sábado, 30 de octubre de 2010

En el nombre de las aves: Imaginería surrealista y erotismo en la poesía de Luzgardo Medina

por darwin bedoya

1.- Aves preliminares:

Después de las vanguardias de principios del siglo anterior, el surrealismo aún permanece en la poesía contemporánea. Es verdad que posee nuevos matices, nuevas experimentaciones y, por supuesto, nuevas voces. Pero lo que más llama la atención es, sin duda, ese encandilamiento prodigioso del que tanto necesita la poesía para poder subsistir. La poesía requiere de una compenetración casi alquímica con las imágenes y el desorden y lo onírico que hoy posee el poema surrealista. Walter Benjamín, en su ensayo «El surrealismo: la última instancia de la inteligencia europea» casi en la parte culminante señala que «cuando cuerpo e imagen se compenetran tan hondamente, que toda tensión revolucionaria se hace excitación corporal colectiva y todas las excitaciones corporales de lo colectivo se hacen descarga revolucionaria, entonces, y sólo entonces, se habrá superado la realidad.» Por eso, observando la alquimia de esta compenetración desde la experiencia y la perspectiva histórica del siglo XX, la entelequia puede ser vista también como imaginación controlada y como procedimiento de control a partir de una imaginería desbordante como la que nos convoca ahora con la voz del poeta Luzgardo Medina Egoavil (Arequipa, 1959). Una primera imagen nos hace ver a LME catando del seno de un surrealismo aborigen, pero con nuevas quimeras, nuevas formas de independencia de la palabra. El surrealismo es liberación de la palabra. Si detenemos nuestra atención en la época de surgimiento de este movimiento literario, veremos que en 1924, Breton formulaba una idea que a él mismo debió de resultarle turbulenta, pues en el marco de sus compromisos ideológicos, hablaba de la proximidad del surrealismo con las imágenes: al referirse a su aprendizaje poético, Breton señalaba, en el «Primer manifiesto», que había buscado «una aplicación de la poesía a la publicidad (aseguraba que todo terminaría, no con la culminación de un hermoso libro, sino con la de una bella frase de reclamo en pro del infierno o del cielo).» Significativamente, nada más formular esta posible premonición, Breton pasa a hablar de la importancia de la «imagen» en el contexto de la construcción poética. Es por la tesis de la imagen en la arquitectura de la poesía que nos llama la atención la poética de LME, quien lleva publicados más de siete poemarios, desde «La boda del dios harapiento» hasta «Bajas pasiones para un otoño azul», ediciones Copé, 86 pp. Lima, 2008, pasando por «Ad libitum», Arequipa, 1995, «Contra los malos presagios», Eclosión editores, 74 pp. Arequipa, 1996, «Avatar» 1996, «Rostros del sueño», editorial UNSA, 158 pp. Arequipa, 2005 y «Nada», editorial UNSA, 74 pp. Arequipa, 2007, que irreversiblemente son textos considerables en una revisión de la poesía peruana.


Daniel Tamayo: El nacimiento del fuego. Acuarela. 70 x 128,7 cm.


2.- Aves de imaginería surrealista:

Fue Salvador Dalí quien llegó a hacer de la reproducción de estados mentales próximos a la paranoia con fines de creación artística un método —la «paranoia crítica»— y Eluard y Breton, que habían elaborado así los textos de «L'Inmacule Conception», inclusive «El pez soluble», llegaron a afirmar que «...el ensayo de simulación de enfermedades reemplazará ventajosamente a la balada, el soneto, la epopeya, el poema sin pies ni cabeza y otros géneros caducos.» Para el paranoico, la realidad está preñada de señales ocultas dispuestas para afectar de una manera u otra su propia subjetividad, y su máxima preocupación consistía en descubrir esas señales: concepción de la realidad y actividad de «desciframiento» que inmediatamente nos recuerdan el concepto de poesía y de la función desveladora del poeta que los surrealistas heredaron directamente de los simbolistas (otra es la herencia de los románticos) y que se relaciona también con el mundo del esoterismo y las ciencias ocultas. Recordemos a este respecto la identidad que Mallarmé había establecido entre poesía y religión esotérica en cuanto ambas suponen una penosa iniciación previa a la revelación de la belleza o de la verdad reservada a unos pocos elegidos.

