sábado, 16 de octubre de 2010

Plegaria de cráneos/libros quebrados Sobre la poesía de Ernesto Carrión



Escribe: darwin bedoya







La nueva aparición escrituraria de Ernesto Carrión (Guayaquil, 1977), es con Fundación de la niebla (Cascahuesos editores, 2010, 78 pp.), obra que ocupa de inmediato un lugar clave en la escena latinoamericana de la poesía actual. No solamente por mostrar las tensiones poéticas que Carrión siempre ha revelado, sino, sobre todo, porque con estos versos de estremecimiento y potencia nos entrega una concurrencia de referentes indispensables para la tipificación/ratificación de una nueva poesía latinoamericana, además, Carrión, con la estela de este libro, enriquece su propio corpus poético que empezó con El libro de la desobediencia (2002).





La propuesta estética de este poeta ecuatoriano desborda lo exclusivamente literario y poético. Esta obra entra en el concierto de los cantares de [coma] (2006) de Héctor Hernández Montecinos y Sparagmos (2008) de Maurizio Medo, y también implica a una obra anterior de Carrión: Demonia Factory (2009) cartografías que reiteran nuevas estéticas como las concordias atribulantes más logradas. Precisamente Hernández Montecinos es quien refiriéndose a la obra de Carrión y otras del circuito, señala que «estas escrituras están pensadas como obras, no como conjuntos de poemas ni de libros. Son obras como propuestas, y desde allí aparece su radicalidad, pues rompen la linealidad del progreso, tienen un carácter insular, se ponen en tensión ellas mismas y al circuito de su aparición. Estas escrituras aceleran los procesos de cambio en los sistemas donde emergen, alteran el estado "natural" de la poesía, atribulan la quietud del canon conservador. De allí que se pueda asegurar que estas nuevas formas de radicalidad invalidan al resto de las obras, las dejan en vergüenza, ridiculizan al guante conservador, se burlan del miedo.» Esto supone que, en la obra de Carrión hay una preocupación por las formas ya no sólo de los versos, las palabras, la apariencia y la desjerarquización de las letras, sino también por la cosmogonía, el recurso lírico que construye la neblina y las palabras que, en cierto modo, contribuyen a guiarnos entre la oscuridad y las plegarias.



La vida de la poesía depende de la lucha entre la ruptura y la tradición. El poeta sabe del futuro porque se abisma en los orígenes. Los textos poéticos son las verdaderas escrituras de la fundación. Llegar a comprender completamente la poesía de Carrión sería llegar al fin de la poesía. Sería nuestra condena definitiva al silencio. El hecho de que las imágenes y los pensamientos aparezcan y desaparezcan en un guiño de estrella, no impide que las palabras de esta poética sean lámparas cuya luz permite que las cosas insistan y persistan, para sacarlas de sus ignotas tinieblas. Estas tinieblas suponen otra caracterización de la voz poética. Una voz que como un pájaro insidioso va diciendo árboles en la poesía. Una voz que nos confirma que la lepra es la escritura. Tal vez por ello la voz de Carrión cruza los territorios de la escritura en la ceniza, es decir, se erige como una plegaria de cráneos brillando en la oscuridad. Discursivamente el descentramiento se refleja en que esta poesía, aparte de ser una meditación de la muerte, también se acerca a ser, cada vez más, la expresión de una lengua menor, en el sentido deleuziano; abre otra lengua en el poema, una lengua que desespera de la comunicación o hace un ensayo de ella; lengua que exasperadamente se pliega sobre sí misma o se descomprime en una dispersión que la acerca a la lengua de todos los días.



El asunto central en Fundación de la niebla parece ser nuevamente el fuego hablado de un universo estelar dentro y fuera de la escritura. La incorporación del proceso de creación de galaxias dentro de la realidad poética enriquece y da nuevas dimensiones de estos artefactos artísticos de Carrión. En su obra ocurre/crea un diálogo interdisciplinar con la realidad del siglo XXI. En esta nueva realidad poética convive, al mismo tiempo, el desarrollo de la sensibilidad estética y la aventura del lenguaje porque se escribe desde la niebla hacia la niebla. Pero, realidad, a la vez que irrealidad donde esta escritura deforme no puede ser el mundo, la relación del sujeto poético con el discurso aparece también desconcertante en cuanto ya no se considera a la subjetividad como una esencia, sino como una construcción sujeta a una verdadera tecnología del yo. Estremecimientos: cabeza, cabeza…



Creo que sin el ruidoso aroma de este tipo de poesía, vivir sería sencillamente vegetar hasta desaparecer. Ya lo mencionaba George Steiner: «Un gran poema, una novela clásica nos acometen; asaltan y ocupan la fortaleza de nuestra conciencia. Ejercen un extraño, contundente señorío sobre nuestra imaginación y nuestros sueños más secretos. Los hombres que queman los libros saben lo que hacen.» Libros quebrados, Carrión va quemando los libros para instaurar una obra. No los poemarios, sino las obras, parece sugerirnos. La poesía de Fundación de la niebla es la otra voz: antigua y actual, sagrada y maldita. La poesía es la palabra que funda una poética, un lenguaje, un vacío. La ternura del vacío, anotaría el propio Carrión. La antigua creencia de que los poetas eran videntes y adivinos, chamanes y brujos; hoy se afirma desde un pensamiento lingüístico literario, en palabras de Jacques Lacan: la verdad tiene estructura de ficción. Carrión, como otros poetas que trabajan en la búsqueda de un lugar propio, cercena las palabras y establece continuidad entre las partes de su universo. Así un día tanta vida pueda escribirse. Ruedan cabezas. Muertes incompletas, y el poeta puede hacer sombra donde le dé la gana.





Esto es lo que queda escrito sobre papel mojado:





Escribo como si el mundo empezara por este punto; la noche acomoda su caja de huesos viejos sobre la espalda de una iguana que repta un tronco. Una noche, unos huesos, una iguana, un tronco. Entra todo en El Horno de los salvajes. Aguanto el aire. Vamos ganando entonces desprecio por este mundo. Lo estamos construyendo con la lengua de los molinos viejos. Con un palo en la otra mano de la vida. Hace tanto de esto. Continúo mirando. Tratando de hacer más nítido –en mi cabeza- el tajo congelado de las cosas. El sabor del mundo. De esta manera he escrito toda mi vida: con una mano sobando mi calavera. Pensando que todo esto sí ha ocurrido. (p.37)



Escribir para no ensanchar más la mirada entre el objeto y nosotros Escribir la cotidianidad que muestra nuestro hígado sobre las plataformas marinas Fanal violeta Baja el viento atrapado desde los postes en la teoría de que todo vuelve a ser polvo Rencilla necesaria La luz de una mariposa quiere saber por qué ella no tiene alarma La mariposa no contesta Ella ordena obsesionada sus colillas por el patio helado Así un día tanta vida puede escribirse Yo escribo sobre lo que veo Tiro a la inteligencia sobre tierra quemada Funcionando Agitando al hambriento sobre la simpleza de los alimentos Así es como recobro el mundo (p.38)





Juliaca, setiembre de 2010



viernes, 15 de octubre de 2010

La "Oscura ceremonia", de Darwin Bedoya


Oscura ceremonia
darwin bedoya
Colección de poesía "jaula de papel"
LagOculto editores
plaquette 32 pp.
Juliaca - Perú


Darwin Bedoya y Javier Núñez


Por Javier Núñez

Escribir poesía es una actividad misteriosa, inexplicable como la muerte o la vida. Pareciera que los poetas obedecen a fuerzas sobrenaturales cuando escriben poesía… En el proceso de la creación, el poeta explora la otra cara de la vida y la expresa artísticamente a través del discurso poético… Por otro lado, el poeta no recrea realidades existentes, más bien construye nuevas realidades… Después de estas palabras previas nos aproximaremos a Oscura ceremonia, de Darwin Bedoya.

