jueves, 24 de diciembre de 2009

Inventario del silencio





Cuento





Escribe: Darwin Bedoya







I

Eternidad

Leímos todo cuanto había sido escrito sobre el amor.



Pero cuando nos amamos descubrimos



que nada había sido escrito sobre nuestro amor

M. Denevi

“Tal vez seremos la escritura rebelde que el agua no se lleva.

O tal vez estemos condenados para siempre a vivir como locos de remate

entre las cuatro paredes de este mundo.”

A. Rodríguez

REPENTINAMENTE ELLA EMPEZÓ A LLORAR con un sentimiento increíble. Parecía un manantial que manaba la más cristalina de las aguas. Y las pequeñas aguas no podían estar calmadas. Esa noche, después del cine hindú, regresaban a casa acomodados en los asientos finales del bus. Extrañamente ese manantial tenía manos, eran unas manos que buscaban otras manos, las de su amado, quizá queriendo encontrarlas como antes o buscando perpetuarse en ellas. Confundida con su llanto, logró sacudir esas manos varoniles que sostenía y preguntó: Cariño ¿Si yo muriera, tú llorarías por mí? Le miraba fijamente a los ojos. Era su clásica manera de ponerlo entre la espada y la pared. ¿Si no estuviera más contigo: sufrirías, llorarías…igual que la protagonista de la película?

Él, que también era muy sentimental, estaba a punto de llorar viéndola así como estaba, pero hizo un esfuerzo, sacó de algún lugar esa extraña tranquilidad, encontró en alguno de los bolsillos su pañuelo y secándole las lágrimas, con cierta serenidad respondió: “No, yo no pensaría en llorar. No podría llorar por ti”. Apenas terminó la frase, ella lo miró desconcertada, le soltó las manos que hasta entonces sostenía con ternura. Amaba tanto a Rafael que no le parecía verdad lo que estaba escuchando. “No podría llorar por ti”. Aquellas palabras comenzaron a tener un sabor a lejanía.

Habían estado casi una vida juntos, en las buenas y en las malas fueron un solo sentimiento. Ella había hecho tantas cosas por él, tenían mil proyectos por realizar y hasta se habían comprado un pequeño departamento y, ahora, aparentemente estaba frente a un cristal roto, uno de aquellos que ni siquiera uniéndolos con el mejor pegamento pueden quedar iguales. ¿Pero si anoche juramos que nunca nos separaríamos, que tú y yo seriamos una eternidad, fue ayer nomás, casi entre lágrimas juraste amarme hasta el final de nuestras vidas; acaso mentiste?

Luego de un prolongado silencio, él sacó un cigarrillo de uno de los bolsillos de su chaqueta, lo encendió con lentitud; quiso demorarse un siglo. Volvió a secarle las lágrimas y antes de fumar, miró en todo su alrededor y habló: No sabes lo mucho que te amo ¿verdad?- la abrazó fuertemente contra su pecho mientras el cigarrillo caía al suelo sin haber sido empezado y, finalmente concluyó: “Quiela, si tú murieras, no tendría tiempo para llorar, yo moriría contigo”.

(*) Estos cuentos integran el volumen AUNQUE PAREZCA MENTIRA, la colección de textos breves de narrativa contemporánea.

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