El territorio que demarca Gabriela Caballero Delgado (Cusco, 1977) cuando escribe, es un espacio en el que va delineando minuciosamente una serie de rostros, de perfiles femeninos un tanto resueltos, rasgos de personalidad que no se distancian mucho, pero que sí se confrontan, que a veces se polarizan, o simplemente tienden a la ruta de una divergencia. Esto ha permitido que la soledad, como consecuencia de una disociación, ocupe una posición privilegiada en su literatura. Esta soledad, acompañada de una desesperanza, viene a ser uno de los ejes temáticos que estructura su ópera prima titulada «Los relojes de Adela» y publicada por Cuadernos del sur editores, 100 pp, 2009. Para la autora, las angustias devenidas de la soledad reflejan el sueño de la esperanza como generadora o componente de un discurso que se va tornando en melancólico y subjetivo, por este motivo no es de extrañar que los cuentos que integran «Los relojes de Adela», presenten los rasgos de la literatura entendida como deseo constante a través de un concierto de intertextualidad con un clásico de clásicos: «La Odisea.» Es necesario referirse también que en el libro de GCD, el discurso femenino como personaje que vertebra los cuentos es una voz que se muestra en todos los niveles del texto literario: unas veces un tanto genérico, otras mucho más temático, en ocasiones lúcido en el aspecto estructural, a menudo lírico y con grandes dotes lingüísticas; pero siempre en búsqueda de una prosa pulcra y sólida.
En seis de los diez cuentos de este libro, quienes protagonizan las historias son mujeres que se ven obligadas a ponerse continuamente en una situación de desesperanza y soledad exhaustiva. La caracterización de los personajes en «Los relojes de Adela» es plenamente actual. Es verdad que la clásica historia de la Penélope de Homero ha tenido infinidad de adaptaciones, donde el mito, como en «Los relojes de Adela» coincide en hacer recaer el peso del protagonismo sobre los hombros de Penélope y en ofrecer una imagen siempre lejana de un «Ulises» que no se cansa de llegar, pero que no llega y que, además, representa en la obra de GCD, como en el drama odiseico de Homero, el realismo y la brutalidad que chocan frontalmente con el idealismo y la sensibilidad del mundo femenino encarnado por la desesperanza y la soledad de Penélope.
Este rasgo protagónico que van adquiriendo los personajes femeninos desde el cuento «En este pueblo no hay niños» hasta terminar en el cuento final «Los relojes de Adela» genera una atmósfera de pulsaciones que nos dejan en una habitación cerrada o en un callejón sin salida. Este halo de escritura femenina se inicia con «En este pueblo no hay niños», allí la voz narradora le pertenece a una mujer que va contando los sucesos en un pueblo en el que, tal como refiere el título, no existen niños. En esta historia que apertura el texto, la conversa entre mujeres alude a un hombre que de pronto puede ser «Ulises» pues, al haber engendrado hijos en cada una de ellas, éste se marcha para siempre al más allá y otra vez las deja con la desesperanza, en la soledad o el pavor de enfrentarse a un marido que enloquecerá al saber del inesperado embarazo de sus mujeres. La historia concluye cuando la voz protagónica anuncia que enterraran el corazón de ese Ulises en el patio de la escuela. Este corazón parece ser el símbolo de un romanticismo profundo ya que aparece otra vez en «La espera», el mejor cuento intertextual, que anuncia nuevamente a una Penélope que aguarda impaciente a ese «Ulises» que demora una eternidad en llegar. La idea del corazón, aunque simbólica, le confiere a la historia un aire de sentimentalismo, de idealismo, obviamente, además de una notoria hiperbolicidad descollante en contraste con el mito de un amor puro e inocente. Aquí se repasa ese extraño mundo de mujeres que confían en la promesa de un hombre que tal vez nunca pensó en volver siquiera. Sin duda este aire narrativo nos lleva a conectar los personajes, las historias con la relación entre mitología y literatura que se da en el hombre, en el escritor, en el campo de lo humano y lo vital de las relaciones familiares, de donde se desprende incluso una visión particular del mundo tras esa mezcla, esa fusión de sentimientos. Así, la mitología, que parece dar a la literatura un aspecto de ella, podría concebirse también como dentro de la transculturación, por lo que se estaría hablando de mitologías transculturadas, hecho que merece un estudio aparte, pues no puede dejar de comprobarse que la escritura con que se lleva a estructurar una obra de plenitud que mora bajo los crepúsculos de nuevas formas narrativas, nuevas tendencias como el que ahora disfrutamos en «Los relojes de Adela» que, asimismo, no solo se encarga de mostrar estas constantes, sino que también explora la psicología y los recodos y parapetos del ser humano, esa condición humana que nos hace vivir en soledad o en base a una palabra eterna que flamea en la distancia, en los corazones: la promesa.
