CIBORG POIESIS 5.2:
CANTARES DE UN TROVAR CLUS
OTRA PLÁTICA CON J.J.RODINÁS
(II PARTE)
darwin
bedoya
Juan José Rodinás |
Tal vez la poesía no esté obligada a ser
nueva ni contemporánea, sino actual. No importa si se apela a una tradición, a
una ruptura, a una propuesta; importa que esa tradición o disloque tenga una
significación y por lo tanto una validez poética. O que todavía tenga alguna
iluminación que haga decir vida y luz a las palabras. Tal vez la poesía actual
sea la misma de hace uno o dos siglos atrás. Quizá la poesía de hoy sea la de
los clásicos y legendarios poetas que nos dijeron que así era la poesía. Tal
vez por eso se escriba y nos guste cierta poesía. Quizá por eso existan ciertos
libros de poesía que sintonizan con una serie de asuntos que tienen conexión
con esta nueva «tradición» de la poesía latinoamericana: la de continuidades,
reescrituras y diálogos y experimentaciones. Hablo de una tradición rizomática
y hasta cierto punto desterritorializada. Estas nuevas voces que incluyen en su
poética los juegos del lenguaje, la conciencia crítica de la escritura y el
silencio. Estas nuevas estéticas que no se han olvidado de que una poética está
involucrada en la contradicción, el caos y la ruina. Estas poéticas envueltas en cierto lirismo que convoca la
totalidad y el vacío. Que resucita la vida y la muerte. Que goza con un
discurso de fragmentación y aniquilación. Que sueña con la solución de lo mistérico.
Estamos hablando de una poesía que va más allá de cualquier intuición o asunto
previsible. Estamos refiriéndonos a una poesía que a veces deslinda de sus
significaciones contextuales e históricas. Una poesía que deviene en
procedimiento volcado hacia sí mismo, creando de ese modo sus propias leyes y
contextos, sus propias gramáticas. Al final estamos hablando de una poesía cuyo
fin primordial parece ser el de buscar insertarse —apoyada en su fe—, en y
desde el mundo actual y, mediante un logos que no se ciñe estrictamente dentro
de ese territorio frontera del género poético. Esta poesía está representada
por las construcciones poemáticas de un sinfín de significantes que al final
conforman el mapa de la imprecisión de los géneros: poesía emergente. Si bien
es cierto, el canon exige a los textos una extensión en el tiempo, también es
cierto que estas nuevas propuestas surgen desde una extensa avenida donde se da
la revisión-combustión de las poéticas de la tradición y las del porvenir. Y
surgen entonces los proyectos escriturales nuevos, capaces de alterar no solo
la crítica, sino también los cánones. Estas nuevas pulsiones hacen que el
sujeto lírico desarrolle formas voraces de creación, tal vez con el propósito
de refracturar la tradición, tal vez con la intención de plantear una nueva tendencia,
o simplemente con la idea de decir (sugerir) una poesía distinta a todas las
demás. Creo que están en este grupo de poetas quienes tienen una manifiesta
declaración de ofensiva contra el lenguaje, contra las conocidas fórmulas
poéticas que incluyen la intencionalidad disruptiva, sin dependencias de
glorias estilísticas. Es verdad que no es propiamente la sintaxis la que
contiene al poema, sino el tono, él es el que le otorga ese anhelado
equilibrio, la armonía buscada, el espíritu que organiza la eternidad. Los
textos de estos autores, antes que poemas transidos por una apertura
lírico-experimental, pienso que son la conclusión, el límite que el viaje
impone a un mundo-cuerpo del vivir. Con todo, la nueva poesía es más que un
paréntesis escrito entre lo que se puede intuir de un libro, y lo que lo hace
un acontecimiento obstinado para la comprensión del corpus de la poesía
latinoamericana del siglo XXI. Conjugar las voces, entremezclarlas al punto en
que ya no importa quién habla, abrir caminos para un arte que no cierra los
ojos ante lo reprimido. Estos versos se hacen entonces poemario-convocatoria:
se cita con otros, se hace llamado, desembocadura en el que una plétora de
murmullos huérfanos resuenan con insistencia desde el fondo de una fosa común.
