viernes, 10 de junio de 2011

De camino a Oku y otros diarios de viaje,



De camino a Oku
y otros diarios de viaje,

Matsuo Bashō
(Versión de Jesús Aguado)





Matsuo Bashō nació en Ueno, población cercana a Kyōto, en el año 1644. Después de un breve período al servicio de un samurai de alto rango, desde 1666 inicia una vida de estudio (budismo zen, poesía, filosofía, caligrafía), de vida retirada y de vagabundeo que acabarían convirtiéndole en el gran renovador del haiku y en uno de los más importantes escritores de la literatura universal. Dejó más de dos mil haikus, cuatro diarios de viaje y decenas de textos de distinta naturaleza.


***
Bashō, para muchos el escritor más importante de la literatura japonesa, se pasó buena parte de sus cincuenta años de existencia caminando sin apenas descanso y trenzando, con el hilo refinadísimamente basto de sus palabras, con sus sandalias de paja, con la rama en la que se apoyaba y con el amplio sombrero cónico de tiras de cedro, todos productos manuales que intentaba fabricarse él mismo, los retales de una Palabra desperdigada y olvidada por el mundo. Un acto de la máxima trascendencia al que Bashō se empeñó, desde su vida y desde su obra, y no por falsa humildad sino por hondísima sencillez (la de los arroyos que cruzaba, la de las cumbres que escalaba, la de las posadas en las que se alojaba o la de las cabañas con goteras, chinches o ratas en las que se retiraba del mundo, la de los versos que escandía y luego dejaba colgados de los aleros de las cabañas como ropa puesta a secar o grabados con tizones sobre muros y rocas), en calificar de intrascendente, de menor, de pasajero, de irrelevante y de asocial. Y mientras caminaba, un hombre débil y achacoso pero lleno de luz que se desplazaba por un Japón agreste y peligroso, fue recogiendo sus impresiones en los cuatro diarios, sólo uno de los cuales (De camino a Oku) había sido vertido hasta la fecha al castellano, las decenas de haikus y los distintos textos complementarios que recogen esta edición, completada, además, con una cronología de Bashō, más de cien notas y un prólogo explicativo.



ALGUNOS FRAGMENTOS DE LOS DIARIOS

Dentro de este cuerpo perecedero, compuesto de cien huesos y nueve orificios, reside un espíritu que, a falta de una imagen más adecuada, podemos pensar como si fuera algo parecido a un soplo de viento. Como una delicada pieza de tela, la más ligera brisa se lo lleva por los aires. Fue esto lo que, hace ya muchos años, me llevó a escribir poesía, al principio sólo por el placer de hacerlo, aunque más adelante acabó convirtiéndose en mi forma de vida. En muchas ocasiones el resultado de mi dedicación era tan decepcionante que pensaba seriamente en dejar de escribir; en otras, por el contrario, me envanecía tanto por los logros conseguidos que sólo me preocupaba de exhibirlos como victorias ante los demás. Desde que empecé a dedicarme a la poesía cada verso que he escrito ha surgido en medio de un mar de dudas de distina naturaleza. Este espíritu poético unas veces me invitaba a probar las seguridades que ofrece entrar al servicio de una corte y otras veces me sugería que completara mi formación y me convirtiera en un erudito para librar a mis poemas de mi ignorancia. Pero lo que más me pedía, que es lo que hice, era entregarme a la poesía sin más, un arte que no admite componendas y que, por el contrario, sí que exige mucho amor y tenacidad.