La figura de Penélope en «Los relojes de Adela» aparece ligada al telar y a su labor de tejer y destejer, se incluye, inclusive, a Telémaco como el hijo que sale en búsqueda de su padre: (Tu hijo se ha marchado. Pensaste pedirle su corazón. Que te lo dejara como su padre para no perder nunca el camino de regreso a casa. Pero sabes que de entregártelo, también él se olvidaría de ti.) «La espera», p.43. El campo semántico del tejido es muy recurrente a la hora de establecer metáforas desde el «feminismo de la diferencia», aquél que lucha por la igualdad social de los sexos pero reconociendo y enorgulleciéndose de los valores propios de la mujer. Parece ser que la mayoría de los cuentos de esta colección, giran alrededor de la idea de la espera: La mujer que espera (esa mujer apesadumbrada, Penélope de hoy) viendo caer los otoños en su rostro y en cada lágrima, su propia historia de amor rota en mil pedazos. Dos recorridos enhebran las historias de este libro: el histórico y el actual, un tiempo de espera que lleva a los personajes de la actitud de «esperar a» (al hombre amado), a la de «esperarse a sí misma», pero sin ningún cansancio. La espera es una forma de existencia. Es un acto silencioso de reafirmación en lo que somos, en lo que sentimos, en lo que esperamos. El tiempo no es ningún enemigo, es un compañero de viaje que nos coge de la mano y a veces nos conduce por una incesante oscuridad. Las penélopes de «Los relojes de Adela» son las fotografías de todas las mujeres que esperan. Estas penélopes son instantes de un proceso de escritura y/o instalación de otra forma de olvido. Ellas son cadencias, palabras, texturas del tiempo en que nosotros mismos fuimos tejiendo nuestra vida. Podemos observar que en «Los relojes de Adela» se representa a su vez la metáfora de la historia de la mujer. Historia compuesta de grandes esperas para la adquisición de derechos e igualdad. Historias marcadas por la evolución de una condición (la de mujer) que ha sido maltratada a lo largo de los siglos y que aún hoy en día sigue siendo castigada. Penélope es algo más que decir lo que no dijo Homero, es decir lo que no pudieron decir muchas mujeres. Y hoy tienen la oportunidad.
La evolución del comportamiento de los personajes en «Los relojes de Adela» nos marca un paso del tiempo evidente, pero no podríamos definir cuántos días, cuántos meses, cuántos años. Si queremos hablar de tiempos, podemos hacerlo como cuando vimos los personajes: Tiempo de tristeza, tiempo de serenidad, tiempo de calma, tiempo de desasosiego, tiempo de encuentro consigo misma. No se trata pues de la dimensión temporal que miden los relojes, sino de la dimensión temporal interna de los personajes. El lugar que la autora nos ofrece es ese lugar que simbolizaría todos los lugares, un lugar poético, simbólico. Un interior: el de los personajes. Podemos imaginar las paredes del palacio de Ítaca, ¿Una habitación en Tacna?, las paredes que acotan un espacio personal intemporal. Una puerta de salida, o de entrada del nuevo yo. También podríamos hablar de habitaciones cerradas, de las habitaciones con teléfono, ésas que tienen una contestadota y que nos recuerdan la voz de la mujer que espera, pero esto no sería consecuente. El único espacio que existe es el espacio narrativo que cobija al verbo «esperar.»
