sábado, 12 de julio de 2008

Fe de erratas: ¿crítica literaria o chamanismo y ventriloquia?



Por Darwin Bedoya





“La crítica se compadece mal con cualquier ejercicio de ventriloquia.

Es una obviedad: el fundamento de la crítica es la lectura

y la impresión que deja en el que la lee.

En esto, todos los lectores, críticos o no, somos iguales”.

D. Valente



En este desolador panorama literario se puede ver mucho bosque y ningún árbol. Y es que luego de algunas polvaredas desatadas en torno al tema de la crítica literaria en Puno, han aparecido por ahí: exabruptos, subterfugios, chamanismos, ventriloquias y pendejismos puros que afirman a viva voz, la existencia de una ejercitada labor de crítica literaria. Dos de los más recientes ejemplos erróneos incluyen a Boris Espezúa y Percy Zaga. El primero, poeta nuestro, comete un increíble ¿desliz? en su comentario: Los bríos de la literatura puneña, (Los Andes, 01/ 07/ 07), señalando que en el número reciente de la revista Apumarka, se han publicado 21 textos con ejercicio de crítica literaria, cuando en el fondo el contenido de la misma revista lo desmiente: un artículo es del Italiano Badini, dos son del boliviano Aldo Medinaceli, dos versan sobre música, otros dos sobre teatro y la transformación social del Cusco, uno reseña sobre el último libro de Lucho Gallegos, y así por el estilo. ¿Los demás son realmente artículos de crítica literaria? Cuatro o cinco, tal vez. Aún así, ¿Todos puneños? ¿Son textos de crítica literaria?

En el otro extremo, está la reciente aparición del texto Literatura puneña para educación secundaria (René Impresores - 2007, 160 pp.) del renocido poeta Percy Zaga, quien menciona que, en Puno se puede considerar cuatro críticos literarios entre intelectuales ya extintos físicamente y los presentes; apunte emotivo y loable, por supuesto; pero absolutamente impreciso. De esos cuatro nombres rescataríamos un atisbo e inclinación seria de crítica en los trabajos de Federico More, en tanto que a los tres nombres restantes, preferimos ubicarlos en otro rubro, tal vez más cercano a la creación ficcional o el academicismo en las aulas universitarias.

Además de los dos autores mencionados, existe otro sub grupo, elenco o comparsa de “críticos puneños”,reseña, un comentario, un artículo o un ensayo, de por sí eso es crítica literaria, cuando sus mismos textos distan mucho de que de lejos sólo incrementan sus desatinos, carencias y ansias terribles de figurar a toda costa como los mejores escritores, que tampoco los hay en nuestro contexto. Se piensa que quien hace una ser tales. Peor aún, se cree que quien funge de comentarista en la presentación de un libro y dice sus rabietas, sus envidias, sus egos, sus desilusiones, sus sandeces impensadas (de las que después se arrepiente), desde que hace uso del micrófono ya es crítico literario. En el colmo de los colmos se ha querido decir “sucesor” o comparar a uno de esos comentaristas o animadores culturales con Antonio Cornejo Polar o con el mismísimo Alberto Escobar, ¡Increíble!

Parece que las lecturas están quedando en el olvido, en las abandonadas bibliotecas, y es que de pronto todos son críticos, poetas, narradores. Sólo falta que por ahí surja un ensayista, un reseñador, un articulista, un biógrafo, un esteta, un antólogador, un traductor, un articuentista, etc. etc. Únicamente resta que algún periodista, reportero o conductor de programas o maestro de ceremonias sea “crítico literario”. Cuando en el fondo lo que único que tenemos es comentaristas baladíes, que a duras penas redactan algunas líneas con sentido común

Estamos muy lejos de leer a un crítico literario de verdad por estos lares, más todavía si atendemos el perfil de un crítico, en palabras del español Echevarría: El crítico genuino es un tipo muy particular de lector que al placer natural de la lectura añade el de indagar en los mecanismos que intervienen en ella. De esa especie de perversión deriva el crítico una función social: la de orientar a los otros lectores en la tarea de responderse responsablemente a la pregunta que justifica la existencia misma de la moderna crítica literaria: ¿qué leer?” A esto hay que añadirle más todavía, si entendemos que el crítico deberá ser tanto o más culto que el escritor más erudito de su tiempo, si éste último podría existir en Puno, por supuesto.

Hay una desidia y confusión absoluta en el tema de la crítica literaria, también una ceguera que obnubila los espacios literarios en medio de tanta mediocridad y amiguismo barato, creemos que la mayor virtud que puede adornar a un crítico es un conjunto de razones para reconocer lo nuevo, y no sólo para hallar “lo bueno”; su mayor hazaña deberá ser la construcción de un lenguaje de acogida para la recepción de aquello que, por dilatar el campo de la sensibilidad establecida, carece todavía de un registro público. Un crítico deberá mostrar los entresijos literarios de la trama y el discurso que las obras posean, de ese modo estará poniendo al alcance de los lectores aquellas obras con epistemes, que, por lo visto, tampoco, como lectores, hemos podido encontrar en la bibliografía local.