La asunción del «destino» trágico del poeta —en la tradición romántica heredada por los simbolistas— «condenado» a una labor ingrata pero trascendental, por cuanto el objeto de sus afanes, la poesía, es considerada no sólo —y en esto, LME, de algún modo es ya, además, un buen surrealista— como vía de conocimiento interior, sino como un camino privilegiado de «ampliación de la conciencia de la humanidad.» Si nos remitimos a las primeras líneas del «Primer manifiesto» ya queda claro que Breton entiende por sujeto, sin más, al sujeto masculino (en todo momento se refiere al «hombre» como sujeto del arte), y que identifica la relación amorosa con la posesión de la mujer por parte del varón. Para los surrealistas varones —pues hubo también, como es sabido, algunas destacadas artistas en el surrealismo— la mujer desempeña en el mejor de los casos el papel de musa, aunque no de una musa común y silvestre, sino la musa proveniente de una mitología moderna, relacionada con el mundo del escenario, la pantalla, la cartelera, los anuncios y las revistas ilustradas (hoy diríamos, la musa mediática). La poética del fragmento en la vanguardia heroica va pareja a una epistemología del fragmento típicamente modernista en la filosofía y las ciencias sociales de la época, desde el elogio de la ruina o el concepto de «instantánea», hasta la celebración del montaje como procedimiento textual y de la «imagen dialéctica» como método de investigación.

La tarea del poeta, además de la adquirida habilidad en el tratamiento de la lengua, tiene su dificultad peculiar en que, debido a la poca corporalización de la poesía, él debe buscar en la profundidad de la imaginación y en el núcleo auténtico del arte, un sustituto para esta deficiencia sensible. Con este poder de captar y manifestar lo que reside en la conciencia, la palabra se consolida como el medio artístico de comunicación más adecuado para el espíritu y empiezan las apariciones de imágenes e imágenes aludiendo a lo surreal: «Tengo en mis manos el durazno recogido de la rama más alta de este siglo (estoy acostumbrado a sudar claveles en las épocas de frío).» (CLMP, poema 1, p. 15), «Destrenzo la música, cuelgo mis sueños en la pared.» (CLMP, poema 3, p. 17), «En esta maleta guardo la hojarasca del último otoño y en esta mano la única verdad que dije en mi vida. Todo está listo para el viaje./Hace soledad, mucha soledad.» (CLMP, poema 8, p. 25), «Lo juro. Un día soñé que recién nacía. Mi madre, más que un ser mitológico, pujaba para que yo saliese a esta vida y pueda, al fin, alimentarme como los buitres que se comen a los astros.» (CLMP, poema 11 p. 28), «Lloverá sal. Árido sentimiento vendrá a nuestro dilema. La desgracia querrá desandar su camino y el llanto poseerá el carné de los apátridas./ Y nadie, en absoluto, se dará cuenta.» (CLMP, poema 24, p. 44), «Tengo dos mil años en este planeta y aún no me canso de recoger la locura en un canasto. Tengo la edad del fuego, la clásica forma de la culpa rodando desde la oscuridad. » (CLMP, poema 27, p. 49) Si bien el surrealismo de LME no es como el de los surrealistas mencionados líneas arriba, este surrealismo de Luzgardo tiene su propio ser y es auténtico en el sentido de sus referencias geográficas, sus constantes de la tierra mistiana. La inteligibilidad espiritual de la palabra poética se sustenta en la riqueza de la experiencia interna del poeta que, a la vez, lo lleva a penetrar en lo sustancial del contenido que manifiesta. La subjetividad humana en LME alcanza un relieve considerable al adquirir expresión lingüística, de modo que se objetiva su discurso posibilitando su existencia artística, real y verdadera, en la propia conciencia.