Es en este
panorama que encontramos un libro sorprendentemente experimental, un texto que
fabrica una máquina ciborg, un ciborg que construye una máquina del tiempo
dentro de un libro. Un libro poseedor de un espíritu conectado con la
insurrección que comienza en el centro mismo del lenguaje. Creo motivos
suficientes por los cuales va esta conversa con Juan José Rodinás (Ambato,
Ecuador, 1979). Y es que Estereozen es una especie de fractal que va generando
un crecimiento aparentemente caótico, pero que ordena su caos desde la
acumulación de gramáticas a través de circuitos electrónicos que van
expandiendo un universo cibernético. Ese mismo cosmos es el ingreso y
establecimiento en la multiplicidad anárquica del mundo lingüístico. J. J.
Rodinás —reciente ganador del
IV Festival de la Lira 2013, Ecuador— quiebra la coyuntura gramatical e instaura su
palabra poética en el espacio de la ultimísima poesía contemporánea o, lo que
es lo mismo, prorrumpe triunfante del desafío con aquel conflicto del ser que
hace del lenguaje su contradicción-búsqueda-alejamiento permanente. Gramáticas
en constante expansión, gramáticas que entre ellas mismas se amplifican, se
exploran, buscando nuevas posibilidades metafóricas y simbólicas que a veces
van más allá del lenguaje poético. Poesía plagada de metamorfosis y trances
constantes. Licuaciones disolventes. Juan José logra verdaderos
ciborgpoemas-collage donde se conjugan la cibernética, la física cuántica, la
liricidad, los juegos gramaticales, y esto lo conecta con los Pneumogrammes de
Engelbach, aquellos que incidían en el collage de la obra de diversos autores.
Este tipo de procedimientos los había mencionado visionariamente Novalis cuando
señalaba la existencia de interrelaciones que hay entre todas las cosas del
Universo, el tejido de mágicas conexiones entre los seres y las cosas, y el
estremecimiento como potencia cósmica. También es lo que Gauthier definiría
como «devoción» entre seres y objetos. Así, Juan José concibe una escritura en
constante movimiento, iniciada en zonas directamente relacionadas con la
existencia cotidiana, pero también desde ningún lugar, tornándose así en una
experiencia poética o visionaria. A nivel de las estructuras profundas, la
poesía de Rodinás responde con poesía a una visión infausta, pues ante un mundo
que se presenta sin futuro sólo cabe la respuesta de una escritura fuertemente
experimental, conectada a cierta antropotrónica que subvierte y a la vez
recupera el mundo más allá de cualquier mundo, inclusive de nuestro mundo: la
vida posthumana.
I.- LA ESCRITURA:
-En una conversa anterior, Juan, nos decías que tu poesía estaba
hecha de «un habla molida, apachurrada, cosida y descosida». Pedazos, retazos,
estructuraciones y desestructuraciones, ¿podrías explicarnos sobre estos
procedimientos, cómo es que consigues u obtienes esos apachurramientos para
lograr esta singular poesía?
Surgen de un punto de contacto entre la
intuición y la conciencia. Creo que, con el tiempo, he aprendido —al
menos un poco— a espejear mis estados mentales en las
estructuras sintácticas, como si se tratara de materiales vivos.
-Esto de espejear los estados mentales lo desarrollas desde tus
primeros libros. Creo que leyendo tus libros nos adentramos a lo que se podría
llamar resemantización poética y experimentalismo, ¿en qué medida asumes esta
idea?
Todo poema interesante resemantiza la
realidad que no nombra. En ese sentido, todo poema sugestivo es experimental en
algún nivel. Quizás en muchos de mis textos ese gesto es radical, eso sí.
-La
radicalidad es otra característica de tu trabajo. Ahora, en tu poesía, en muchos pasajes
de Barrido de campo, Cromosoma
y Estereozen, es muy notorio un desplazamiento sémico y es muy claro que
empiezas a romper los límites de tu propio lenguaje.
En efecto, yo sospecho que hay
desplazamientos a nivel semántico, pero no son estudiados, ni planeados.
Suceden más bien en el proceso de vida del poema. Lo que yo aprendí —como
decía Montale— es que todo poema debe ser experimentando
antes de ser escrito. Ahora, lo que sí ocurre es que muchas veces en el proceso
de la escritura el grado de destrucción no alcanza a reflejar mi estado mental
y, bueno, hay que romper más en alguna parte.