Darwin Bedoya (Moquegua, 1974) es consecuente con la escritura, es un poeta en ejercicio como pocos lo son… Ha logrado desarrollar un estilo propio, tanto en el tratamiento temático como en el manejo del lenguaje. Sus poemas y cuentos son dignos de figurar en antologías rigurosas… En resumidas cuentas, Bedoya es una de las voces literarias más prominentes de la Generación de Fin de Siglo [y de la literatura puneña], junto a Filonilo Catalina.

Oscura ceremonia (LagOculto Editores, 2010) es una plaqueta de veintiún poemas impresos en papel de matiz sombrío. Los ejemplares editados están numerados (50 ejemplares). A nivel de la “estructura superficial”, diremos que es poesía en prosa. Las frases son cadenciosas, musicales… El ritmo fluye como la corriente de agua serena (no hay palabra que sobre o falte)… Bedoya usa artísticamente la lengua, de modo que logra la belleza exigida en la construcción textual… A nivel de la “estructura profunda”, el título del poemario apunta a la noche, la soledad, el silencio, la tristeza, la muerte. En efecto, son los rasgos sémicos que se reiteran con frecuencia en cada uno de los poemas. Dichos rasgos sémicos aparecen en relación íntima con la escritura, las palabras, es decir, con la “poesía”… Bedoya construye un sujeto textual que reflexiona sobre el oficio del creador, del inventor de realidades, del trovador anónimo… El hablante lírico se desplaza entre la vida y la muerte, y crea su propio contexto. Desde allí enuncia el discurso poético, cuyo tópico es la “poesía” como actividad misteriosa, junto a las palabras, el acto de la escritura, siempre en relación con la vida y la muerte. En algunos textos alcanza a reflexiones metafísicas. El hablante lírico, a menudo, tiene incertidumbre, no encuentra respuestas para sus preguntas. Su preocupación constante es la naturaleza de la poesía y el acto de escribir. Oscura ceremonia, no sólo es discurso poético, sino un culto a la poesía. En resumen, escribir poesía está asociado con la vida, la soledad y la muerte…, tal como apunta el sentido del poemario. Escribir poesía es un acto sagrado, un rito con las palabras, que trasciende a la muerte y la vida…, en tal sentido, la muerte es una forma de seguir escribiendo…

jueves, 7 de octubre de 2010

Nuevo cuento puneño: Erotismo y goce en la narrativa de Javier Núñez



Por darwin bedoya


En el prólogo a «La cita y otros cuentos de mujeres infieles», la escritora Rosa Montero se detiene en una entrevista muy irritante para unos y muy excitante para otros, Montero señala: «una empresa de cosméticos italiana mandó hacer una encuesta sobre las consecuencias físicas y psíquicas del adulterio, y el trabajo arrojó unos resultados espectaculares. Al parecer, las mujeres rejuvenecen con la infidelidad; el 47% se preocupa más de su aspecto tras echarse un amante; el 28%, adelgaza y recupera la línea; el 24% asegura que su piel se vuelve más tersa y luminosa, y el 52% sostiene que la traición les da más equilibrio psicológico. Además, el 26% confiesa que no tiene ningún sentimiento de culpa: de todos los apartados relacionados con el remordimiento, este es el que obtiene el porcentaje más alto. En el caso de los hombres, sin embargo, sucede casi lo contrario. Por ejemplo, el 32% de los varones se siente muy culpable tras el adulterio; también el 32% se ven con más arrugas, y el 24%, se ven más barrigones. Se diría que a los señores les sienta fatal echar una cana al aire, mientras que a las mujeres nos pone estupendísimas». Las ideas de traición, adulterio, «canas al aire», «choque y fuga», flirteos, virginidad, virilidad, machismo, etc., van intrínsecamente relacionados con la idea de erotismo. Al igual que el concepto de erotismo está íntimamente vinculado a los misterios fundamentales de cada cultura. El arte y la literatura de cada pueblo nos hablan de la experiencia erótica desde tiempos inmemoriales, frecuentemente separados de las nociones de religión y tabú. ¿Existe necesariamente un límite entre lo erótico y lo prohibido? ¿Qué nos dice la descripción del placer y del erotismo sobre el sistema de valores de una determinada sociedad? Son preguntas que tienen que ver con los tiempos actuales y que necesariamente reflejan la condición humana y sus formas de convivencia en este nuevo mundo y su vertiginoso discurrir. Todas las grandes civilizaciones del mundo —algunas de una manera más manifiesta que otras— han mantenido teorías sobre el sexo, respondiendo a la necesidad de dar una significación al deseo y a la sed de satisfacerlo. Es el amor y el erotismo la esencia del texto narrativo que ahora nos ocupa.

¿Cuántas manos tiene un hombre cuando habla del deseo? ¿Cuántos rostros se pueden encontrar en él? ¿Cuántos sueños hay en sus noches cuando anhela el deseo? ¿Es posible apagar los fuegos interiores con palabras? ¿Es una ilusión el amor? ¿Hasta qué punto soñamos cuando no dormimos? ¿Cuántos fantasmas escritos hay en nuestro cuerpo? ¿Qué hay sobre nuestra piel cuando el deseo, la caricia y el perfume se encentran? Estas preguntas parecen residir y a la vez ser el hilo conductor del nuevo texto narrativo de Javier Núñez (Melgar-Puno, 1980) Un hombre y una mujer, una mujer y un hombre que se encuentran y se desencuentran en la intimidad son los protagonistas de estas ocho historias en las que su continente, unidad plástica, trasfondo literario, brevedad y pericia lingüística nos develan la fuerza expresiva de un autor que, al margen de modas literarias, de fórmulas preconcebidas y círculos literarios se da a conocer con este texto rotulado «Salomé y otros cuentos» (Grupo editorial Hijos de la lluvia & LagOculto editores, 54 pp. Lima, 2009). Un libro de cuentos breves y elípticos, un libro alejado de los temas andinos (excepto el cuento Salomé) y los referentes geográficos de nuestros paisajes de la sierra.