Daniel Tamayo: Atlántida. Acuarela. 64,5 x 104 cm


La poesía en LME es la autoconciencia de las pasiones y los sentimientos porque el propio contenido se forma como lo que yace sustancialmente en lo humano mismo. Inclusive aparece el mundo del espíritu como mundo humano y es representado por y en un miembro perteneciente a ese mismo mundo: la palabra, ese material flexible que se revela como lo más capaz de captar y expresar, ésa es la fuerza vital del movimiento del propio espíritu. Creo que a partir de ello la poesía moderna nos abre la mirada a la multiplicidad de caracteres posibles y, por tanto, a la pluralidad de modos de incidir en la realidad. Aceptar esta multiplicidad y esta pluralidad conlleva la complicación de que la justicia universal se imponga como desenlace y conclusión trágica y vea como salvación solamente a la poesía, a su sueño: «Está escrito que los navegantes tenían barba blanca y unos labios reciamente cuadrados. Eructaban después de una bocanada de vino y mugían con su ojo melancólico. Decían ser hijos de un tiburón carmesí.» (CLMP, Amuleto para atraer el dinero y cualquier prosperidad material, p. 63), «Jauría de dioses bajo un sol nocturno,/ jauría de frutas colgando de los peñascos,/ jauría de huesos sobre tu cuerpo en cenizas, / jauría de sonidos abrevando sin edad.» (RDS, Jauría bajo un mar sin peces, p. 57), «Sigo aquí, observando cómo la memoria pierde la memoria. Pronto saldré libre, visitaré al amén surrealista, porque sólo así, mientras viva, la tierra me dará sus pájaros imantados, ya no dispondré de cadáver alguno para robarle un trozo de lágrima.» (RDS, Campo de concentración, p 36), «Mi amor es uno de tus textos omitidos/ quizás un pétalo magnético/ que nunca pudo comprender/ tu discurso corporal.» (RDS, Colores para tu piel de isla, p. 133), «Nuestras manos/ sombras blancas/ hicieron el amor/ en varios idiomas/ en varios eclipses/ y en varias plegarias.» (RDS, Frente al ocaso de tu vida y frente al ocaso de mi sombra, p. 1118). La muestra de surrealismo en la poesía de LME nos transfiere otra vez la señal de ese múltiple embate que supone lo onírico, y la impugnación del presupuesto discursivo de un lugar interpretativo privilegiado (el «locus» virtual del sujeto enunciatario asignado por la perspectiva) da lugar a otro tipo de espacio representativo, un «espacio alegórico» (Contra los malos presagios) regido por relaciones conceptuales y frecuentemente sinestésicas. (Rostros del sueño) y las consecuentes conjeturas que se «conectan de forma directa con nuestro inconsciente», apuntando a la clave que relaciona más profundamente la representación surrealista con la cultura manierista-barroca, por un lado, y con la persuasión publicitaria del último siglo, desde el otro lado. El sueño y la imaginación eran dos auténticas armas para destruir las paredes que aprisionaban la libertad del individuo. «Cambiar la vida», proclamó Rimbaud, y no era otra la consigna de los surrealistas. El amor: el más alto escudo del surrealismo, siempre estuvo delante de la mujer amada y desde allí, como ahora, nacían los versos. Herederos, también, del espíritu romántico —del más profundo y mágico: Novalis, Blake, Hölderlin, Nerval, ¿Keats?— el surrealismo creía en el amor (hoy podría ser creyendo) como el único elemento capaz de redimir al hombre de la absurda banalidad de la existencia. Sobrepuesta, la poesía: imaginería. Las palabras.

Daniel Tamayo: primavera en el Eliseo. Acuarela. 62,3 x 130,5 cm.