-Sí, romper, destruir más. Juan, en tus poemas hay al mismo tiempo un
sistema de signos que ocultan un código personal, una reinvención armoniosa,
ideogramas y pictogramas cuyas imágenes
nos permiten ver y pensar otras realidades, digamos más modernas, más
sofisticadas, insertándose con grandes pasos al mundo digital, ¿podrías
hablarnos de eso?
Siempre me ha interesado la manera en que
se mezclan las cosas, los códigos, los símbolos. En esas mezclas surgen cosas
que, incluso yo, no espero. Por eso, las imágenes hipertélicas y cibernéticas
aparecen enchastradas entre imágenes preciosistas. La idea es ampliar el mundo
en lenguaje. Hablar con las palabras como si fuesen bonsais.
-Desde Barrido de campo hemos asistido a la reescritura como una
experimentación o bifurcación de poéticas contemporáneas, ¿cómo es que observas
estas propuestas o ejercicios de riesgo?
Barrido de campo es un libro donde yo
quise jugar a ser el ojo de esta época. Aparecen chismes televisivos y
referencias culteranas. Si alguien abre los ojos en su habitación,
probablemente verá botellas de shampoo y laptops, no sólo acuarelas.
-Wallace Stevens oculta y desoculta un mecanismo de lo profundo de la
renovación del lenguaje que los poetas aportan a la realidad y al poema, como
versión transgresora de esa realidad en la cual vivimos incluyendo, claro está,
los sueños diarios, la memoria, esas visitas que cada noche arman «argumentos»
y «diálogos» fascinantes del inconsciente, ¿háblanos cómo se da esto en tu
poesía?
Stevens es mi poeta predilecto del siglo
XX. Con César Vallejo. Stevens es capaz de sumergirse en el sueño y crear
estampas absolutamente verosímiles que pueden ser tanto meras viñetas como
traducciones de la imaginación en estado puro. Más que el desbocamiento
freudiano surrealista, me interesa esa juguetería del sueño.
-Admirable Stevens. Ahora, a muchas personas que están en el asunto
de la poesía, he leído que muchas veces escribir les permite sobrevivir ante
una especie de contrariedad o monotonía existencial. Dime si esto va contigo y,
en todo caso, ¿cuánto de tus vivencias y experiencias están plasmadas en tu
obra?
En mí caso suele ser un mecanismo de
resistencia. Trato de que cada poema provenga de un estado síquico (no
necesariamente de una experiencia). Mis libros más extremos los he escrito en
el marco de mi relación paradójica con el mundo y en medio de experiencias
sicológicas abrumadoras. Conclusión: si vas a vivir con alguien, primero
practícale una lobotomía a la muchacha o muchacho.
-Para mí la calidad esencial de tu poesía radica en el halo de una
sutil inmediatez: imágenes vivas que se sienten sin exagerada mediación —a pesar de ciertas zonas que poseen interpretaciones
postergadas—, aunque sabemos que son, desde
lo más profundo, productos modernos de arte.
En tus versos reconocemos la abundancia del mundo contemporáneo, su
tendencia tecnológica, el movimiento y la velocidad, más que la finalidad de un
destino limitado. ¿Cómo te ves tú dentro de la Babel poética latinoamericana?
¿Crees que tienes pares? ¿Ellos son muy disímiles…?
No sé, sospecho que hay escrituras afines
en distintos niveles. Aunque también me gustan cosas harto distintas a las que
yo hago. Incluso autores casi opuestos como Giovanni Quessep. Me gusta mucho Litane
de Alejandro Tarrab y la poesía de Luis Eduardo García y Daniel Bencomo. O
León Félix Batista, Enrique Bacci, Maurizio Medo. Son muchos. Además, soy
fanático de los libros de física y de neurociencia.
