ANDRÉ MAYER (Saville, Francia, 1867- París, 1905) es un nombre que no nos recuerda ni dice casi nada de nadie; sin embargo cuando decimos Marcel Schwob conoceremos a un clásico de las letras, maestro de la narrativa y la poesía que hace más de cien años dejó de escribir, pero que sigue existiendo, hablando como una de las voces cúspides que se debería tomar en cuenta, especialmente por quienes se creen descubridores de las formas poéticas en prosa que ya fueron practicadas por Schwob. No fue un poeta romántico (de los que abundan por doquier, sobre todo en Puno), ni moderno, ni siquiera llegó a ser uno de aquellos satánicos poetas malditos. Schwob se crió en el simbolismo francés, pero quebró el orden escrupulosamente metafórico con recetas exclusivas de alquimista literario: poesía y realidad, ficción matemática, sueño laberíntico, premonición, amor y dolor, todo esto en otro nivel, un modus que para su tiempo fue una rotunda novedad y disloque en todas las formas. Se dejó desangrar en el papel. Manchó sus escritos con el aguijón del profundo y lastimante conocimiento de la historia, pero también con las laceraciones de sus propias heridas. Como el nexo entre sufrimiento y escritura tendido paradigmáticamente por Artaud (1896-1948) -quien apenas nacía el año en que Schwob publicaba sus ensayos sobre Francois Villon, El Arte, El Amor, La Anarquía , recopilados en Spicilege, el dolor schwobiano viola el buen sentido de las palabras para filtrar la ironía, el reclamo velado, la angustia, la melancolía (paradójica) casi renacentista de re-construir el presente con los gajos del pasado. Con la mirada "clara, transparente", con la persistente inclinación hacia su propia definición de arte: "polo opuesto de las ideas generales; sólo describe lo individual, sólo propende a lo único; en vez de clasificar, desclasifica". Las formas narrativas y poéticas de Marcel Schwob siguen siendo tan actuales y tan imprescindibles para quien quiere escribir un buen texto literario, el mismo Borges dice acerca de Schwob: «Para su escritura inventó un método curioso. Los protagonistas son reales, los hechos pueden ser fabulosos y no pocas veces fantásticos». Definitivamente los personajes de Schwob remiten al placer de la lectura, su obra tiene el encanto de la simpleza y la originalidad a la vez. Mediante historias ficcionadas de personajes célebres (el pintor Paolo Uccello, la princesa Pocahontas o el filósofo romano Lucrecia, entre otros), Marcel Schwob encumbra un género absolutamente propio en el que usa las palabras justas para los no menos justos episodios creados por él mismo.
Su admiración por Françoise Villon, poeta y bandido del siglo XV, lo llevó a realizar el ensayo más extenso de Spicilège (1896). En él destaca el caótico contraste de un alma de exquisita sensibilidad pero débil, cobarde y mentirosa, en un mundo cuyos valores más caros eran la fuerza, el poder y el coraje. En esa situación no sólo sobrevive, sino que Villon, con sutil perversidad, elabora los versos más hermosos.
El deleite que transmite Schwob es su propio deleite por las situaciones que recrea. Cuando Alejandro Magno, después de destruir Tebas, pregunta a Diógenes si desea que la ciudad sea reconstruida, éste le contesta: “¿Para qué?, siempre habrá otro Alejandro que la destruya”. También pinta al autor la actitud del cínico Crates que, acostumbrado a las llagas de su cuerpo, sólo lamentaba no tener la flexibilidad de los perros para lamerlas.
Todo este tiempo transcurrido no cuenta para un hombre de letras como Schwob que pervive en el tiempo, como una luz que se ve en la oscuridad mas intensa y de donde salen pájaros volando mientras imaginamos la vida real de Marcel Schwob, aquí, ahora, en febrero igual que en otros días..
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