miércoles, 23 de diciembre de 2009

LUZGARDO MEDINA EGOAVIL: JUGANDO AL AMOR Y DEGLUTIENDO LAS VIEJAS TARAS



Buenas noches queridos amigos:
Mis primeras palabras son de agradecimiento por perder el tiempo conmigo, en este acto que prometo no olvidar. No digo nombres por temor a olvidarme de alguien, y ahí sí que se me podría venir el mundo abajo. Amigos, desconocidos, bienaventurados, bendecidos, ajenos, olvidados, piratas, curiosos, enemigos, laicos, todos, sean bienvenidos a esta cena con la señora poesía.
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JUGANDO AL AMOR Y DEGLUTIENDO LAS VIEJAS TARAS

(Todos saben o creen saberlo todo, todos ignoran o creen ignorarlo)

Las viejas mentes siguen considerando pecado el buen sexo, aunque —claro— esas viejas mentes no saben lo que es tener un buen sexo, una buena comprensión de su cuerpo, un buen gozo, un pletórico grito de euforia. Obvio, si Freud estaría aquí, diría que tengo ciertos comportamientos o desviaciones que merecen un estudio más psiquiátrico; aunque, de profundidad, él sólo haya estudiado sus propios desvíos o sus propias exploraciones oníricas. Entonces, surge la pregunta: ¿Cómo debe ser y cómo no debe ser el buen sexo? En este instante muchos o muchas ya comenzaron a entrar en pánico, comenzaron a sentir una elevación de su temperatura, porque saben y entienden que el sexo siempre ha sido un tema tabú que unos lo han llevado al plano político. (La gente no olvida, aún, el sexo oral de una secretaria con un presidente, acto que casi le cuesta el sillón presidencial). Para unos es un tema de economía, y para otros un tema de suma transparencia, porque según afirma el intelectual Marco Aurelio Denegri, el sexo te humaniza y te vuelve más sensible a las cosas buenas (qué bella esta descripción, aún cuando este eunuco intelectual ya no la ve hace tiempo). Como ven, el tema es sumamente agradable y extremadamente grandioso que no tiene comparación con ninguno de los placeres, toda vez que —a quien lo hace—, le da suma energía, algo así como si hubiese tomado una pócima de nutrientes, convirtiéndose en una varita mágica que lo transforma en un ser angelical (aunque de ello mi compadre de iniciales RRV no sabe nada, pues solamente se limitó a comprar sexo bisexual en el parque Duhamel y zonas adyacentes, sintiéndose orgulloso de tener calle —opinión que la respeto, pero que no la comparto—). El amor es un sentimiento noble y humano; y, hacer el amor es poner en práctica el humanismo que uno lleva consigo, es prolongar ese gran latido que une a las personas cuando existe un mínimo de ternura o un máximo de admiración; es entonces que la mujer y el hombre adquieren cierto brillo en los ojos; la piel comienza a tomar —parece— otro destello, otro sabor u otro color. Podría decir en esta noche, —a ojo de buen cubero—, quiénes ayer u hoy tuvieron una cita de pasión y ternura. El amor así como la tos no se puede ocultar. Hablar del buen sexo es tener otro concepto de la vida, es obtener una percepción más elevada del porvenir, hablar de ello dándole tonos de morbosidad es decaer y poner en riesgo un tema tan apasionante y tan milagroso. Si yo digo por ejemplo: orgasmo, en esta sala varias mujeres comienzan a ruborizarse (porque saben qué es tocar el fruto del paraíso), y para otras es sólo una palabrita sin riesgo alguno y sin aderezos. Si digo: impotencia o frigidez o eyaculación precoz, los varones —por ahí— comienzan a tener cierto reparo y a decir para sus adentros, éste patita es un consejero sexual o un poeta en ciernes o quizá nos quiere transmitir sus exploraciones amatorias. Y aunque hace buen tiempo ya no la veo tan a menudo (confieso de paso haber sido un fiasco en la cama), puedo sostener que nunca fui tan feliz como cuando terminé de escribir Bajas pasiones para un otoño azul, libro que resume el impulso sexual o la ambrosia carnal o los excesos de ternura o los desbordes de la pasión o las primacías del deseo contenido o la fiebre de la piel o el beso multiplicado y compartido en el más absoluto de los silencios en su total desnudez. Aquí, en este libro, trato de vencer la soledad, la tristeza, el olvido, la oscuridad, la ignorancia que se tiene sobre el acto amatorio y toda la secuela que puede dejar en las mujeres que no manifiestan su sentir, porque siempre callan; y si dicen algo, pues, alteran la respuesta para hacer sentir bien a su pareja, trayendo consigo una reflexión parecida a “si quieres llevar una buena relación, dile que es lo máximo y que en el mundo no hay otro como él”. Entonces él, todo un superman de afiche y de supermercado, cree dominarlo todo, pero en el fondo, tiene una capa (de abajito) que