Siendo el deseo erótico el hilo del que pende y se alinea la unidad de este libro, es necesario hablar de ello. En «Salomé y otros cuentos» el erotismo no imita la sexualidad, «es su metáfora.» El texto erótico es la representación textual de esta metáfora. Con esta posición opuesta de formas de amor es que Javier Núñez nos narra historias perfumadas con un tono sicalíptico, casi como una estela que alumbra ésta su ópera prima. En estas páginas el erotismo toma en cuenta hechos de orden subjetivo, de placer, de apetito o de necesidad claramente sexual, pero también ligados al ejercicio de funciones comúnmente consideradas como no sexuales. El hombre pide, pero la mujer tiene el poder de acordar o de rehusar: «Prepárate, querido —me dijo mientras se desabrochaba la blusa, en tanto que advertí sus pechos erguidos y cubiertos con un brasier negro—. El pantalón y las bragas me los quitarás tú, porque eso es deber de los hombres». (Una noche con Pamela, p. 49) Desde el esbozo del primer paso hacia la conquista de la mujer, el hombre se desviriliza. Creemos que ahí está la clave del laberinto sexual. Hemos alcanzado, creo, la edad del «homo eroticus.» Esto ha sido posible por una conquista de la libertad que ha venido de la ciencia, la ciencia que ha hecho huir las sombras siniestras de los prejuicios, de las obsesiones, de los rituales sin rito. Poco importa si la ciencia no es extraña al proceso de difusión del erotismo: su utilización se le escapa. Precisamente Octavio Paz desarrolla la idea de que es precisamente la capacidad del ser humano para el amor y el erotismo lo que hace la diferencia para no caer en la mera sexualidad animal, cuyo único fin es la preservación del género: «El erotismo es sexo en acción pero, ya sea porque la desvía o la niega, suspende la finalidad de la función sexual. En la sexualidad, el placer sirve a la procreación; en los rituales eróticos el placer es un fin en sí mismo».

«Por el momento estamos bebiendo whisky; para empezar eso está bien. Ya vendrán los episodios de relación más íntima, porque nuestra relación de este instante es superficial, limitada a miradas, diálogos… Estamos los dos y nadie más en esta habitación, y ya se aproximan las veintiún horas. Sin duda estamos consolidando la confianza entre los dos. Debo admitir que me está comiendo con los ojos, y dentro de unos minutos ya nos comeremos en la cama». (Clara Luz, p. 12) El acto de amar no es erótico en sí; pero su evocación, su invocación, su sugestión y aun su representación pueden serlo. Siendo la obsesión sexual, manifiesta u oculta, desenfrenada o dominada, un componente, o mejor un dominante de la vida social, e ilimitado el comportamiento erótico, estaríamos tentados de buscar una definición fácil de lo que es el erotismo en el amor; por ejemplo, se podría admitir que todo lo que no es genésico es erótico. Tal vez obtuviéramos de ese modo la aprobación de los teólogos, pero esa simplificación, por legítima que sea, no nos llevaría a ninguna parte. Preferimos entrar oblicuamente en ese dominio que oculta lo que hay de más individual en el hombre. Camilo José Cela, en su «Diccionario del erotismo» señalaba que: «[…] El erotismo es la exaltación —y aun la sublimación— del instinto sexual, no siempre ni necesariamente ligada a la función tenida por sexual en el habitual uso de las ideas y las palabras. […]» Casi marcando una distancia con Cela, George Bataille calificaba el erotismo como aquella parte de la sexualidad humana que nos distingue de los animales. Visto desde este ángulo diferente, el erotismo llega a ser el aspecto de la sexualidad que no funciona solamente con los instintos. Eso lo sitúa en una posición clave de la vida humana que determina toda nuestra sociedad y sus reglas, el pensamiento o el arte. En ese entender, se le atribuye al erotismo los elementos característicos que son el amor y la sensualidad, es decir aquella forma de amor que se dirige a los sentidos.

La Pamela putísima que crea Javier Núñez, parece ser amiga íntima —¿son del mismo burdel?— de otra putita, la «Princesa inclemente» inventada por Bolaño en su cuentario «Putas asesinas» cuando esa princesita le dice a Max: «Así pues, me quito la ropa, me quito las bragas, me quito el sujetador, me ducho, me pongo perfume, me pongo bragas limpias, me pongo un sujetador limpio, me pongo una blusa negra, de seda… […] Digamos que ha sido tu danza la que ha acelerado mis movimientos. Mientras yo me visto, tú danzas. En alguna dimensión distinta a ésta. En otra dimensión y en otro tiempo, como un príncipe y una princesa, como la llamada ígnea de los animales que se aparean en primavera, yo me visto y tú, dentro del televisor, bailas frenéticamente, tus ojos fijos en algo que podría ser la eternidad o la llave de la eternidad si no fuera porque tus ojos, al mismo tiempo, son planos, están vaciados, nada dicen». Este es un fragmento de uno de los mejores cuenticos del chileno, y lleva el mismo título que el libro, «Putas asesinas»; Núñez se conecta con esta atmósfera subjetiva y sugestiva del buen Bolaño.

«El sexo es un arte —dijo— conmigo aprendieron muchos hombres… Tú estás en tu punto, te voy a enseñar muchos secretos para que seas un hombre cotizado y para que nunca te olvides de mí… […] Escucha: la primera vez que se hace es clave. Si lo has hecho bien, si la chica llegó al orgasmo, o mejor todavía a múltiples orgasmos, entonces ella jamás te dejará ni te olvidará en toda su vida…» (Una noche con Pamela, p. 51-52) El erotismo toma en cuenta hechos de orden subjetivo, de placer, de apetito o de necesidad claramente sexual, pero también ligados al ejercicio de funciones comúnmente consideradas como no sexuales. De todos modos, el contexto social, étnico, cultural tiene una incidencia demasiado marcada para que el biólogo pueda osar pronunciarse y salir de esos «límites inciertos». Sabe que la educación, el lenguaje, la tradición, el nivel de civilización, todo el medio psíquico, colaboran en las costumbres amorosas del Hombre; estimulan o inhiben, animan o prohíben, imponen o levantan «tabúes», reprimen o liberan, inspiran el pudor o excitan la osadía: «Mientras permanecía desnuda y con las rodillas levantadas, él se quitó la ropa raudamente pero no sus gafas. Me acomodó sin dejar de acariciarme y me hizo el amor con furia imparable y movimientos cada vez más rápidos. Mientras pecamos él se animalizó, ambos nos animalizamos en realidad… Tuve tres orgasmos intensos. Definitivamente fue mi mejor noche…» (Una noche inolvidable, p. 43). Como afirma Octavio Paz, a propósito del erotismo, «nada más natural que el deseo sexual, nada menos natural que las formas en que se manifiesta y se satisface. En el lenguaje, y en la vida erótica de todos los días, los participantes imitan los rugidos, relinchos, arrullos y gemidos de toda especie de animales. La imitación no pretende simplificar, pero sí complicar el juego erótico y así acentuar su carácter de representación». Esto implica que el erotismo, presupone una «sexualidad socializada y transfigurada por la imaginación y la voluntad del hombre», cuyo elemento distintivo es el placer concebido como un fin en sí mismo. Así pues, mientras que la sexualidad aparece siempre uniforme e invariable, el erotismo, por el contrario, conforma una experiencia polimorfa y cambiante que se manifiesta en una vasto y complejo universo de «objetos del deseo», tan rico y diverso como lo sea la propia capacidad inventiva del sujeto deseante. Los polos de atracción, ciertamente, pueden ser reales o ficticios, cosas o personas, efímeros o sempiternos. El amor, por su parte, es un sentimiento intenso en el cual convergen al mismo tiempo la seducción fatal y la libre elección. En el caso de la pasión amorosa, el erotismo, en tanto que componente primigenio y nutricio del amor, se concentra y decanta en esa tríada enigmática que es la atracción —obsesión— devoción suscitada por una sola persona: él o ella: «No perdiste tiempo, seguiste echando leña para tenerme calientita, y de pronto me dijiste: ‘vamos al baño.’ Al entrar me desvestiste rápido, me desabrochaste el brasier y me lo quistaste al instante. Besaste mis pechos erguidos; yo gemía y cerraba los ojos. Te despojaste de la chaqueta y la camisa. Me arrimaste a la pared, me subiste un poco la minifalda y me quistaste las bragas, maldita sea…» (El retorno de Zoraida, p. 19), o la ascensión gradual de los actos sexuales tácitos: «En eso advertí que una chica me llamaba sentada en la silla, completamente desnuda y con las rodillas abiertas … Me acerqué a ella y nos sumamos a la fiesta carnal. Se movía como las sirenas y gemía como las lobas… No olvido su carita de virgen ni sus cabellos dorados». (Una intimidad con Shirley, p. 28). Cuando el erotismo se sublimiza se convierte en materia y motivo literario, en oposición a la literatura erótica y a la pornografía literaria. Es así que el erotismo se construye a través de formas narrativas que pueden ser poéticas, noveladas o ensayísticas, para convertirse en una escritura sobre el deseo, mostrándose en contradicción al expresarse como sensibilidad y belleza, o manifestarse como provocación y violencia, siempre en una actitud transgresora. Diferente propósito persigue la escritura erótica donde se alude a la posible concreción del deseo desde otra vertiente no esperada. Si bien el erotismo en «Salomé y otros cuentos» se insinúa, el clímax no reside solamente en las palabras, sino en el lenguaje bien realizado. El erotismo requiere una evolución en las formas y una adquisición de grandes espacios de libertad para el individuo. Sólo en ese contexto la relación sexual se convierte en un juego, en un teatro, en una ceremonia, en unos ritos, y adquiere una connotación artística como las escenas de «Salomé y otros cuentos». Esto no se da en culturas muy represivas ni muy reprimidas, y por supuesto, no se da en sociedades primitivas. La tradición erótica presupone un elevado nivel de civilización, tal vez un tanto porque tenga que ver con el amor. En esta interrelación del amor, el erotismo y la literatura se observa a través de las obras y de la crítica examinada, una convergencia con respecto al carácter trasgresor y a la esencia humana de lo erótico y en sus diversas formas de imaginarios artísticos en el tratamiento histórico-literario. En fin, las representaciones literarias del erotismo y de lo erótico en las obras contemporáneas, unido a otros temas considerados trasgresores como prostitución, marginalidad, homotexto, imaginario femenino o la sexofilia, son protagonistas tanto en obras del campo teórico como de las construcciones literarias post-modernas.

