destinatario y sin el lector, un escritor no existe. Mientras esto ocurra, la literatura sucede, claro, si es una buena escritura, la literatura nace, como el arte entero, de la necesidad más íntima del hombre, cualquier hombre, todo hombre, capaz de captar su realidad, sus nudos interiores y expresarlos, o de verlos expresados, en una dimensión imaginaria. La literatura existe, como germen, ya en la menor expresión oral del niño o del salvaje; existe, como producto final, en los más elaborados ejercicios de un Oquendo de Amat o un Lolo Palza o un Walter Paz. Que la literatura además sirva para otras cosas, que sea magnífico vehículo de ideas y doctrinas y hasta disparates, que pueda ser eficaz como arma política o demagógica, que se use como envoltorio de propagandas más o menos sospechosas, que se convierta en uno de los opios del pueblo y no el peor, todo eso es muy cierto.

Pero esto no se refiere a la literatura misma, sino a la utilización de la literatura. También el cuchillo que corta y reparte el pan sirve para matar. La literatura es –nada más, nada menos– un instrumento para explorar la realidad. Por eso, importa tanto; por eso, tiene tan poco éxito creador cuando es aplicado a otros fines. Las imposturas de la literatura son las imposturas de los que quieren hacerla cumplir funciones falaces… Falaz como estas palabras que se confunden. Pero, en este instante, si no escribiera algo que ahora se me ha ocurrido, ahora que sudo nostalgias, estas líneas no tendrían sentido y serían absolutamente ilusorias, por eso incluiré este poco de palabras sueltas, esta tentación con nostalgia y recuerdos y, el amor, por supuesto, como un tema capital de la escritura: Me voy, no queda nada más que hacer después de la lluvia; por eso parto, llevo una mochila vacía y arrugada de recuerdos, algunos cigarrillos Hamilton, y algún periódico viejo que tenga los crucigramas sin terminar, tal vez me sirva de algo, me llevo los dos boletos últimos de nuestro viaje a la Capital (serán un recuerdo vital), me llevo una servilleta de papel con una cara mía que habías dibujado aquella noche después del cine, de mi boca sale un globito con palabras (sólo eso puedo decir, tu nombre, Quiela), las palabras también pueden decir cosas cómicas...(imagino tu sonrisa). Dejo mis tres relojes, no quiero saber que ha pasado un considerable tiempo sin ti. También me llevo una hoja de acacia, recogida en la calle, la otra noche, cuando caminábamos separados por la gente, y otra hoja, petrificada, blanca, que tiene un agujerito, como una ventana, (intenté verte sentada en el sillón, en casa, tejiendo una chalina para mí, por el frío…) y la ventana velada por el agua, y yo soplé y te encontré, y ese fue el día en que empezó ¿la suerte…? Me llevo el gusto del vino en la boca, un poco de tu voz también, sé que me hará falta, ¿recuerdas el vino?, por todas las cosas buenas decíamos (levantando las copas), todas las cosas cada vez mejores que nos van a pasar... dejo en el mismo lugar nuestra fotografía en blanco y negro (no se ve tu lunar, ni tus ojos de gata, claro, no te sonrojes). Dejo mis libros de poemas sobre la mesa, tal vez aún los quieras leer. No me llevo ni una sola gota de veneno (no te preocupes), a cambio me llevo los besos cuando te ibas, no estabas nunca dormida, nunca, y pensar que velaba tus sueños... Y un asombro por todo esto que ninguna carta, ninguna explicación, ni los versos, ni las historias pueden decir a nadie, entiéndelo, a nadie; lo que has sido y serás…lo que la lluvia no pudo mojar, lo que mis lentas manos y mi memoria hacen ahora sobre este teclado: buscar ese lugar que debe existir para los dos…” La nostalgia existe, es una luz al final del túnel. Tiene la forma de un camino, a veces se torna en cruz y rosas espinadas, otras veces es solamente un aroma de jardines que ya no existen.

Concluyo la primera parte de estos apuntes con unos breves versos de Rocío Uchofen que evocan la nostalgia a través del otro gran tema del que los escritores hacen una eternidad, ese otro tema capital llamado muerte: “¿Adónde van los muertos cuando los olvidamos?/ ¿Cuando caen inefables de nuestro recuerdo,/ como leves hojas secas que abandonan la memoria?/ ¿A dónde van cuando la trama/ recrea mil y un nuevos caminos,/ para los que quedamos en la vida,/ para los que al cerrar los ojos en la noche,/ los desconocemos?/ ¿A dónde va el humo cadencioso de sus vivencias,/ cuando la marea deja otras aguas a los pies de los amigos?/ ¿En qué lugar desierto descansa el alma?/ ¿En qué lugar quedan los restos,/ las imágenes plasmadas en miles de neuronas,/ el aroma del momento, del suspiro, del silencio que ya fue?/ ¿A dónde van los muertos cuando el tiempo y la distancia/ los envuelven en un remolino ansioso,/ de páginas calendarias, de años nuevos y viejos?/ ¿Adónde van?/ ¿Adónde iremos?”. La muerte sigue su largo camino de recolección de flores y espinas; la nostalgia, hija del amor, busca en estas palabras una morada que en ningún tiempo será suficiente, porque los escritores que venero están muertos, algunos que me han llegado a interesar, están por morir y, la ilusión de inmortalidad que todos buscan, en mayor o menor grado, es sólo eso: una ilusión que nos mira desde aquellos libros que nunca podremos escribir y los otros, los que tal vez nunca leeremos.