no le sirve para volar; toda se estructura no es de acero, no vence ni a su propio miedo, le teme a su sombra, tiene pavor de introducir los pies en sus zapatos, dice cosas incoherentes para alegrarse a sí mismo, pronuncia palabras deleznables e inmundas porque su léxico no va más allá de “o sea”, “digamos”, y como cree —o le han hecho creer— que es un superman de cloaca, cree saberlo todo, incluso da lecciones a sus Marilias de ocasión. Cuidado, ya no estoy hablando de mi desheredado compadre de iniciales RRV —del que su padre casi se muere de no se sabe qué vaina, y en estos momentos ya no gutura ni una sola palabra de amor ni de cólera—. Este sujeto que crece sobre una mentira, termina siendo una pálida figura de salón de belleza o un viejo mueble que todos creen que es de buena manera; pero todo es vana ilusión, ilusión que nació de una mentira y creció como el mismo poder de Poncio Pilatos que mandó construir su propia sepultura. Este libro que hoy presento totalmente desnudo de prejuicios, desnudo de críticas, desnudo de enmiendas, desnudo de caprichos, es la voz de una mujer; sí, es la voz de una mujer que tiene una edad promedio entre 35 y 55 años, (más o menos, como dicen los que hacen malabares con las estadísticas, cinco puntos arriba y/o cinco puntos abajo… puede jugar). Es la voz de una mujer que quiere decir algo sobre su amante, no sobre su marido —que cumple su papel, siempre indecoroso, a la muerte de un Obispo o lo hace con la solemnidad del aburrimiento—, quiere hablar de la persona que está debajo de la mesa, sobre aquel personaje espiritual que la hace feliz a la hora imprecisa y tiene el duplicado de la llave; quiere hablar sobre aquella persona que está en el lado oculto de la luna —aunque haya buena luz solar o esté nublado—. Este libro, es la voz de una mujer que quiere manifestar sobre sus necesidades de hacer el amor en las orillas de la locura o de cualquier mar sin estrellas o en las orillas de la impiedad; es la nostalgia de una mujer que sigue explorando los acordes sensuales de Sara Brihgtman / Enya / Lorena McKenit (ángeles que no morirán a pesar de la crisis internacional y la depreciación del petróleo y de los metales); es la voz de una mujer auténtica que no quiere olvidar para nunca aquello que le da la vida o le otorga una razón para vivir; es la voz de una mujer que aprendió a soñar con la luna de abril a comienzos de este siglo. Y lo escribe una mujer que no teme a morir apedreada —tal cual está escrito en la ley judía—; este libro es la voz de una mujer lejana que solamente se dedica a construir su castillo para la vejez. Una noticia fue el punto de partida para este poemario: El 47% de mujeres en edad otoñal tienen un amante (diario El Comercio, 23 de marzo de 2006). Contrario a ello decía que el 75% de varones son infieles (siempre en el mismo diario y el mismo día, no se olviden). ¿Creemos en las estadísticas o no?, ¿ser o no ser?, ¿aprobamos o no aprobamos esta encuesta que hicieron en Lima? Felizmente Lima queda lejos y en nuestra ciudad nacemos, crecemos, nos enamoramos, tenemos nuestra pareja y con nuestra pareja tenemos hijos, y con ella después nos vamos de este mundo practicando una fidelidad a toda prueba. ¿Es así o no es así?, ¿qué hay detrás de todo lo que digo? Tenemos miedo a ser sinceros en los temas del sexo, no queremos salir a la luz, pero las mujeres no se conforman, los hombres hacemos lo que podemos, las mujeres tienen más agallas, los hombres somos de cliché, las mujeres son de armas tomar, los hombres somos egoístas porque únicamente nos interesa satisfacernos primero y luego seguir satisfaciéndonos, las mujeres esperan lo que dura un siglo y después siguen esperando y después continúan esperando. Así no juega Perú, amigos. En este mundo de “amistades” y amistades, tuve, por ejemplo, una amiga que nunca se había desnudado frente a su pareja porque su cuerpo tenía ciertas bondades de exhuberancia aquí y allá; todo lo hacía a ocultas de una lámpara encendida o en la más absoluta oscuridad y hasta en el más sepulcral de los silencios; y luego, con el paso del tiempo, ni él ni ella guardaron en el recuerdo el rostro de su pareja. Así ocurre en la poesía; nunca nadie ha escrito por la mujer, por esa mujer que quiere decir y afirmar algo de modo contundente, por esa mujer que está un poco entrada en años pero que desea ser poseída con amor y no por simple mecanismo o acto robótico, que desea ser amada con absoluto respeto y no siendo utilizada como mera máquina de hacer pop-corn, por esa mujer que tiene un glorioso tatuaje de lascivia en los ojos y es el estigma de un amor pleno y memorable; por esa mujer que teniendo