Las acciones de «Salomé y otros cuentos» siguen un ritmo cíclico, marcado por la actividad sexual consumada o sugerida y la subsiguiente laxitud; los simbólicos ascensos y descensos de los lugares (hoteles, habitaciones) donde culminan las escenas de máximo placer carnal. A nivel formal, erotismo y literatura muestran fenoménicamente el estado fluido y prenaciente de la prosa literaria; el lenguaje metamorfosea la realidad creando una surrealidad en la cual la fantasía, el sueño, la hipérbole y todas las fijaciones obsesivas del inconsciente, adquieren un dinamismo inagotable e irreductible a la linealidad del texto. Ello determina la estructura «en movimiento» de la obra y el paulatino triunfo de lo irracional sobre lo discursivo, del impulso y voluptuosidad de la escritura, sobre la ilusión ficcional. Actividad sexual y escritura llegan a identificarse como flujos y reflujos de un mismo ciclo vital casi parodiando a los clásicos cuando escribieron sus grandes sueños en novelas y cuentos ya consagrados no por el hombre o la crítica, sino por el tiempo. Los referentes más cercanos de Javier Núñez son el viejo García Márquez, el extinto Benedetti, tal vez por ahí la narrativa breve de Bolaño y, por supuesto, el peruano Vargas Llosa. Sin embargo la prosa de este libro, deteniéndonos en el eje temático, por momentos alude a un Nabokov y su clásica «Lolita», a un Bukowsky, a un Pérez Reverte o al Haruki Murakami de «Tokio Blues», inclusive al Philip Roth de «El teatro de Sabbah» y quizá, implícitamente por lo de García Márquez y su «Memoria de mis putas tristes», al ya legendario Yasunari Kawabata y sus putitas bellas, dormidas en los ojos del viejo Eguchi. Sin duda, con este libro, Núñez empieza a alejarse del puritanismo y estaciona su discurso en un panorama narrativo donde antes había cierto «silencio», él aparece ahora con sus aires de perturbador, sin necesidad de hacer llegar a la excitación a sus lectores. Sólo perturbándolos. Luego de estos referentes, podemos añadir también que en la narrativa de Núñez confluye alquímicamente el tema erótico y además, en buena medida la construcción de los personajes, la identidad que le da a cada uno de ellos. (El retorno de Zoraida) Fluye el punto de vista del autor sobre el discurso, se da la focalización en el asunto. (Clara Luz, Débora Rojas, Salomé) El narrador locutor se desenvuelve acorde a la atmósfera. (Una intimidad con Shirley) El tiempo narrativo se inmiscuye con la trama. (Una noche inolvidable) Es decir, el estilo del narrador Núñez va alcanzando un corpus que lo va identificando, aunque claro, lo del estilo es progresivo, pero él ha sabido marcar una distancia con lo que es un inicio y lo que es el conocimiento plasmado del arte de narrar.

Este libro es un viaje casi lúdico a través de los términos «amor» y «erotismo». El autor no solamente quiere llamar la atención sobre unas palabras de uso cotidiano que resultan ser más escurridizas a la hora de fijarlas, sino también, quiere invitar a los lectores a elevarse por encima de su propia restricción para contemplar el Eros originario, más allá del tiempo y la distancia, para así acceder mejor a las costumbres del momento que se expresa en la comunicación interhumana. Con este libro de prosa límpida y estupenda, Javier Núñez marca el trecho temporal entre hoy y los narradores puneños anteriores, que hay que leer bajo «circunstancias alternantes» históricas. Ya estamos esperando los siguientes libros que ha anunciado Javier Núñez, mientras tanto, que «Salomé y otros cuentos» nos sirva de indicación para no cometer el mismo error de dejarse limitar por la propia situación histórica y las circunstancias pretéritas en las que andaba la narrativa puneña anterior.


BIBLIOGRAFÍA:

Bataille, George: «El erotismo» Tusquets Editores, Barcelona, España, 2000, 155 pp.
Bolaño, Roberto: «Putas asesinas» Anagrama, Barcelona, 2001, 225 pp.
Cela, Camilo José: «Diccionario del erotismo» Grijalbo, Barcelona, España, 1988, 453 pp.
Chevalier, Juan: «Diccionario de los símbolos» Editorial Herder, Barcelona. 1986, 322 pp.
Montero, Rosa: «La cita y otros cuentos de mujeres infieles» Alfaguara, España, 2000, 286 pp.
Paz, Octavio: «La llama doble. Amor y Erotismo» México, Seix Barral, 1993, 221pp.

viernes, 1 de octubre de 2010

La última vez

(Cuento)

Darwin Bedoya

A la abuela Panena, arriba, en algún lugar de la inmensidad celeste.