3.- Aves en el erotismo:

La literatura erótica contiene una larga lista de autores que anduvieron en este tema del goce y del erotismo con su evidente relación con el amor. Entre los autores más representativos que fijaron su trabajo literario en este eje tenemos al «Don Juan» de Byron, a «La señorita de Maupin», de Gautier; así como, textos puramente eróticos que por su genialidad, originalidad o tratamiento inusual de algún aspecto. Pueden considerarse como textos literarios eróticos: «Vox», de Diderot; «Gamiani», de Musset; «Teleny», de Oscar Wilde, «Las correrías del rey Folgante», de Pierre Louys; «Las once mil vergas», de Apollinaire o «Delta de Venus» de Anaïs Nin. Atravesando por los románticos que irrumpieron con este tema de los amores frustrados y desenfrenados en obras como «Las cuitas del joven Werther» de Goethe o el conjunto de clásicos autores franceses que expresan en sus novelas «gritos secretos» y un sensual lenguaje erótico como el expresado por Flaubert en «Madame Bovary», la pasión recalcitrante en «Rojo y negro» de Stendhal, la pura poesía en «Las flores del mal» de Baudelaire, y otras obras cargadas de un erotismo en su sentido más sublimado, y por ello memorables: «El decamerón» de Bocaccio, la anónima «Las mil y una noches», «El monje» de Lewis Carroll. Volver los ojos hacia la poesía de LME es reintegrarnos a las potencias esenciales de la naturaleza y de lo humano, acceder al nivel de la expresión auténtica, donde ritmo e imagen se encadenan en secuencias vitales, al igual que lo surreal y lo erótico.

La poética de LME está siempre iluminada por el soplo de la vida que es, la magia instantánea de la palabra que esta vez, desde su mirada, se concibe con rasgos eróticos que subrayan el goce que es el erotismo y la compatibilidad con el amor como última instancia de la pasión. Laura Yasán, poeta argentina, en un poema titulado «Animales domésticos», dice: «el deseo es un animal que vive en las entrañas/ como toda bestia visceral/devora y devora todo el tiempo// llega un día/ en que sólo nos queda la piel y la osamenta/ conteniendo un vacío tumultuoso/ desorbitado// el vacío es un animal que vive en el deseo/ como toda bestia pasional/ succiona y succiona todo el tiempo// llega un día/ alguien pronuncia tu nombre/ y te pulverizas en el aire.» Este vacío tumultuoso en la poesía de LME logra la exaltación sagrada de la presencia: el amor y sus más profundos secretos escritos. El erotismo, cubierto con su embriaguez, será también en su unión de deseo y delirio, y que el fin del erotismo, sabremos, es desarrollar la pasión, la memoria arquetípica y el imaginario sobre un momento de deleite corporal, formando parte del mundo interior del hombre donde el sexo se manifiesta como lo erótico: es el misterio de la apetencia; proceso que se ha expresado a través de la historia por alcanzar la igualdad entre el hombre y la mujer:


7.2. Hazme el amor como en los tiempos que había más luz

Los muertos ya nunca más contemplarán
ni la belleza de una playa desierta
ni el mortífero color de la pobreza
ni el relámpago que hace arder los linderos
por eso libertino amante mío sigue recorriendo
mis entrañas de Este a Oeste sigue penetrándome
puntual y alevoso y muéstrame tu mundo oriental
hazme el amor como en los tiempos que había más luz
miénteme como se miente a un herido de guerra
deja que mi sexo y tu sexo se honren con amplitud

Los muertos y únicamente los muertos
tienen acceso a la melancolía de los pájaros
cuando dejan de volar sobre los huertos de medianoche
los muertos pueden hablar cualquier idioma
o pueden escribir con la misma caligrafía
o se ríen de quienes creen tener otro panorama del país
por eso mi esquivo y noble amante mi leal y feroz amante
entrégame el verso más caliente y no te detengas
jadea como un granjero suda como un caballo profético
no tengas piedad ni te consternes y déjame resucitar