sus años de otoño sigue buscando un tesoro de vida porque quiere sentirse amada y enseñoreada; por esa mujer que desea compartir sus días y sus noches futuras. Aquí no valen las fuerzas de poder ni las pócimas de los chamanes, aquí no valen los amarres eternos o los conjuros de hacer volver a ser amado en 24 horas, aquí no valen los linajes ni los cargos públicos, aquí nada tiene que ver las distancias ni los sagrados colores de las banderas de los países sin nombres, aquí no valen las cirugías en el vientre ni en los pies ni en las rodillas; el tema es del amor, del amor otoñal con un buen sexo, el amor otoñal con un respeto a toda prueba: con altura, a ocultas del mundo y a ocultas delpasado-delpresente-delfuturo, a ocultas de los credos y las confesiones, a ocultas de los gustos y colores, a ocultas de los grupos que predican la cumbia como si en cada letra estuviera la tabla de salvación. El tema, —digo, repito y vuelvo a decir—, es el amor prohibido, el amor clandestino, el amor que no causa tristeza, el amor que ayuda a reinventarte, el amor que te da alas para volver a sentirte viva o vivo, el amor que no necesita de cirujanos plásticos, el amor que no requiere de otros condimentos que no sea La Palabra, la palabra exacta en el momento exacto, la palabra deshuesada en los días de invierno, la palabra íntegra como una flor de arroyo, la palabra extenuada pero siempre dulce, la palabra bien construida para desterrar los males de la noche, la palabra emplumada en la fresca rama de la miel, la palabra líquida en los tiempos de sequía, la palabra desnuda y expuesta al sol con toda la absolutez de la ternura, la palabra que perdona todo lo perdonable, la palabra tierna con la ternura más ternurienta, la palabra en el día de la palabra, la palabra en el fondo de las cosas impredecibles, la palabra de la ciencia en los días de la pena, la palabra de la dicha en la dicha que no llega, la palabra cercana que sale por el corazón y no por la boca. Sólo ella nos aproxima a la que amamos o al que amamos. Es cierto que también el silencio es una forma de expresión, pero no siempre las cosas se superan en silencio; y no basta el silencio para decirlo todo. No sean como Edita (para unos simplemente Eda), que por tanto cuidar su destino existencialista quedó con un mundo de frustraciones; y pese a que un día un pervertido amigo —o audaz amigo, no lo sé— quiso hacerle ver una realidad al desnudo, ella se quedó con sus migrañas, con sus forúnculos en la piel, sus ahuyentadores orzuelos y sus manzanas del pleistoceno. Al final, Eda se quedó sin su Adán y ahora se pasea por la ciudad con sus 70 años a la espalda dedicándose a criticar hasta los piquitos que se dan las palomas en la Plaza de Armas; de su boca no se salva Brooke Shields y menos Anacleto Chambi (un prolífico macho cabrío de la comunidad de Chinkayllapa). Tengan mucho cuidado señoras y señores, que no todo es hacer dinero ni estar pendientes de la herencia de papá; todo crece en la medida que haya equilibrio en la intimidad. No te conviertas en un amargado o en una amargada, recuerda que el clima no tiene nada que ver con tus laberintos y tus carencias fálicas. Sean como mi hermana poeta que declaró públicamente, en un poema, tener 77 amantes y con todos haber aprendido llegar a la felicidad; no sean como mi otra amiga que fue operada de sus juanetes y conoció la belleza después de 27 años de casada (claro, fuera de su casa) y bajo el imperio de otros besos. Sé que en este instante estoy a tiro de gracia de quienes profesan la cucufatería y la mojigatería; no me importa, tantas veces he muerto y tantas veces he vuelto a la vida, tantas veces me han enviado al exilio y de ahí he retornado exitoso, tantas veces me quitaron el amor que me juraron que una vez más ya no hace daño —tantas veces que me dijeron ¡bestia!—, que ya tengo comprada la santidad. Pero eso sí, en nombre de quienes no tienen voz ni vela en este entierro, en nombre del 47% de mujeres que todavía no manifiestan su amor real (por obvias razones como el qué dirán o perder su reputación, además de perder el 50% de los bienes adquiridos conyugalmente), hoy entrego este libro de confesiones aunque me quemen en la hoguera, aunque ya no me llamen por mi nombre ni me recuerden el nombre de la primera mujer que amé en mis últimas dos vidas, y aunque todos sepan el nombre de la mujer en mi próximo nacimiento.

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*Texto leído por el poeta Luzgardo Medina Egoavil (en la foto) el día de la presentación de su libro Bajas pasiones para un otoño azul (Lima, Ediciones Copé, 2008).

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