Seguro que estarás cansado, intentando agarrarte de las pocas fuerzas que te quedan. A esta hora seguramente que ya habrás tomado tu acostumbrado trago de alcohol para ahuyentar los males. Y lo más seguro es que ahorita mismo estarás abrigando tu reuma con los mantones que le robaste a la abuela Casilda. Ahora que el cielo es imperfecto y la noche se está haciendo cada vez más oscura; no cabe duda que ya habrás mirado hasta el cansancio la esquina más importante de tu cuarto. Seguro que habrás sonreído mientras se apagaba la candela de tu fogón, y tus ojos no habrán podido soportar el peso del sueño, y estarás dormido, completamente dormido. Cuántas veces estuviste frente a mí así de inofensivo. Cuántas veces se me cruzaron por la mente oscuros pensamientos y sentí ganas de darle alguna alegría a la gente de Tulinto. Fueron muchas veces que, a propósito, llegué bien entrada la tarde hasta la ramada de la Casa Grande, y ahí, en el patio, descargaba la leña que diariamente conseguía en los cerros y en las quebradas, después me asomaba con prisa a la rendija que un día de casualidad descubrí, desde allí te contemplaba. Durante muchas tardes pude verte a través de esa rendija. Por eso sabía todas las cosas que hacías en tu cuarto una vez que trancabas la puerta. Pero lo más interesante era que también sabía en qué lugar del cuarto escondías toda la plata que un día dije: "tarde o temprano todo eso será mío". Porque yo sabía cómo te habías ganado todita es plata. No sé cuántas veces, después de haber descargado la leña, vi la puerta entreabierta y me atreví a entrar hasta donde estabas dormido. Me paraba delante de tu cama escuchando el estruendo de tus ronquidos. Te miraba muy lejano y después de tantos cerros, gritando mi nombre, buscándome con tu látigo chispeante. Te miraba tan serio tan dormido, y era en ese justo momento que recordaba que yo era tu nieto. Entonces salía de tu cuarto, agachado y en silencio, con un palo grueso de guarango entre mis temblorosas manos. Sería en la temporada de escasez de forraje cuando vi a Joselo, el hermano de Tinalia, pasó llorando por la quebrada en la que yo buscaba leña. Me acerqué hasta él para preguntarle el motivo de su incontenible llanto; pero después de haberle hecho varias veces la misma pregunta, la única respuesta que obtenía era más llanto. Luego veía que se alejaba mirando hacia atrás, mirando hacia tras. Y fue en ese momento en el que pude recordar que muy de mañanita había pasado rumbo al río, creo, con varios corderos por delante. Estoy casi seguro de que eran quince, incluidos los maltoncitos. Ahora que Joselo ya debe estar lejos, en ningún momento vi que el perro que llamábamos "Tumbacerros" regresaba detrás de él. Inmediatamente pensé en el abuelo Julián. Enseguida llegó también a mi mente la cara que pondría Tinalia al ver llorando a su hermano y encima, sin un solo cordero. No sé por qué presentí que esa sería la última vez que mi abuelo robaba. Joselo sabía que yo estaba muy interesado en su hermana. Que fueron un montón de veces las que junté un atado de leña para regalárselo a ella. Joselo también sabía que Tinalia me correspondía, por eso me enviaba con él, bien envuelto en un mantel, las cosas ricas que ella cocinaba, especialmente cuando no estaban sus padres. Pero ahora estaba preocupado en la reacción que tomaría Tinalia al comprender que ya no tenían ningún cordero. ¿Qué le dirían a sus padres cuando lleguen de Pampalarga? ¿Cómo iban a sustentar la pérdida de quince corderos, o mejor dicho, de todo el escaso rebaño? Eran esas cosas las que estaba pensando mientras corría por un atajo hasta llegar cansado donde Tinalia, antes que Joselo y su llanto. Conversé rápidamente con ella, le hablé de unos planes que al principio no quiso aceptar. Finalmente, terminó diciendo que sí, que aceptaba la idea que le había dado. Yo creo que nunca debió pasarle esa desgracia a Tinalia. Creo que estos sucesos debieron ocurrir en otro sitio, menos en Tulinto. Estoy convencido de que mi abuelo actuaba así por algún extraño motivo que hasta hoy no he podido averiguar, pero sí estaba convencido que todas esas actitudes obedecían a una venganza de hace muchos años atrás que la abuela Casilda alguna vez me contó a medias. Tal vez por eso ahora la gente en Tulinto había sacado sus propias conclusiones. Debo reconocer que se parecían mucho a las mías. Eran muchos los que decían que ya era hora de ajustarle cuentas a don Julían. Que no era la primera vez que se perdían corderos o toros. Eran más de treinta veces que todo un completo rebaño de corderos desaparecía. Y lo más grave era que en todos los casos las huellas desaparecían justo en Cerro Verde, exactamente donde empezaban los inmensos terrenos de mi abuelo Julián. Esa noche olvidaste trancar nuevamente la puerta; yo llegué muy cansado porque había traído dos tercios de leña, más de lo acostumbrado, y es que al día siguiente no pensaba hacer esa tarea. Tenía otros planes. Ahora estaba delante de ti gastando mis ojos en ver tu rincón especial y mirándote a ti. Tal vez por eso no me di cuenta que algo extraño pasaba: no roncabas como era costumbre. En tu cuarto había mucho silencio y hasta parecía que se podían escuchar tus sueños. Por un momento contemplé la nieve de tu cabello, tus arrugadas manos sosteniendo un sombrero lleno de sudor y agujeros. Miré también tus pies descalzos y gruesos y enormes. Estaba distraído mirándote y no sentí que alguien se acercaba con pasos lentos hasta tu cuarto. Traté de salir antes de que me vea quienquiera que fuese la persona que se estaba acercando; pero ya era muy tarde. Lo único que hice fue sacarme el sombrero y pararme a un costado de la puerta. Enseguida comprendí los pasos lentos, era la abuela Casilda, tu mujer, que traía entre sus manos un mantón. Te miró dormido, te cubrió con el mantón y, antes de abandonar el cuarto, me acarició la frente y las mejillas con sus ásperas manos. Luego se fue sin decir una sola palabra. Fue en ese mismo instante cuando tu fogón se apagó y empezaste a roncar. Entonces salí, junté la puerta y me fui a dormir. Seguramente que para esa fecha yo tendría entre catorce y quince años, por eso es que no podía destrancar el seguro del corral donde tenías los mejores corderos, aquellos que seleccionabas de acuerdo al tamaño y la gordura y, a veces, de acuerdo a la raza. En ese corral no habría más de veinte corderos, era lo mejor que habías escogido, lo mejor que sabías robado. Estaba que sudaba y temblaba cuando vi que se acercaba tu enorme perro chascoso llamado "Cascahuesos". Miró cómo destrancaba el corral, miró cómo te robaba los mejores corderos. Le llamé por su nombre y se recostó a un lado del corral. En otras circunstancias me habría destrozado con sus enormes colmillos, habría guardado una parte de mis restos entre la tierra y cuando el hambre lo hubiese molestado, me habría terminado completamente como pasó con muchos desgraciados que pasaron cerca de Cerro Verde. Por suerte, "Cascahuesos", era mi amigo y no sabía que te estaba regalando, tal vez, el peor de los disgustos para salvar y contentar a Tinalia. Terminé de trasladar los corderos y de borrar las huellas justo cuando don Alejandro, el hombre que era tu brazo derecho, apagó su fogón y terminó de cantar como todas las noches, las mismas canciones, la misma horrible voz que regresaba de la noche y te hacían quedar profundamente dormido. Clarito recuerdo que fue un día domingo que llegamos con Tinalia hasta Cumilán teníamos dieciocho corderos, todos estaban en venta y no tenían el precio que seguramente mi abuelo ya les había puesto. El caso es que nadie nos quiso comprar los animalitos. Decían que cómo era posible que unos niños estén vendiendo tantos y tan buenos corderos; otros decían que era un poco sospechoso y que tal vez eran robados, otros decían simplemente que no tenían plata. Entonces tuve que inventar una historia triste, muy sentimental. Por eso es que ya cuando la tarde se hacía oscura encontramos un cliente que sí aceptó hacer el negocio, inmediatamente fuimos con Tinalia a traer los animalitos del sitio donde lo habíamos dejado guardados, porque no íbamos a estar de aquí para allá con los corderitos y todo el mundo mirando, ah, eso sí, llevamos el más grande como muestra. Finalmente, teniendo la plata en nuestro poder, nos fuimos a un sitio especial del pueblo para hacer algunas compras que estaban dentro de nuestros planes. Yo estaba emocionado de estar tan cerca de Tinalia y ella estaba muy agradecida conmigo. Nunca olvidaré que esa noche dormimos bien calientitos. Al día siguiente, muy temprano, contamos una y otra vez toda la plata. Jamás habíamos tenido en nuestro poder tanta plata. Creo que nos asustamos un poco, sobre todo yo, pues ya estaba