Los muertos imaginan un mundo también limitado
pero lo vivos que nos reclamamos estar vivos
sigamos entregándonos a la suerte de las cosas
al deleite y a la plasticidad del amor sin reserva
hasta que el clímax nos sepulte con su mercancía

(Bajas pasiones para un otoño azul, p.51)

El poema anterior pertenece a uno de los más recientes libros de LME: «Bajas pasiones para un otoño azul», es en este libro donde resplandece con mayor ahínco el goce erótico desde una voz que se desprende de una especie de belle femme, aquí el erotismo logra la insinuación, que se hace leve, pero a la vez intensa, da la posibilidad del placer sexual pleno de regocijo y concerniente lasitud; por ello entendemos que, cuanto mayor sea la insinuación y más velada, más erótico se va tornando el texto. El incremento de la dosis de lo explícito produce pornografía y, con un poco de mala suerte, vulgaridad, cuando no hastío; pero el erotismo trasladado a la poesía y su lenguaje, se hace goce y delectación en «Bajas pasiones para un otoño azul». Sabemos que el erotismo es la sexualidad transformada por el ingrediente humano de la imaginación. Tanto la sexualidad como el erotismo están presentes en el amor y, sin embargo, son trascendidos por él. El amor es la verdadera forma de conocimiento, ya que la relación entre dos sujetos, el amante y el amado, los transforma uno frente a otro a través de una interacción dinámica. En una fenomenología de la consciencia amorosa donde se presenta la abundancia de vida interior, la potenciación del sentido y valor de personas y cosas, ilusión y transfiguración, reciprocidad y fusión. Si vemos a la luz de este criterio los poemas perfumados de erotismo son un extraño, pero a la vez conocido cantar:


10.3. Amante sin nombre deja tu prisión y canta conmigo

Amante sin nombre deja tu prisión ya es
la hora del agua y del cárdeno bosque
levántate presuroso por sobre cualquier
letargo y coge al universo por su ala
ya es la hora de la serpiente que duerme
a la derecha de la bondad o a la izquierda
del hijo de Dios recién clavado en su hostia

Amante sin nombre deja tu prisión ya es
el día en que no hay abismos ni distancias
no hay egoísmos ni cuentas pendientes
canta conmigo hasta que llegue la última
ola y hasta cuando nos hayamos librado
del dolor que a unos nos hace muy feliz

Amante sin nombre amante ortodoxo ya es
el momento de partir hacia otra latitud
deja que descanse el vendedor de guerras
dame tu beso no saciado ni por la lluvia
deja tu prisión y canta conmigo aquella
melodiosa composición cuya letra habla
de la inmortalidad que tiene la palabra
deja tu prisión en este instante y navégame
pisa mis arenas desérticas hasta el éxtasis
abarca todos mis rincones con tus papilas
apodérate de mi mundo y de mis fronteras
nuestro desamparado amor es el pan de un sueño

(Bajas pasiones para un otoño azul, p. 70)