Eduardo Gonzáles Viaña, en la contratapa del libro, resume las diez historias de «Los relojes de Adela» de este modo: «La llegada de un profesor que, enfrentando a los personajes, inexplicablemente construye una escuela en un pueblo sin niños. El conflicto de un hombre que se descubre sin memoria y preso en una habitación extraña. La angustia de un joven, sufriendo el acoso y la presencia inquietante de tres hombres. La prolongada espera de una mujer aguardando el retorno de quien literalmente le ha dejado en prenda su corazón. Un grupo de muchachos enamorados de una joven que esta muriendo, decididos a protegerla de la inminente venida de los otros. Un anciano que olvida un suceso importante. Una historia de amor que trastorna la racionalidad de una mujer. La llegada periódica de fotografías exhibiendo la lenta agonía de una niña. El homicidio de una bella mujer en la playa. Y la historia de Adela y sus innumerables relojes incapaces de señalar la hora.» Sin embargo, esta connotación podría ser vista desde otra lectura, la nuestra, cuando la relacionamos con la Penélope que va echando flores en el Estigia, una mujer que desde la barca de Caronte se ha dedicado a echar margaritas en las tenebrosas aguas de ese lago, pensando así: La llegada de un profesor que, enfrentando a los personajes, inexplicablemente construye una escuela en un pueblo sin niños. (¿Es un «Ulises» que al fin llega y muere en Itaca?), El conflicto de un hombre que se descubre sin memoria y preso en una habitación extraña. (¿Es un «Ulises» que esta confinado en alguna isla, con Circe?), la angustia de un joven, sufriendo el acoso y la presencia inquietante de tres hombres. (¿Es un hombre que representa a una Penélope que esta siendo acosada por los pretendientes?), la prolongada espera de una mujer aguardando el retorno de quien literalmente le ha dejado en prenda su corazón. (¿Es, sin duda una Penélope, aferrada a una promesa/corazón, mujer que vive aguardando a su amado Ulises que al fin llega a Itaca?), un grupo de muchachos enamorados de una joven que esta muriendo, decididos a protegerla de la inminente venida de los otros. (¿Estos muchachos son varios Telémacos que cuidan a su madre de los pretendientes que al fin llegan a Itaca?), un anciano que olvida un suceso importante.(¿Es un «Ulises» que ya estando en Itaca, no recuerda a que ha venido hasta esta isla?), una historia de amor que trastorna la racionalidad de una mujer. (¿Es una Penélope que ya se ha cansado de esperar y que a raíz de su excesiva tristeza ha enloquecido en Itaca?), la llegada periódica de fotografías exhibiendo la lenta agonía de una niña. (¿Es una pequeña Penélope que desde su infancia sufre por la ausencia de Ulises?), el homicidio de una bella mujer en la playa. (¿Son los pretendientes que, al fin decidieron matar a la bella Penelope?), y, finalmente, la historia de Adela y sus innumerables relojes incapaces de señalar la hora. (¿Es otra vez Penélope contemplando el paso del tiempo, sin nunca ver que su Ulises, al fin, llega a Itaca?). Todo parece girar en torno a Penélope en «Los relojes de Adela».
La mujer escritora suele preferir una estructura que le permita mayor libertad, que no sea lineal sino recuperativa, acumulativa, cíclica disyuntiva, lo que remitiría a la fragmentación de sus vidas. Una forma que no esté férreamente definida, sino que va haciéndose a la vez que se va produciendo el acto comunicativo, de forma que tenga cabida en ella lo fragmentario, lo inconcluso, la improvisación y, por supuesto, la reiteración como forma de perennizar el mundo inconsciente, lo cual evidencia una clara preferencia por lo parcial frente a la totalidad; lo que, en parte, también ha hecho suya la escritura de la postmodernidad: una estructura unida al proceso discursivo, que le permita enlazar las partes a la manera de un relato que integra otros relatos, que ha metaforizado como rosario o collar de perlas, y también como espiral, sin seguir una sola línea narrativa, sino varias, con una gran libertad temporal y espacial y con finales abiertos como nos muestra aquí, en este texto, GCD.