mirando la cara de mi abuelo y especialmente la de don Alejandro seguro que a esta hora don Alejandro estaba en el corral, delante de mi abuelo, jurándole encontrar al ladrón, jurándole buscarlo, encontrarlo aunque sea en el último rincón del mundo. A nuestro regreso, cuando llegamos a La Peña de las Águilas, el lugar más alto de la zona, me sorprendí al ver desde allí una inmensa humareda, era una columna oscura muy alta que justo se elevaba desde Cerro Verde, y para ser más exactos, esa mañana juré que el humo salía de la Casa Grande. Bajamos la ladera a toda prisa. Y hasta nos olvidamos de todo lo conversado en el camino: lo que yo le diría al abuelo y lo que Tinalia les diría a sus padres. Es decir, lo olvidamos absolutamente todo. Una vez que llegamos a la pampa de los caminos partidos. Tinalia tomó el camino que la llevaría a su casa y yo seguí por el camino más ancho y mejor arreglado que conducía a Cerro Verde. La Casa Grande estaba allá arriba. Subí pensando mil cosas y con el humo enredándose en mi cara. Nadie andaba por esos lugares y eso empezó a causarme un cierto temor. Continué subiendo y en ese afán sólo escuchaba el zumbar de cosas que se quemaban. Había un olor a quemado por todos lados. Lo primero que hice fue acercarme el cuarto de mis padres, todo estaba negro, carbonizado, salía humo, grandes cantidades de humo. Los techos habían desaparecido igual que las puertas y ventanas; lo único que quedaba eran algunas paredes chamuscadas. Entonces pensé en el abuelo, en su cuarto que estaba en la parte más elevada de Cerro Verde. Hasta ese momento no sé si mis ojos estaban mojados por el llanto o por la espesura del humo. Tampoco sentía que las brasas me estaban achicharrando los pies. Llegué al cuarto del abuelo y todo era lo mismo: sólo paredes derruidas, chamuscadas. Cuando mis piernas me abandonaron, caí. Creo que estuve llorando una eternidad. Comencé a esparcir las cenizas, estaba derramando cenizas por todos lados, y entre esas cenizas confundidas con tierra logré hallar, sin proponérmelo, el enorme collar que un día antes vi que brillaba en el cuello grave de "Cascahuesos". Creo que después de llorar frente al cuarto donde viví con mis padres, quedé dormido. En Tulinto también había humo y fiesta. Dicen que todo el día y la noche la gente del pueblo estuvo reconociendo sus corderos, sus toros. Dicen que sobró muchas cabezas de ganado. Que no tenían dueño. En ese grupo seguramente estaba el ganado de otros lugares, los que sí le pertenecían a mi abuelo y los que habían logrado reproducirse en Cerro Verde. Dicen que los tulinteños habían traído presos a los hijos y hermanos del abuelo. Dicen que la carne de gente no se quema rápido. Lo último que recuerdo es que me dijeron que a los que ya agonizaban les preguntaban por el abuelo. Querían saber dónde estaba el culpable. Tú estabas muy lejos de allí, demasiado lejos. Habías corrido toda la noche y todo un día en tu caballo. Habías llegado al cuartel de San Jerónimo y allí convenciste al Capitán Jiménez de ir a Tulinto, y él te creyó que todo el pueblo te había robado, que te tenían envidia, que los estabas denunciando porque habían secuestrado a tu mujer, a tus hermanos y a tus hijos. Además, creo que lo que más convenció al Capitán Jiménez fue cuando le dijiste de que si no iba con una buena cantidad de soldados y castigaba a los tulinteños, ya no le proporcionarías carne para su regimiento, que ya no le venderías carne fresca y barata. Creo que eran los cuartos de maíz y de trigo que no terminaban de quemarse, porque tres días después cuando yo aguardaba a Tinalia debajo de las sombras de unas chilcas, pude ver una columna de humo que persistía en el horizonte, allá en Cerro Verde. Desde temprano estaba esperando a Tinalia y fue en ese justo momento cuando un par de pirunchos peleaban en las ramas de un guarango, volví la mirada para reírme de esos pájaros y por encima de los guarangos más altos divisé una polvareda, me entraron las dudas y levantándome corrí hasta La Peña de las Águilas, no logré subir muy arriba, casi desde unos treinta metros de altura pude ver claramente que una tropa de casi un centenar de soldados venía rumbo a Tulinto. Ahora han pasado más de diez años desde aquel día en que tú mirabas desde La Peña de las Águilas cómo moría la gente y cómo se llevaban muchos presos. Algunos nunca más salieron con vida de esas prisiones que tú nunca conociste; otros salieron enfermos y acabados y lo peor era que no sabían a dónde ir, ya no estaban sus mujeres en el pueblo, y si algunos lograban encontrarlas, estaban con otros maridos y tenían otros hijos. Tú no debes saber que Tinalia tiene tres hijos y que ninguno de ellos es mío. Ahora me están doliendo fuertemente tus canas porque todo este tiempo he vivido ayudando a la única que logró escapar de las torturas de aquella vez en Tulinto. Todo este tiempo yo he acompañado a la vieja tristeza de la abuela. Todo este tiempo yo y la abuela Casilda hemos mendigado, apenas nos ha alcanzado para comer el poco dinero que gano vendiendo leña. Mientras que tú has estado viviendo solito en Cerro Verde. No sé exactamente de qué estarás viviendo. Parece que no te alimentas de nada. A tus más de setenta años de edad, apostaría a que no pesas más de cuarenta kilos. Recuerdo que a pesar de todos los pesares, hubo muchos mediodías en que la abuela me enviaba bien envuelto en un mantel algo de comida para ti. Puego recordar claramente que nunca llegué hasta Cerro Verde con ninguna comida y tú debes sospechar dónde dejaba esas comidas. He oído por ahí que la gente dice cómo es posible que vivas sin comer durante semanas enteras. Y hasta yo me he hecho la misma pregunta. La última vez que te vi realmente dudé que fueras tú, pero luego te pude reconocer: la misma voz, el mismo porte y los mismos gritos dirigidos hacia mí. Sin embargo ese cuerpo no es de ti. No recuerdo la fecha en que te vi como un fantasma. Tal vez fue la noche que por tercera vez olvidaste la puerta de cuarto entreabierta. Ahora recuerdo con mayor claridad, porque me dije que esa sería la última vez que te vería dormir. Cuando descargaba la leña, todavía desde el patio pude oír una especie de voces. Cuidadosamente dejé la leña para ver con quién conversabas. Y al mirar por entre la misma rendija pude comprobar que estabas sólo y dormido. Entonces lo comprendí todo. Llegué hasta tu presencia dormida. Había un muy grande silencio en todo tu cuarto, y ahora sí se podía escuchar todo lo que estabas soñando. Tu cuerpo ha perdido aquel vigor de antaño. Ya no eres tú, parece que en tu cuerpo ya no vive aquel que dobló mi camino. Pesas como veinte kilos, y eso lo puedo comprobar ahora que te estoy cargando en mis espaldas. Justo frente a este río estoy recordando a Tinalia y sin querer, a sus hijos que no se parecen a mí. Ahora que estamos empezando a cruzar el río que separa los linderos de tu tierra y la de Tulinto, recuerdo que tú hiciste sufrir mucho a mis padres, recuerdo que fueron un montón de veces que maltrataste delante de mí a la abuela Casilda y que yo no debí decir nada. Recuerdo también que mis padres me dijeron que don Alejandro intentó matarte muchas veces porque tú lo tratabas como a un maldito esclavo y que si yo trabajaba para ti, era para cuidar tus espaldas; tus espaldas que nunca cuidé. Recuerdo que la abuela Casilda me narró que cuando don Alejandro te avisó que mucha gente venía con candelas de Tulinto y tú escapaste, él te pidió harto dinero y no tuviste más opción que dárselo para que se fuera por una ruta opuesta a la tuya. Recuerdo que la última vez que regresó don Alejandro, tú no le quisiste dar más dinero y por eso te dejó casi ciego. Ahora que la corriente del río está más fuerte y que tú estarás pensando que ya estamos llegando a la otra orilla, se me han venido a la memoria un montón más de recuerdos, especialmente de las veces que estuve mirándote en tu cuarto, especialmente recuerdo en qué esquina de tu cuarto tienes enterrado la plata. El agua está helada y la corriente es cada vez más fuerte. Recuerdo que tú me cargabas, cuando yo era pequeño, para atravesar este mismo río. Ahora parece que no pesas casi nada. Estoy llegando, finalmente, a la otra orilla del río donde está sentada la abuela Casilda con varios atados de plata a su costado. Cuando logro salir del río siento que tus recuerdos ya no pesan nada. Siento que la abuela Casilda me jala del brazo izquierdo y se despide de mí, mientras veo mojarse tu nombre por última vez, mientras alguien grita ¡Benjamín! ¡Benjamín!. No sé si el tiempo y tú sean una misma cosa, tampoco sé por qué se escuchará tu voz hasta aquí. Por qué me estarás llamando, tal vez estés cansado, intentando agarrarte de las pocas fuerzas que te quedan.

