jueves, 10 de julio de 2008

El monstruo de los cerros


LUIS RODRÍGUEZ CASTILLO

PREMIO COPE DE BRONCE XII BIENAL DE POESÍA


Walter L. Bedregal Paz



Tú también pudiste haber dicho “que se haga la luz” y la luz – no lo dudes – sería la misma mansa muchacha que descubre todas las mañanas el mundo.



A Luis Rodríguez Castillo, nacido en Coaza – Puno (1974), no lo conoce nadie, en Puno parece que tampoco – tal vez uno, dos o tres poetas y unos dos o tres amigos más-, dice un hombre en una mesa y lo raro es que el hombre es un amigo poeta, y acaba de contarnos que el tal desconocido poeta especializado en degollar rosas vírgenes como ganador del Premio COPE de BRONCE 2005.

Lucho nos trae los libros de antología del Premio COPE 2005, recientemente entregados en la capital, entre ellos el PREMIO COPE de BRONCE que ganará, titulado El monstruo de los cerros. Rodríguez, estudió en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional San Agustín de Arequipa.

Su discurso poético expresa el ciclo creador de buena poesía, razones luego de publicar sus libros Memorias de un degollador, (2000); La canción de la cucaracha, (2003) donde ya despuntaban sus virtudes como poeta; Janaí o para cantar bajo la lluvia (2005); y Poesía (2006) que hicieron el camino de un destino con una musa bronca, con experiencia vital, para poder lograr últimamente el galardón más importante de Poesía peruana. Actualmente es Director del programa radial Ciudad de Papel y de la revista del mismo nombre, así como coeditor del sello Triángulo.

Luis Rodríguez, es Premio en los Juegos Florales (1998 – 2000) de la UNSA - Arequipa; finalista en el Concurso de poesía (2001) organizado por la revista “Dedo crítico”; en el 2003, fue antologado en el Premio COPE de poesía; a la vez finalista en el Premio Guillermo Mercado Barroso (Arequipa); también es antologado en la antología 2005, del COPE con dos textos, entre otros.

Para recrear con fidelidad las atmósferas de “lo vivido”, de su mundo interior donde todo está permitido, se necesita sentir atracción por el abismo, transgredir y desarraigar la existencia. Y los poemas de Luis, están construidos sobre esos ejes básicos, estructurados libres a través de su lenguaje, definiendo su resultado: el arte de la palabra, la poesía convertida en belleza, cerca a la frontera de la metáfora.

Sé que la actividad poética es un sedante, medicina para las horas de extremada pena, más eficaz que la música y un abrazo fraterno; es el testimonio profundo, complejo y refinado del ser humano. Establecer antecedentes injustificables de la experiencia agradable y atractiva, que es la poesía, serían la noche y los alientos de R.M. Rilke.

Memorias de un degollador, Premio COPE de poesía, BRONCE 2005, contiene muchos hallazgos de psicología social, pero más allá de su valor sociológico, es la descripción de una intimidad, contada entre líneas es la soledad y las maneras de engañarla. Como Baudelaire, Rodríguez domina el arte de poblar la soledad y sabe que las calles en las noches son la mejor escuela para estar solo entre la muchedumbre.

Mejor así, vivir en esa paradoja, que el poema nos diga desde el fondo de su alma en qué consiste y sobre qué reposa su particularidad propia a través de sus latidos y sus propias manifestaciones. Para degustar su poesía, tenemos que leerlo:



POEMA CELESTE



Celeste es una mujer que adorna

- como un arte que bambolea sus 18 quilates –

las feas calles de Lima

Celeste tiene:

desnudos los zapatos

y una mirada irreconciliable

a Celeste se le podría vender como estampita de Santa

en la puerta de cualquier Iglesia

pero ella cobra 15 soles en una avenida

y da con su rostro estampado en el frío

Celeste gira y da con la vida

(15 soles y la misma avenida)

Celeste se va se viene

y se detiene para poder pasar

Celeste repite los días

y las calles repiten a Celeste todos los días

Celeste se mete

la noche al bolsillo trasero y

ensaya una sonrisa capaz de alojar esa Av. que transita su vida

Celeste aprendió desde muy niña

el arte de atravesarle

alfileres a los sueños mientras se está dormido

y dejarlos – a los sueños –

quietecitos sin que puedan mover sus alas

es de noche

y Celeste abre las piernas

con la misma destreza con que una lechuza extiende sus alas.

Último Corto

(Como serenata a la ventana de Janaí)

Título : “Historia del pájaro que vestía un

saco azul”

Tiempo de duración: Todo el tiempo que sea necesario

para que la dama en mención

escuche mi canto

Actúan : Los actores han preferido

mantenerse en el anonimato,

decisión q los editores

respetamos

Guión y dirección : Filonilo catalina.



HISTORIA DEL PÁJARO QUE VESTÍA UN SACO AZUL

(O historia de amor para que Janaí me deje ver la parte azul de su corazón)

Este pájaro amaneció despeinado en mis manos y salió a la calle despreocupado, con su saco azul y un paisaje de emociones que cubrían de plumajes cada uno de sus pasos. Caminando, con pasos orientados, siempre, al norte, alzó su rostro - desdibujado por el humo y la bocina de los carros - y miró al sol en una acalorada discusión con los lagartos. Este personaje tenía, en vez de alas, dos manos - que con torpeza - intentaban calcar los sentimientos del pájaro sobre una hoja en blanco. También vestía, aparte del saco azul, un pantalón al que el color le había puesto los años y un par de sandalias desorientadas con un libro de versos bajo el brazo que remplazaban al instinto migratorio que poseen todos los pájaros. Mientras el sol despintaba la piel a, sus amigos, los lagartos, el pájaro contempló, por breves segundos, cómo se pintaba, en las mejillas de una muchacha, el cuadro más bello del sol cuando se está alejando y pensó en el dulce sabor que tendría el corazón de aquella dama, entonces la siguió con un ramillete de aves rojas en las manos.

La dama en mención era, nada menos, que otra pájara y en su rostro se dibujaba el mapa que a todo pájaro desorientaba, guardaba una estación en los labios y caminaba, con descuido natural, disparando plumas a cada paso sobre el pecho de los muchachos.

Aquella pájara se fijó en nuestro joven personaje de saco azul y él, todavía despeinado, ofreció el ramillete de aves rojas que agarraban sus manos y sólo entonces los paisajes se desplumaron.

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