Esto supone entonces que la forma se va creando a la vez que se va produciendo el acto comunicativo. Es decir el proceso solo tiene sentido en cuanto está en movimiento. Al igual que la tela de Penélope, el acto comunicativo sólo tiene sentido mientras se está realizando, por lo que no puede ser nunca algo perfecto, en el sentido de totalmente acabado. La estructura fragmentaria propia de la escritura femenina también se puede aplicar para el postmodernismo. Con todo lo hasta aquí expuesto, no es de extrañar que las autoras como GCD se sientan embelesadas por la figura y la labor de Penélope. La figura de Penélope está dotada de una gran complejidad, se trata de un carácter muy rico en matices, pese a lo que pueda parecer, por lo que ha sido objeto a lo largo del tiempo de muy diversas interpretaciones. Es cierto que la lectura de «La Odisea» parece mostrarnos ese paradigma de la mujer sumisa, que desempeña las labores atribuidas al género femenino tradicionalmente representadas por el tejer y destejer que ocupa a Penélope. Más allá de la apariencia, Penélope es una mujer, en la actualidad, un tanto astuta pues consigue mantener a su alrededor a todos esos hombres que de uno u otro modo la acosan y que finalmente se reencuentra con el objeto de su «deseo.» Si bien ésta es la mujer virtuosa que tantas veces se contrapone con la de Clitemnestra, trágica, la mujer que calla, y teje, y ama fielmente, paradigma femenino de la sociedad heroica también es cierto que la riqueza de su figura permite observar su espíritu desde el interior, interpretar su silencio, y comprender su frustración, y el miedo que en ocasiones la atormenta, y la hace reaccionar de determinada manera. Si nos concentramos, por ejemplo, en «La espera», aquí Penélope parece ser la más serena y sensata, aquella que está al borde de la locura, pero que no se inmuta demasiado con el paso del tiempo, y que espera y espera en el acantilado, pero cuando finalmente reconoce su verdad y se descubre, aparece un alma agitada no carente de inconformismo, siente latir ese corazón prendado, siente que debe estar en el pecho vacío de ese hombre que le dará felicidad. Nada de esto es de ahora, todo está explícita o implícitamente en la tradición griega o ha sido interpretado desde las claves que ésta ofrece. Los caracteres de las heroínas (penélopes) que aquí se reúnen son distintos y a la vez complementarios pero los motivos que las han movido a actuar son muy parecidos y llegan a identificarse al producirse la explosión de sentimientos, la ruptura del aislamiento y la llamada a la acción, y a la solidaridad entre ellas, pero especialmente al mundo que le atribuye GCD al crear cada atmósfera y caracterizar cada personaje de esta índole.
A veces pareciera que las penelopes de «Los relojes de Adela» no pueden tomar las riendas del destino. Y por ello, quizá las penélopes de las que habla GCD, son mujeres que se solidarizan con el pasado y que aún a pesar de ello, viven una agonía con el recuerdo. Diremos entonces, a modo de conclusión que, en «Los relojes de Adela» se recoge la figura de esta mujer con una intención de revisión del mito y con un propósito de contemporaneización del mismo. Demoler el mito para construir uno nuevo desde la perspectiva del hoy, y en el espacio comprendido en el periodo de espera. Esto nos permite preguntarnos en qué medida se puede vivir en función de una promesa. Valdría la pena revisar si hoy por hoy tiene algún sentido lógico esperar años y años a alguien. Habría que revisar nuevamente qué hacemos con el tiempo que se gasta en la espera, ¿retorna? Este texto, sin duda expresa el tránsito de una mujer ancestral, callada y sumisa, que sabe amar a cambio de nada, esta es una reminiscencia de un alma carente de pecado y comprometida con su propia vida. Este tránsito es un proceso histórico, una conquista de desgarre y de logros, una lucha siempre presente, constante. Una posición de vida no sólo ante la pareja, sino también ante los hijos e hijas, ante las relaciones de trabajo y de estudio, ante la vida como totalidad y eterna condición humana. Los veinte años de espera de Penélope en «La Odisea» son una excusa, la metáfora de todos los tiempos (largos o cortos) de todas las esperas. Después de la lectura de «Los relojes de Adela», surgen muchas preguntas y una manera diferente de ver a Circe, a Calipso o Atenea, diosas reducidas luego a Hetairas; Nausicaa, Arete, a la mismísima Penélope o la vilipendiada Clitemnestra, las cuales no son más que ¿desagravios enaltecidos? de la imaginación masculina. Existieron, sí, ¿pero fueron así realmente? Nunca lo sabremos a ciencia cierta. Lo innegable es que hay que reinventarlas.
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