-Entiendo tu gusto por Litane. Tiene muchas conexiones con tu
trabajo. Explica Daniel Bencomo, sobre la poesía de Tarrab, que ésta se
caracteriza por plantear una escritura difícil y que tal complejidad nunca es
gratuita, pues atiende y refleja un imaginario en rizoma con discursos
filosóficos, históricos y poéticos. Pienso que a esa idea de Bencomo hay que
añadirle, además, el fluir de la intensidad expresiva, el desdoblamiento de la
estructura mimética, la interrupción de ciertos interdictos que median entre creación
y recepción, el ejercicio de escribir desde la indefinición, desde un no-lugar,
Tarrab es inmigrante de su propia escritura, y tal vez eso tenga que ver con su
escritura desbocada, especialmente en Litane y Degenerativa.
II.- LOS
LIBROS:
-Ahora hablemos de Estereozen, ¿cómo surgió este poemario? ¿Acaso te planteó retos
el escribirlo y, de qué manera se vincula con Cromosoma y tus libros más
recientes?
No diría que me planteó retos, sino
dificultades. Fue una época de vivir en el filo: en especial a nivel emotivo.
Creo que cada libro mío es una respuesta al libro anterior. Cuando sienta que
no necesito responder más dejaré de escribir poesía. Esas respuestas surgen de
un cambio en la experiencia que demanda una nueva casa en las palabras. Aunque
también ocurre al revés: a veces el poema pide vivir cosas que resultan
fundamentales para que el poema exista.
-Creo que siempre necesitarás responder. Bueno, dice Eduardo Milán
que con Estereozen el lector asiste a
una poética que tiene restos de una devastación pero no una huella exterior, en
el mundo. «Un poeta es la capacidad de asumir con anterioridad lo venidero aun
por la paradoja de que ese venidero ya ocurrió fragmentariamente en el presente
de la existencia». ¿Qué nos puedes decir de ello?
Es una visión del mundo que, aunque no
aparece en el mundo, está en el mundo. Lo que ocurre es que no siempre lo
evidente es lo que está en el corazón de las cosas.
-¿Cuán difícil ha sido para ti el hallar una voz poética propia
dentro de las muchas influencias que has podido tener por tus lecturas?
Creo que el tono se termina por notar en
la curva de la obra. Es difícil pensar en la voz en un libro, al menos que sea
algo absolutamente insólito.
-La curva de la obra, excelente. Ahora, deteniéndonos un poco en el
asunto de la biografía: ¿Crees que tus libros reflejan algo de lo que has
vivido, o enuncian la vida en una suerte de alter ego, sobre todo en Estereozen?
Ambas. Creo que siempre hay desplazamiento
hacia una cosa que no soy yo, pero debe haber un vínculo con aquello que me
determina: la memoria personal. Por allí digo Madame Sadness, o tranny y es ese
juego con una sexualidad que siempre he sentido que me resulta paradójica. Por
el sistemático bullying que me hicieron en el colegio donde estudié (pues era
educadito y me expresaba mucho mejor que mis compañeros), me quedé traumadazo y
me rapé la cabeza y las cejas como una forma de protesta contra mí mismo. Ese
adolescente ambiguo me acompaña siempre. Creo que escribo para él.
-«Agrego la masacre de mi propia figura sobre la cara de mi padre:
miro la luna como bola de billar suspensa en el azar del cielo…/ La cabeza de
mi padre enterrada, rodeada por un círculo de ceniza blanca…/ Te digo que mi
padre era la Juanja triste sobre un triángulo dibujado en el pizarrón de mi
cuerpo vacío…»/ (Un sólido: genoma zen) p. 82, 83. ¿Qué puedes
decirnos de estos versos de Estereozen vistos o leídos desde ese
cuestionamiento de la autoría y del yo poético, además imbuyéndola con la
pregunta anterior?
Es mi padre, pero no lo es porque no sé
quién —espiritualmente—
es mi padre. Y bueno, existe una distancia entre la biografía y la voz poética
sin la cual el lenguaje sería innecesario. El poema aparece en esa distancia
como un mecanismo para surfear entre el mundo y el lenguaje. Si ambas fuesen la
misma cosa, viviríamos en el lenguaje, comeríamos sílabas, etcétera.
-Tu padre aparece varias veces y en casi todos tus libros. Hay
ocasiones en que hasta se podría decir que lo parodias. Eso implica memoria y
hasta cierto punto un padecimiento, esto tiene que ver contigo porque esa
especie de dolor proviene de la conciencia angustiosa del paso del tiempo. Creo
que somos un reloj con tiempo definido y finito que se pone en marcha con
nuestro nacimiento. Entonces el hombre es así un ser con el tiempo marcado.