Si un día existiese, en nuestro altiplano, el arte de la buena literatura, no debería consistir en otra cosa que en lo que Coleridge definía como: las mejores palabras en el orden mejor. Y para ello, creemos que debemos esmerarnos tanto o igual que la dimensión de nuestras emociones y anhelos. Si por ejemplo no sabemos mínimamente los aspectos internos y periféricos de un texto, la estructura del texto, las propiedades del texto, la clasificación de textos, los hipergéneros textuales, la semántica del texto, la morfología del texto, la lingüística del texto, etc., etc. Entonces, ¿cómo podremos abordar los textos académicos: el comentario, la reseña, el artículo, la monografía y el ensayo involucrando en ellos a la crítica literaria?

En la práctica, y a juzgar por muchos ejemplos reales, se diría que no cualquiera puede ser crítico. Pero lo cierto es que habría que exigir unas consideraciones mínimas: un vastísimo caudal de lecturas –algo muy raro aquí, por lo que también se ve–, un buen conocimiento de la historia literaria, de la teoría literaria y una estrecha familiaridad con los fundamentos teóricos y los métodos críticos -que tampoco se conocen en nuestro altiplano- De uno u otro modo la crítica, gracias a su análisis, permite conocer el caos y el orden del texto. También, por supuesto, una buena crítica muestra las acuciosidades y tramas lúdicas que se permiten debido a las técnicas modernas que actualizan a la literatura. Entonces, el lector, objetivo final de la literatura, podrá saber en qué caminos está discurriendo su imaginación y la del autor.

La crítica también cumple un rol más importante todavía, ser lámpara y balanza para discernir lo bueno de lo malo, para iluminar las oscuridades propias de la literatura contemporánea y para, en cierto modo, valorar las buenas obras y las medianas y las que no es necesario leer. La crítica literaria, reiteramos, debe contar con suficientes aparatos teóricos para que su discurso posea un lenguaje claro y sencillo para que, aparte de su rol esclarecedor de aquellos metalenguajes y oscurantismos lingüísticos, también pueda ubicar a la obra literaria en el contexto socio-cultural correspondiente.

Por otro lado, el ensayo literario es otro género, es un espacio distinto pues, reúne ciertos rigores textuales, ciertas estructuras y, especialmente abandona la ficción, de acuerdo a los postulados de su fundador: Michel de Montaigne. Los vínculos que unen a la crítica literaria con el ensayo, serían que ambos espacios recorren territorios escriturarios abriéndose camino como quien limpia la maleza en la selva para avanzar a su destino. El ensayo literario, además, como texto académico, es un espacio refractario a los métodos y a la disciplina, al que le sobran los montones de erudición de los tratados y artículos académicos, la jerigonza técnica de la filosofía y las ciencias, la esforzada impersonalidad de quien expone verdades aceptablemente objetivas, un tanto parafraseando a Ródenas de Moya.

La condición del ensayo deriva de la posibilidad de pesar mentalmente determinado asunto, o tema que, en el proceso se va convirtiendo en un examen hecho con exigencia o exactitud. El ensayo tiene ciertos atributos característicos, por ejemplo, a través de su estimación podrá darle un valor específico al tema tratado, considerando que su origen latín exagium nos conduce a atender sus otras bondades: adoptar las actitudes polémicas, proponer nuevos puntos de vista, cuestionar el pensamiento pasivo e inerte, llegar a la tentativa y riesgo del análisis, navegar por la ambigüedad, figurar en zonas imprecisas y desorientadas, entrar como en su casa al pensamiento llano y al pensamiento sistémico

Escrito desde antiguo, el ensayo, finalmente, se distingue de otros textos académicos, por tratar no solo en su extensión reducida y en el desarrollo menos acucioso de los temas, sino porque suele adoptar un sesgo preferentemente personal, debido a la directa aparición del autor en el texto, reflejándose sobre éste algunas situaciones ocasionales o episódicas que le dieron origen. Lamentablemente en Puno, hasta se usan mal los rudimentos filológicos, creemos que el camino adecuado está en empezar destruyendo los complejos de superioridad, los hábitos de sabelotodo, las emociones de adolescente mayorcito, las ilusiones de ganarle a Oquendo o a Churata de la noche a la mañana, con la publicación de un “texto” emulando al poeta de moda o del que se habla bastante porque escribe, ciertamente bien.

Para terminar esta fe de erratas, necesaria y urgente, podemos decir entonces que, si insistimos en concurrir cada viernes a esa reincidencia de ventriloquias de crítica de mercado, en escribir cualquier cosa y publicar al día siguiente; entonces, con ese negocio redondo de verduleras, con ese remate y oferta, con el tres por uno, con ese desprestigio común y brillante; estamos seguros que el lunes podremos hacer una clasificación exacta de los “críticos literarios puneños”, que nadie lo dude, será de la siguiente manera: los pretenciosillos descabellados, los mamarrachos abominables y los pelandrunes de media tinta. Mientras tanto, mientras no haya crítica literaria genuina o se piense que exista, seguirán existiendo los talentosos en el arte de vender sebo, los Sainte-Beuves puneños, los chamanismos y ventriloquias. Hierbas nada más.

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