(Domingo 13 de julio, diario Los Andes)
Walter L. Bedregal Paz
Una antología, en la mayoría de los casos, suele ser a la poesía lo que un catálogo a la pintura, esta es apenas una ruta, un itinerario que sugiere cierto destino y, evidentemente tiene un objetivo lleno de riesgos que normalmente no nos permiten llegar a lo sustantivo. El concepto griego de antología que etimológicamente significa “ramo de flores”, en aquel entonces helénico, aludía a una colección de epigramas poéticos compuestos, mayormente, en dísticos elegiacos, exóticos, líricos, etc. Hoy por hoy sigue teniendo ese signo de reunir lo más selecto y mostrarlo al lector. En este entender, una antología supone la construcción textual colectiva que asume la significación de reelaboración de un lector o grupo de lectores, quienes emplean textos existentes, en este caso poemas, para elaborar un texto antológico. El punto de partida para la estructuración de una antología es, evidentemente, la lectura. Es, entonces, este lector quien se arroga la facultad de elegir a los poemas que crea por conveniente para que sean insertos en el nuevo volumen donde se encontrarán poetas precedentes y contemporáneos, inclusive, si el lector—autor ve por conveniente, puede incluir en sus autores seleccionados a los más noveles, y ahí precisamente estará su riesgo de incendio en las manos. He ahí el carácter libérrimo del antólogo. La plena libertad de elegir a quienes contempla con textos poéticos de calidad y con la perspectiva de mostrarlos o pretender hacerlos, de alguna manera, universales a través, obviamente, de esa ventana que no es sino sinónimo de una antología poética. Porque nuestra poesía no puede estar en los estantes esperando la polvareda de los años de silencio y olvido, como suele ocurrir muchas veces. En ese sentido, la función de las antologías sigue siendo, desde tiempos inmemoriales, la de servir de muestra, de conocimiento, revivificación y conservación de las letras. La antología Aquí no falta nadie tiene ese sino. El de la perdurabilidad de la poesía puneña, al margen de las ausencias y demasías que se le puedan atribuir, esta selección es una cuestión de estéticas y de intertextualidades que también se pueden explicar por su signo de fractalidad. Asuntos que abordaré en otro momento con mayor extensión y profundidad para quienes se han preguntado hartamente sobre estos argumentos.
Sin embargo, hay quienes quieren participar de una vana co—autoría con sus lamentaciones. Creo que una reseña o un artículo sobre cualquier antología, no debería ser en torno a quiénes están demás, quiénes sobran o, como muchos repiten casi en coro, que la extensión del prólogo es demasiada. Otros se han detenido en la selección de criterios, en los instrumentos, en la cantidad de páginas o, finalmente, en que el libro es muy o poco lujoso. Esto me hace pensar en miopías y cegueras absolutas. Me hace pensar en que no hemos avanzado nada en cuestiones de lectura. Tal vez nuestros intelectuales no hayan ido a Europa a estudiar, sino a ser estudiados. Creo que el verdadero lector que quiera decir algo sobre esta antología, primero deberá leer todo el corpus y culminar en el índice. No deberá quedarse o agotarse en el prólogo. El verdadero lector será aquel que se detenga en la poesía inserta en este texto. El lector auténtico será el que se inmiscuya en la poética de los autores y sustente con argumentos sólidos sus puntos de vista. Aquel lector que se atribuya el papel de “crítico literario” deberá ser aquel que se entrevere en la poesía de los autores aquí reunidos y diga algo digerible, literario, poético o que demuestre señales de agudeza, clarividencia o juicio crítico. Porque el verdadero problema no está, empero, en el título del libro, ni en los nombres de los antologazos, sino en que, el ánimo de algunos sufre mutaciones al puro estilo kafkiano cuando al revisar el libro no han encontrado su nombre, no han hallado el título de sus libros (antilogías) como fuente bibliográfica y menos han podido encontrar el nombre de su mejor amigo o compadre y esto, obviamente les está haciendo golpear las puertas del cielo, que lamentablemente están cerradas. Pero me temo que alguna precisión en el título, que acentuará más el carácter personalísimo de la obra, no cambiará en gran cosa el encono de quienes de por sí se han venido a autoproclamar malos lectores y, no solo eso, sino también, malos “comentaristas”. Al final, es cuestión de ver las maldiciones que suscitó, hace más de una década, cuando preparaba una antología. Entonces ya se preguntaban quién era yo para adoptarme la tarea de presentar ese panorama. Siempre queda la duda de por qué piden la sanción de un lector al que consideran tan nefasto.
Mientras repaso las páginas de esta antología con ciertos rasgos de exploración crítica, con sus incólumes poemas, pienso: hasta ahora hemos “escrito” los estudios de la poesía puneña de distintas maneras; de lo que se trata es de “leerla” mejor. Y es aquí entonces donde surge la gran pregunta: ¿existen lectores en Puno? Si la respuesta fuera positiva, que alguien lance la primera piedra y que muestre la mano. Es decir, que escriba el primer comentario o reseña de verdad y revele algo de inteligencia. No soy el más indicado para rasgar vestiduras en esta poca paz que aún queda en los escritores puneños, pero los nombres se ponen. Porque el anonimato para el insulto es una mediocridad completa. Si se trata de matarnos entre nosotros, como decía cierto poeta, hagámoslo, pero matémonos mirándonos a los ojos, con dignidad.
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