Pero vamos, Juan, considerando Barrido de campo, Cromosoma, Estereozen ¿De qué
manera sientes que ha evolucionado tu poesía y, hacia dónde crees que está
yendo?
Yo creo que esto es como ponerse una
trampa y caer en ella. Si no caes, no sabrás cómo salir de ella. Escribir un
libro nuevo es proveerse de estrategias para salir: a veces sales airoso y
otras quizás no tanto, pero siempre aprendes. El poeta que olvida que es un
aprendiz está perdido, decía Juarroz. Ahora, hacia dónde va mi poesía lo
intuyo. Sé que mi juventud poética ha terminado, porque mi cuerpo me lo dice.
Por eso quiero reunir mis libros después de un sueño que tuve con cajitas.
Ahora, quiero hacer un libro que pueda ser memorable, que contraste con más
fuerza con la obra de mis contemporáneos. Eso es lo que tengo en mente.
Juanjo junto a Maurizio Medo |
III.- LOS
PREMIOS:
-Vayamos al LIRA 2013. Es lugar común que algunos detractores hablen
de que los premios que uno recibe están «arreglados». Sin embargo no eres nuevo
en esto de los reconocimientos, aparte, obviamente, de la calidad de tus
poemas. Empezaste en uno de los lugares más difíciles de ser premiado como
poeta: España. ¿Significan algo los premios para la poesía, para la obra del
poeta? ¿Qué han representado estos premios para el poeta Juan José Rodinás?
Sí, en general se trata de gente que cree
que se los merece o, cosa más curiosa, de que se los merecen otros. Yo no he
ganado muchos premios, pero he ganado dos que, personalmente, siento que han
valorizado dos momentos de mi poesía. Lo interesante de los premios no es
ganarlos, sino que encuentres interlocutores para tu propuesta. Un premio
visibiliza voces, aunque no creo que nada las legimite, salvo quizás algún
lector fervoroso.
-Eso es verdad, los premios como que te ponen en vitrina y por
supuesto, al alcance de nuevos lectores. Ahora, nos podrías contar de las dos
crisis emocionales que te causó este hijo tuyo Estereozen a la luz del premio?
Bueno, Estereozen es un libro que revela
el modo en que miles de gramáticas son atravesadas por una parodia de mi padre
biológico y el fin de un amor. El premio sólo me hace pensar lo irónica que es
la realidad.
-Me gusta esa idea de miles de gramáticas atravesadas. Pero ahora
hablemos del sentimiento, el presentimiento y el estremecimiento de la poesía
de Estereozen, cómo ves esa
escena, o para ser un poco más exactos, debido a esta idea ¿Qué hace
diferenciarse a la poesía contemporánea ecuatoriana de la poesía de
generaciones anteriores?
No lo sé. Sospecho que hay un diálogo con
los referentes espirituales, sicólogicos, tecnológicos y simbólicos de la
modernidad tardía. Desde luego, esto no sucede de la misma manera en todos los
autores y, en realidad, hay algunos que ni se han enterado de que existe un
mundo afuera del poema. Eso es enigmático.
-Más allá de que puedan ser borrados o ser considerados entre las
voces que quedarán, pero no más allá de la contaminación o de la degradación,
¿cómo ves a los poetas premiados?