Justo en aquello que le es más sagrado —el cuerpo— el hombre no logra ser intenso. Ese mismo cuerpo que termina por representar el papel de un obstáculo que debe ser vencido. La trascendencia es nuestro plan de fuga; por una vía múltiple de insatisfacción, apostamos todas las fichas al espíritu. Entonces alimentamos esas zonas increíbles de transferencia, los lugares más propicios a la culpa, el dominio del pecado, etc. Es todo lo que tenemos. En la poesía de LME el erotismo se torna en un acto de comunicación, incluso de comunión: se produce algo divino, es Dios quien se introduce en la vida carnal y se lo puede llamar gracia divina. Gracia significa encontrar en el otro, en el Tú, una plétora de vitalidad, de gozo y esperanza. Sobre todo en el gozo entre dos seres humanos. Hay en la contemplación erótica instantes absolutos que están fuera del tiempo. LME hace que en sus poemas predomine la comunicación de estos instantes privilegiados que estructuran su poesía de manera intuitiva y rítmica, más que de manera arquitectónica; sus poemas no son edificios de palabras, sino configuraciones espontáneas del canto. Los acordes mayores están dados por las imágenes deslumbrantes que maneja: la continuidad poética se sostiene en la base de intervalos rítmicos, los cuales logran mantener el compás sin opacar la imagen, cuya fuerza nuclear se prolonga gradualmente. Imagen y musicalidad sintetizadas con maestría minimizan la intervención crítica del logos ordenador. Es aquí donde el surrealismo impregna su asignación de poiesis interminable en el cosmos del primer sentimiento: el amor. Octavio Paz, en su libro «La llama doble», reflexiona sobre la naturaleza del amor y sus protagonistas que fundan y se funden en lo erótico: «Estos contrarios, como si fuesen los planetas del extraño sistema solar de las pasiones, giran en torno de un sol único. Este sol también es doble: la pareja. Continua transmutación de cada elemento: la libertad escoge la servidumbre, la fatalidad se transforma en elección voluntaria, el alma es cuerpo y el cuerpo es alma... Amamos a un ser mortal como si fuese inmortal.» Poiesis interminable o el mismísimo infierno garantizado:


Cuaderno de los amantes

En esta locura impasible, olor a cebolla putrefacta,
yo pronuncio tu pardo nombre que, siento, quema
la fatigada pluma del vacío. Ese vacío de gestos,
ese vacío de flores apocalípticas, ese vacío habitual
en donde nos entregamos al resplandor de lo desconocido.
Lo importante es que me amas, pero siempre me amas.
no necesariamente te digo amor, después que me besas.
Tengo miedo, me dices. ¿A qué? Te pregunto.
Miedo de despertar y no encontrar tu desvelo en mi velador,
miedo al reloj otoñal que florece dadivoso sobre tu pecho
y el mío. Miedo a no tener miedo. Me respondes.
Olvida, si puedes, la palabra sin ojos. Olvida el amor
de los que se pierden atravesando el prado, pero nunca olvides
El dulce estrépito que causan nuestros nombres.
hemos aprendido a dudar de la música filosofal y,
hasta, del talón de Aquiles. Es bello dudar de la duda.
Me repugnan las palabras místicas, prefiero ese
gastado perfume que destila nuestra suerte o la botella de vino
que lo guardé en nombre de la nostalgia, casi, setenta años.
Quemémonos como el incienso. Seamos como el viento fresco
recién arrancado de la infamia, no nos importe la luz ambigua
con las que se alumbra cierta clase de mortales.
Nuestro amor será escrito en gruesas enciclopedias y será leído
de ciudad en ciudad para que los niños, cunado adultos,
no intenten quemar los espejos imaginarios de Dios,
o para que no pretendan vivir en aquellas islas inventadas
lo único que hago es amarte con rigor, me dices, casi siempre.
Hemos sido condenados al destierro, tú lo sabes o lo intuyes.
Si he de morir primero, amor, te espero en la estrofa sin reposo,
ahí podremos pisar tierra y no habrá dos cielos en el cielo.

(Nada, pp. 33-34)