(Diario de mi mochila)

松尾 芭蕉

Qué fácil es darse cuenta de que llueve al amanecer y que al atardecer luce el sol, que un pino sobresale, en un lugar determinado, del resto de los árboles, o anotar el nombre del recodo de un río. Esto es lo que el común de las personas escribe en sus diarios de viaje, es decir, nada distinto de lo que los ojos más sencillos puedan darse cuenta por sí mismos sin que nadie les ayude con sus comentarios. Los lectores de mi diario, por su parte, encontrarán entre estas páginas una variopinta selección de lo que me ha ido conmoviendo a medida que avanzaba por el camino, tales como una casa aislada en las montañas o una posada solitaria rodeada de brezos. Lo que he intentado ha sido proponerles interesantes temas de conversación y serles útil en caso de que alguno de ellos se animara a hacer este mismo trayecto. Pero quizá no lo haya conseguido y estas notas, en realidad, no alcancen a ser sino las chifladuras de un borracho o los balbuceos de un durmiente, en cuyo caso invito a mis lectores a que las tomen indulgentemente como tales.

(Diario de mi mochila)

松尾 芭蕉

En el lugar donde se bifurcaba el río, en Fukagawa, viví solo y pobre en una choza de paja. Desde ella pasaba mi tiempo contemplando los lejanos picos nevados del monte Fuji y el paso de barcos procedentes de tierras muy distantes. Al amanecer me ensimismaba con la blanca estela de los barcos que partían. Al atardecer, con el sueño del viento que atravesaba los juncos marchitos. Sentado bajo la luz de la luna, me lamento por mi falta de vino y, cuando me acuesto, por la delgadez de mi manta:

Escucho remos
tiritando en mi choza.
Noche de lágrimas.

(Palabras en una noche fría)

松尾 芭蕉

En los momentos de ocio, apoyo mi codo en ella y, olvidándome de mí y respirando profundamente, cultivo mi paz interior. Cuando estoy tranquilo abro un libro sobre ella y me sumergo en el espíritu de los sabios de la antigüedad. Si estoy inspirado, tomo el pincel e intento ser un digno discípulo de Wang Xizi y Huai Su. Es por esto que esta mesa tan bien hecha, y que mide ocho pulgadas de alto y dos pies de ancho, parece una única cosa pero es en realidad tres. En dos de sus patas hay grabados los trigramas que representan el Cielo y la Tierra, que me hacen meditar sobre las virtudes del dragón escondido y la yegua, que nunca sé si existen por separado o pertenecen a un mismo principio.

(En alabanza de mi mesa)

松尾 芭蕉

Siendo mi vida tan apartada, pues nadie traspasa la puerta de mi choza de hierba, y mordiéndome tanto la soledad cuando el viento del otoño sopla a través de ella, le pido prestada la espada a Myōkan y, emulando la destreza del cortador de bambú, la uso para cortar uno, doblarlo y nombrarme «Anciano Sombrerero». Pero, dado que, en realidad, no conozco la técnica de este oficio, me paso todo un día intentando sin éxito hacerme un sombrero. Después de fracasar varias veces consecutivas quedo completamente agotado y descorazonado. Demasiadas mañanas extendiendo el papel sobre el bambú; demasiadas tardes, una vez que se ha secado, añadiendo más papel. Y luego venga teñir el papel con zumo de caqui y endurecerlo con laca. Hasta que no han pasado veinte días no he conseguido terminarlo. El borde del sombrero, como si fuera una hoja de loto medio abierta, se dobla primero hacia dentro y luego hacia fuera. Prefiero esta forma irregular que las perfectas que venden los artesanos profesionales. ¿Es éste el sombrero de la soledad al que se refiriera Saigyō o el que llevara Su el Viejo bajo la nieve? Es posible que me anime a viajar para contemplar el rocío sobre la llanura Miyagi o para sentir cómo mi bastón se hunde en la nieve bajo el cielo de Wu. Protegiéndome del granizo o resguardándome de las lluvias invernales, este sombrero fiel me acompañará por los caminos. De repente tengo muchas ganas de volver a quedar empapado por la lluvia de Sōgi. Así que cojo mi pincel y anoto lo que sigue dentro de mi sombrero:

Mundo de lluvia.
En esta vida estamos
sólo de paso.

(Hacer un sombrero)

松尾 芭蕉


De camino a Oku y otros diarios de viaje
Bashō
Versión de Jesús Aguado
160 páginas
15 euros
Colección poesía, 141

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