viernes, 8 de enero de 2010

La ficción lírica en "Es que hacías tanta falta"



Escribe: Walter L. Bedregal Paz

Durante un buen número de los últimos años, la mirada y atención de los lectores, especialmente puneños, ha estado centrada en la poesía escrita por las hornadas nuevas, con gran interés en la llamada Generación de Fin de Siglo, sin embargo, la narrativa estuvo un tanto alejada de la puesta en escena, casi como condenada a un espacio de marginación literaria, a pesar aún de los trabajos narrativos plasmados por las voces, diríamos, en alguna medida, mayores o con más transición de autores puneños (el caso Padilla, como solitario narrador considerable). Los antecedentes narrativos, en este caso del cuento, no tienen mayores referentes, los textos cuentísticos que se conocen son realmente escasos y/o sin valor literario, plagados de improvisación, de autores con temor por hacer conocer sus textos; si alguien escribe por ahí, es un completo desconocido, y es que no hay medios que tengan el espacio necesario para su difusión, salvo la brevedad de milímetros que le pueden dar las revistas de literatura en Puno. Esa tal vez sea la explicación de los pocos cultores de este género.

En el otro lado de la página, de los resúmenes emotivos sin meditación y muy alejado de la improvisación, nos sorprende el logro del texto literario en Es que hacías tanta falta, texto del escritor Darwin Bedoya (Moquegua, 1974), con el cual obtuvo el Tercer Premio en el Concurso Nacional de Cuento “Premio Regional a la Cultura”- 2006, convocado por ELECTROPUNO S.A.A. Una persistencia de búsqueda casi alcanzada en la significación estética, estructural y poética parece haber confluido en esta historia llena de magia y vigor imaginativo, a través de los cuales se podrá notar una voluntad enorme de la organicidad del discurso y la postulación a la imaginería inteligible de sucesos sin fisuras, como un primer rasgo que se puede embanderar el autor. En el universo narrativo de Es que hacías tanta falta encontramos una voz lírica que va desenvolviendo el pasado para encontrar los nuevos días, las horas llenas de una muy grande soledad que vive la protagonista de esta historia.

La trama se va realizando lentamente y en un tono bastante poético, pero marcando un registro de escritura intertextual y con la convocatoria de las diversas imágenes que no hacen otra cosa que darle al texto el halo de una atmósfera fantástica: “El gato negro que nunca comía nada, seguía mirándola como un centinela desde la pared, sus ojos parecían dos antorchas rojizas. Daba la sensación de que él la hacía dormir con la mirada, por eso, cuando quedaba dormida, él se acercaba sigilosamente, lamía sus blancas manos y luego se doblaba como un arco iris tratando de enredarse en los largos cabellos de la dormida. Varias noches hizo lo mismo, y en todas terminaba perdiéndose allí, desaparecía misteriosamente en los cabellos de Quiela. Ella tal vez soñaba que dibujaba un gato en sus faldas.” Esa imaginería verbal es un soporte sólido llamado lenguaje literario, el que esta vez aflora con un matiz de ternura, el mismo que delata al poeta Bedoya.

A veces parecía irse al mirar por la ventana. Es la frase que principia el texto y que nos conduce de lleno a la trama de una historia basada en el increíble sentimiento de una muchacha que termina volviéndose loca de amor (la locura que ella alcanza es de la pérdida de la lucidez de las cosas que solía hacer) por un tipo que no está, ni estará con ella en la realidad de su mundo. Quiela, la protagonista del texto, es el hilo conductor de esta historia llena de fabulaciones y fotografías que sorprenderán al lector. La historia está dividida en dos partes, en la primera es posible percibir a una artista repleta de ansiedad y pena incontrolada, todavía gozosa de su lucidez artística pues, durante la noche comienza a pintar los cuadros más impredecibles que con el paso de las horas parecen hacerse realidad. Pero Quiela va adquiriendo con lentitud un cuerpo abandonado que mientras va pintando, busca la soledad de su habitación donde ocurren hechos realmente extraños. Su alcoba, es también, el espacio silencioso en el que cada vez que llega la parte oscura del día construye un único rostro, “Quiela tiene esa manía de apagar completamente las luces cuando la madrugada es inminente” seguramente para encontrar en sus vacíos aquella imagen que no se borrará jamás de su mente, y gracias a la cual irá alcanzando hasta el último día de su vida ese estado de locura imparable, pero angelical y única.