Hay un poeta venezolano que a mí me
encanta que se llama Rafael José Muñoz. Su libro El círculo de los 3 soles es
de las cosas más interesantes de la poesía latinoamericana. No suele estar en
las antologías de poesía venezola, peor latinoamericana. Pero está allí. Creo
que los premios hacen visible a un autor, pero sólo la obra –y cómo se enmarque
entre las otras obras- hará que esa obra dure. Sin embargo, todo se olvidará
algún día así que más allá de la caducidad de una obra, todo será olvidado en
cien, mil, dos mil o tres mil años. El chip de la poesía, de la alotopía, no
sé…
-Ahora
que mencionas El
Círculo de los 3 soles, Rafael Muñoz aparece brevemente en La máscara,
la transparencia de Guillermo Sucre, empero, más cercano y visionario decía
el crítico Liscano en un estudio sobre ese círculo: «Este libro constituye un
acto gratuito de esplendente liberación por el absurdo, en que se imita en
ficciones barrocas de inventiva delirante: la ciencia ficción, los cálculos
astronómicos, los textos bíblicos, los eruditos diálogos de las novelas de
divulgación científica, las historietas cómicas de las guerras
interplanetarias, las descripciones botánicas y zoológicas de la naturaleza
propias de los viajeros de la ilustración o de novelistas como Verne e
innumerables otras formas de inventiva literaria y mental, propios de una
civilización en quiebra como la nuestra.» El Círculo de los 3 soles, más
de 500 páginas de experimentación poética, ficción, futurismo, astronomía y
matemática fantástica, en realidad es un libro asombroso y absolutamente
contemporáneo, entiendo tu gusto por él. Pero estoy seguro que muchos no lo
conocen. Hay bastantes conexiones con tu Estereozen. En fin, en este
tiempo hay muchos Rafael Muñoz o Gamaliel Churata; pero sigamos Juan, dime
¿cuánto implica ganar un premio para un poeta que como tú no requiere de
premios, sino de escritura y lecturas?
Lo interesante es que alguien te lee con
interés. Quizás ahí coinciden las dos cosas que aparentemente son opuestas.
Quizás haya dos o tres lectores más después del premio.
Con Fernando Escobar y Hector Hernández Montesinos |
IV.- LOS INFLUJOS:
-Juan, has trabajado el tema de la traducción en Una cosa natural. 29 poetas
norteamericanos. Conoces bastante de El Renacimiento de San Francisco
y el Black Mountain College, también la labor poética del Movimiento
Objetivista; háblanos de la «composition by field», ¿cuánto de ella se
desarrolla, explora o reescribe en Barrido de campo y Estereozen,
básicamente?
A diferencia de la poesía francesa de la
segunda mitad del siglo XX (quizás con la excepción de Michel Deguy o de poetas
más recientes como Christophe Tarkos) que trabaja desde una materialidad
autorreferencial, órfica, la poesía norteamericana establece una relación
kinésica y vitalista con las palabras. Olson creía que las palabras no eran
meros vehículos expresinos, sino encarnaciones de una manifestación síquica,
objetos donde se ponía en juego toda nuestra experiencia vital. Así, la flexión
de las palabras tomaría la forma del sujeto —en
tanto mente— que las emplea. Yo escribí en el 2004 un
libro que extravié en el 2005 —tras presentarlo a un concurso y no
ganarlo, ni nada— que recogía esa idea. Por ejemplo,
utilizaba la palabra «carro» en una especie de avenida en la página, la repetía
60 veces y así. Lo desheché, pero su espíritu aparece en cosas que escribí
después (en especial en Anhedonia), ya con más confianza en mi capacidad de
ponerme en juego al escribir lo que me diera la gana.
-Entiendo esto último de la libertad escrituraria y las camisas de
fuerza…. Ahora, uno de los más notables poetas norteamericanos es, sin duda,
W.C. Williams, él nos acercó mucho más todavía al ejercicio de la poesía en
prosa y al versículo extenso contemporáneo, pero a la vez nos propuso un viaje
de la imaginación no solo a la realidad, sino también a la imaginación misma,
¿qué significa el Paterson para ti a la luz de tus poemarios en prosa y, también,
considerando que pronto publicarás en un volumen único todos tus libros que en
realidad son uno solo?
Para mí –con frecuencia– es difícil
distinguir la imaginación de la realidad. Aunque, por suerte, la mayor parte
del tiempo no necesito distinguirlas. Williams creó en Paterson el contrapunto
de sus poemas breves. Algo similar sucede entre el Pound de los Cantos y el de
Personae. Creo que esas elecciones parten de una particular elección del asunto
que lo elige a uno. Creo que en Paterson hay un viaje a los términos en que la
vida ocurre dentro de la propia imaginación. Es un libro fundamental.
-Inolvidables los Cantos y el Personae. Sigamos Juan, casi en la misma línea
de la poesía norteamericana, Robert Duncan concibe su universo poético como
nacido de la tensión entre dos impulsos contrarios: por un lado, la creación
como fuerza poética que libera el significado y, por otro, la metáfora, que
contiene ese significado y le da coherencia. Procedimientos que como en Pound
abarcan lo místico, lo natural y el desarrollo del símbolo que al final quedan
integrados a la realidad. Procedimientos que casi como en Barrido de campo,
Cromosoma y Estereozen ocurren, ¿cuáles crees que sean tus nexos con
las poéticas norteamericanas, con Duncan, por ejemplo?