En la segunda parte, aparece la voz de aquel que se marchó, que por los rastros, demasiado notorios, está en el otro mundo; tan lejos y tan cerca de Omate, “Soñaba, tal vez, con la llegada de alguien o con una señal que pudiera encontrar en sus raros sueños, sobre todo aquellas tardes que rebosaban de presagios porque las cosas frágiles empezaban a moverse lentamente, mientras las flores adquirían un nuevo color y el pasto crecía incontenible debajo de los montes omateños de duraznos”. Ese espacio geográfico de la costa peruana es el escenario donde ocurren la mayor parte de los acontecimientos; contrariamente a la escena única en que se sabe, casi como un flash, del lugar donde se encuentra Fernando, en esas nubes al sol, tal como reza el epígrafe tomado de una canción mexicana que sonó en los años noventa. “Lejos de allí, casi a una distancia incalculable, alguien no le ha quitado la vista. Son unos grises ojos, están leyendo unas hojas que su huesuda mano sostiene. (…) La puede ver (a Quiela) a través de esas hojas ahuecadas, desgastadas; camina de un lugar para otro hasta perderse lentamente en el nacimiento del alba”; sin embargo, a pesar de su ausencia, todo el tiempo ha estado pendiente de ella, ha estado siguiendo minuciosamente los pasos de la muchacha. Fernando, el casi culpable de la historia y la locura de Quiela, es el de la voz poética que convierte al texto en una fusión de poesía y prosa, dos lenguajes que se apoyan en una historia clásica de amor y muerte más allá de la eternidad, como se puede leer en las líneas finales del texto, quedando tácitamente anunciado el reencuentro de dos locos. Por eso es posible verla ahora subiendo por esa desvencijada escalera que no soportará la levedad de su cuerpo. Su mirada semidormida está clavada en la cima de los millares de peldaños que le faltan escalar. Escucha el canto de grillos por doquier y cuando cierra los ojos imagina cientos de luciérnagas alumbrando sus pasos en la gradería. En su espalda, de alguna manera atada, lleva la muñeca que un día encontró entre los deshechos. Y en su rostro hay una sonrisa que pronto se tornará en una carcajada que en algún lugar sus ancianos padres, viendo los dibujos en el espejo, volverán a escuchar y comprenderán que por fin, Quiela, ha descubierto la manera de encontrar al ausente.Así concluye esta mágica narración que desde el título parte con la ternura y la prosa poética de nivel considerable.

La vitalidad imaginativa del autor nos muestra en Es que hacías tanta falta, las estrategias deductivas, inductivas y abductivas de argumentación, las cuales seguramente formulan inferencias derivadas del reconocimiento de improntas, síntomas e indicios de lo que puede ser considerado como un cuento. Y es que el texto en mención posee un espíritu del cuento clásico, también tiene un apreciable tratamiento lúdico y experimental que de alguna manera es, como todos los cuentos, la iniciación de la escritura de la novela y es que va construyendo con cuidado, un efecto lleno de incidentes combinados estratégicamente con ideas preconcebidas. Como en el siguiente fragmento: “Hoy no, Quiela no está más. Ni en el banco del patio, ni en su habitación. Tampoco en esos paisajes. Son otros lugares donde se refleja su rostro. Otras tardes guardarán ahora sus ojos, ya no se perderá horas y horas en la huerta escribiendo en la corteza de los duraznos, las higueras, los sauces, los álamos y los manzanos, esas frases repetitivas; y hasta quizá nunca más vuelva a repetir aquellas palabras que solía decir antes de hacer cualquier locura: Es que hacías tanta falta, como justificando sus actitudes o cuando entendía que algo estaba pasando con ella, algo extraño comenzaba a cambiarla y ya no se reconocía con lucidez.” O la siguiente escena ubicada casi a la mitad del texto, también posee una previa construcción de estructura y composición fantástica: “Ahora por ejemplo, está disfrutando de un paisaje que ha sobrepasado los estilizados esbozos que se contemplaban en el espejo, reflejados en collages y encáusticas, en ellos Quiela camina feliz. Está en un jardín recogiendo flores de todos los aromas posibles. Los tulipanes y las epifitas bromelias de todo color, las poncianas y su sombrilla emulando paraguas naturales, algunas heliconias cerca del riachuelo que atraviesa el lugar pintado, son las favoritas en aroma y belleza. Ella tiene en su brazo un cesto. Un sombrero rojo se puede ver cubriendo sus negros cabellos. Una sonrisa, típica en ella, se nota en la distancia. Esas hojas, el padre, las doblaba cuidadosamente y las guardaba entre su camisa y en las noches, en su cuarto, de tanto mirarlas, asombrado veía cómo se perdían entre sus propias manos.”

Todo ese derroche de ficción hace que al final el texto íntegro alcance una lectura con potencialidad escrituraria y manejo de construcción estructural que hacen de la historia un todo completamente interconectado.

El lenguaje narrativo de Bedoya empieza a distinguirse por esa habilidad para contraponer realismo e ilusión con lo que genera esa atmósfera que conjuga elementos de la prosa y la lírica; en una primera instancia nos atrevemos a postular que los textos siguientes serán de una lectura obligatoria para poder confirmar lo que en estas líneas se está mencionando. El lenguaje que emplea el autor, así como los eventos que va describiendo, casi obligan al lector a refugiarse en la estética y la simpleza de un discurso clásico y moderno a la vez, a esconderse en la sensación de soledad y vacío, más que de desesperación, igual sucede con la creación de las sub-ficciones que están constituyendo la ficción mayor, la de Quiela y su mayor ilusión nunca mencionada en el cuento: encontrarse con Fernando o, el otro dato que tampoco se menciona en toda la historia: la locura de Quiela; y justamente ese tácito entendimiento de esos dos hechos, que son muy vitales en el texto, constituyen el sentido general de la historia narrada.

Al concluir, podemos hallar aspectos relevantes en Es que hacías tanta falta, por ejemplo la ausente expresión dialógica, el derroche de la creación de ambientes ficticios, la soledad, los personajes angustiados apenas descritos, el paso del tiempo, la incomprensión del mundo y la vida de viajes eternos. La reiterativa incursión de los viajes que hace el narrador a las tormentas interiores, nos muestran una vez más, que la desolación, muchas veces marca ¿el equilibrio? de la vida. En resumen, Es que hacías tanta falta, es un cuento de tono esencialmente lírico y fantástico, lo cual causa un efecto de suspense y, casi por extensión, una lectura agradable debido a su lenguaje poético. Esperamos que el texto aludido no resbale en ninguna acera y que su autor no cometa el delito de abandonar la prosa que ha comenzado con otros textos precedentes que conocemos y que tampoco carecen de valor propio.