Me interesa mucho la poesía
norteamericana. Fue, en cierto momento, un punto de fuga frente a la poesía
española. Luego, llegaría con fuerza la poesía latinoamericana y se
establecerían contrastes muy sugerentes. Me gustan mucho, entre otros, Ashbery,
Ammons, Schuyler, Merwin, Creeley, Berryman y, claro, Duncan. Duncan me gusta
porque involucra elementos simbólicos adensados y extravagantes en tramas
enigmáticas y experimentales, pero también profundamente líricas. Creo que
Cromosoma tiene mucho de Duncan, además de un homenaje explícito interpolado en
uno de los poemas.
-Ahora, en Duncan como en W. C. Williams o Whitman hay un sino
intuitivo, casi profético; en tu obra también encontramos un cosmos de
tendencia a las visiones que se van articulando a través de una elasticidad
lingüística que explora una realidad a veces interna, a veces externa, ¿Crees que ocurre algo de esto
en tu poesía?
No creo que mi poesía sea profética. No
creo en las profecías, porque las profecías tienen que cumplirse. Me encantan
las cosas que se arruinan, que se derrumban, que se indeterminan. Sólo esas son
ajenas al poder. Sin embargo, sí creo en las visiones, de mundos paralelos, de
realidades equidistantes, de cosmos dentro del corazón de una ardilla
invisible. Lo que quiero decir es que creo en la irrealidad, que creo que la
distancia entre la ficción y los recursos comprometidos con la verdad no
existe.
-En Estereozen
hay indicios de una poesía intersígnica, si consideramos por ejemplo algunos
poemas de Karma Chamaleon, sobre todo en Tachadruras Dime, ¿qué ves Carlos
Edmundo? Sabemos ya de tu gusto por los écfrasis; pero un poco volviendo a
Duncan, fue Jes Collins quien ejerció una fuerte influencia en la poesía de
Duncan, en tu caso el écfrasis que deviene de la pintura tiene un nombre
especial? ¿Cuál es el valor de estos influjos o procedimientos en tu poesía?
El origen es un poeta colombiano llamado
Álvaro Rodríguez Torres. Su libro El Color de lo Blanco es uno de los
libros que más ha influido en la relación que yo establezco entre poesía y
pintura. Mi libro Viaje a la mansedumbre tiene elementos de esa voz poco
conocida fuera de Colombia. En Torres hay una tensión entre el ojo y el mundo
que me parece bastante singular. Sin embargo, Torres es tradicional, no en su
actitud, pero sí en el lenguaje que utiliza. Yo quise llevarlo a un extremo de
tensión lingüística, como jugar un partido de baloncesto en una piscina. Creo
que esa imagen le encantaría a Carlos Edmundo de Ory.
-Estoy
seguro que la admitiría como a su propio hijo. Carlos Edmundo de Ory, hasta
cierto punto es lo que parece. Sin embargo, lo que parece no se parece a la
locura. Simplemente corre lejos de la lógica aristotélica y, como la mayoría de
los grandes brujos del poema —Oquendo de Amat, por ejemplo— busca una salida a su zozobra. Creo, Juan, que el
universo oryano queda dominado por un tema arquetípico central: la caída que
alcanza proporciones cósmicas (caída y ruina son las palabras claves). También
me hiciste recordar a ese otro Carlos Edmundo de Ory que decía: «El pensamiento
ha huido de nosotros / Se juntan nuestras manos como piedras felices...» Bueno,
bueno, dentro de la poesía contemporánea hay varios autores que trabajan sus
textos poéticos como objetos verbales exclusivos. Hart Crane junto con Duncan
tuvieron también este mismo tipo de procedimientos en su poesía (Creeley es un
poeta del lenguaje), es decir usaban mecanismos autosuficientes y autónomos en
la construcción de sus textos, no dejaron de lado ni la arquitectura ni la
textura del poema. ¿Háblanos de los poemas como objetos verbales exclusivos?
Sería interesante también —ahora que hablamos de los poetas norteamericanos—, que nos digas cuánto influyó
haber estudiado y traducido a 29 de los más trascendentales poetas de ese lado
del mundo?
Los poemas siempre
son objetos verbales, aunque no son sólo eso. Eso no quiere decir que el
misterio haya desaparecido. Por eso, analizar un poema y ver cómo está hecho,
no se traduce en la capacidad de hacer algo similar, básicamente porque un buen
poema siempre es una invención singular y, en ocasiones, única. Sin embargo, sí
creo que hay una poesía más consciente de la materialidad que pone en juego y
ésa es la que a mí particularmente me interesa. Tú señalas a Creeley y él crea
unas viñetas breves, objetivistas, que dejan la realidad suspendida en el
tiempo. Lo que me gusta de los objetivistas es que hacen que lo cotidiano
parezca sustraído de cualquier temporalidad. Sin embargo, esa frescura aparece
incluso en poetas enigmáticos como Duncan. La poesía norteamericana tiene, desde Whitman, algo muy
particular: un mundo como recién estrenado. Un mundo que no necesita ser
mítico, para ser augural.
-En Estereozen
el registro escriturario no solo es lingüístico o en ciertos pasajes
metapoético, es también altamente cibernético, lírico, científico y hasta
religioso, ¿cómo logras este tipo de discurso, tan extraño y nuevo en la poesía
latinoamericana contemporánea?
No sé si el libro sea nuevo en un sentido
absoluto, aunque sí creo que es extravagante. Yo quise combinar todo lo que me
interesaba en ese momento. Había leído un libro de Mark Dery donde él habla del
tecnopaganismo, una especie de espiritualidad transhumana que me divirtió
profundamente. En ese juego, entre irónico y trágico aparece Estereozen.
Entonces, escribí este libro trans-muchas-cosas. Me interesó poner en tensión
mis sueños con una realidad personal desastrosa en el marco de un mundo
desastroso que, si no se agrega cierta ironía, demandaría un suicidio en masa.
-Siguiendo las pistas de Estereozen, ¿cómo es que llegan a ti los saberes
Zen, sobre todo el arte kyudo, el tema de los Koanes, el honkyuku?, y, lo más
importante, ¿cómo es que decides poetizar toda la estética de ese mundo?
Siempre he tenido curiosidad sobre las
tradiciones religiosas orientales, porque hablan de un vacío que es muy extraño
para Occidente. En Occidente, el vacío es un concepto espacial, físico, pero en
Oriente adquiere una trascendencia espiritual. Eso surgió a partir de la
lectura de Rodríguez Torres y de Alexis Naranjo. Después, surgió una voraz
curiosidad intelectual hacia todos esos textos. Y bueno, en Estereozen, quise
imaginar a un eremita como protagonista de Tetsuo, el hombre de hierro.
-Un tanto para terminar —por el momento— y dejar nuevamente esta plática
pendiente, Juan, asumimos que Estereozen pareciera ser un espacio poético donde se da —según lo que señala Milán en el Bonnus track al final
del libro—, luego de la devastación, el
rumbo post-humano. Y aquí es donde hablamos de nuevas formas de expresión
poética, ¿qué piensas de la poesía
multidisciplinar y el «cont-acto-exto» experimental y vertiginoso de una nueva
escritura del hipervínculo? ¿Es posible imaginarnos de pronto a un Ciborg Satori, un Android, conectado a
Internet, escribiendo versos cogidos al azar del Twitter o del Facebook? ¿Sería
posible encontrar en estos textos cibernéticos esa genética e impostura de la
emoción en el poema, asunto muy importante del que tú hablabas?
Es posible que la poesía, tal como la
conocemos hoy, desaparezca o, más bien, migre. Creo que, por ejemplo, el LSD es
poesía (al)química, pero las máquinas podrán llevarnos en el futuro a
experiencias absolutamente insólitas. Creo, sin embargo, que hasta que ese
momento llegue, el poeta puede servirse de programas informáticos, de
interfaces de toda índole para ampliar su perímetro de acción verbal y, desde
luego, vital. Sin embargo, tengo un bonsai en mi casa y es mi aplicación
poética favorita. Las hojas con plaga me indican que es real.
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