«Nada» es un libro publicado un año antes de «Bajas pasiones para un otoño azul», en el primero se vislumbran ya las ideas y la atmósfera erótica, sin dejar de lado, por supuesto, el surrealismo que ya se daba desde los primeros libros del poeta y su viaje por este imaginario lingüístico que alumbra a la poesía. A través de este desplazamiento por los términos «amor» y «erotismo» no solamente quiero llamar la atención sobre unas palabras de uso cotidiano que resultan ser más escurridizas a la hora de fijarlas. Todo y cualquier lenguaje es esencialmente erótico: «Mi sexo es como un maleficio que amapola en el ocaso, o que/ detrás de los putos deseos va relinchando sin descaro conocido./ Hacer el amor es demasiado para alguien como yo que se pasa/ la vida imaginando a Lao-Se llorar sobre diez mil palomas./ Hacer el amor no es sino volver a creer en el error o en la fatalidad/ de aquella estrella que de tanto estar suspendida decide caerse,/ caerse pútrida y santa, ardiente y siempre santa.» (Salmo para mi sexo, Nada, p. 23) No se dispara una bala, no se conspira contra un gobierno, no se destituye o se entroniza un rey del baile, si no es desde una perspectiva erótica. Cualquier investidura es el primado del orgasmo: «Nos costó el asalto, amor. Ahora sí podemos hacer las cosas/ más ricas en nombre de quienes no saben hacer./ Quédate ahí, no te muevas, te quiero limpia y perfecta,/ con tu olor de manantial. Amémonos como se aman las víboras./ Amémonos con la inmensidad más desconocida y torrencial.» (Troya arde y mi amor también, Nada, p. 39) No hay hacia dónde ir, de qué huir, qué evitar. Todo en el hombre expresa su deseo de vida y muerte. Valiéndome de la poesía de LME también quiero invitar a los lectores a elevarse por encima de su propia reticencia para contemplar el Eros originario más allá del tiempo para así acceder mejor a las costumbres del momento que se expresa en la comunicación interhumana, en este caso, poética. Esta es la clave para introducirse, como un intruso, en un tema de tan compleja definición y para poder penetrar más profundamente en el pensamiento y sentimiento de este poeta que ya tiene un buen tiempo en el ejercicio literario. Hemos llegado a un punto en el que, a través del erotismo y la poesía, incluido el amor, dejamos atrás una religión en concreto al igual que los límites del tiempo. Vivimos de la misma manera la contemplación divina que la comprensión del Eros originario y clásico como aquella divinidad que reinó antes y que estaba por encima de los dioses del Olimpo. Eros llega a ser un fenómeno más allá del tiempo que une hombres y culturas, una forma de comunicación que va más allá de las barreras lingüísticas. Desgraciadamente es muy difícil o imposible abstraernos de nuestra personalidad y cuerpo histórico con lo cual el Eros «trastemporal» pocas veces puede ser reconocido en su totalidad y menos aun vivido. Siempre nos encontramos con las reglas sociales que funcionan de filtro para la vivencia erótica. Cada cultura y cada grupo social le atribuyen otra importancia, otro papel. De esta manera Eros se convierte —con toda su vigencia «trastemporal»— en un concepto variable porque se interpreta lo eterno de diferentes maneras, sacando aspectos parciales muchas veces incluso contradictorias y negando otras. Además, se afina esta definición como contracorriente de la poesía erótica concentrada en el componente físico del amor, lo cual difumina el ideal hacia una expresión más agresivamente sexual. Siendo oposición del amor idealizado, llamado oficial, la poesía suele centrar su trasgresión en lo prohibido, es decir la expresión directa y el placer físico. Sin embargo se siguen moviendo en el mismo sistema de valores de su tiempo del que no se pueden liberar. El «universo erótico», es decir la vivencia erótica en su totalidad —en sí cerrado— siempre va a ser limitado, de algún modo, por las normas del momento histórico. Pero las puertas al otro lado están abiertas, o más bien siempre estuvieron abiertas, ahora hay que desandar lo fugaz que es su alma.


Daniel Tamayo: Tártaro. Acuarela. 82 x 110 cm.



4.- Aves en la poesía:

Dentro del universo de su considerable producción poética, LME emerge como una de las voces claves de la poesía peruana de corte surrealista y sutil erotismo, concierto contemporáneo al que también pertenece una cohorte de poetas (tal vez sin mayor erotismo y con menor cantidad de surrealismo), cuyas obras están fundando una tradición, una renovación que tiene su residencia en figuras como José Gabriel Valdivia, Oswaldo Chanove, Leandro Medina, Misael Ramos, Enrique Huaco, Nilton del Carpio, Rolando Luque, Odi Gonzáles, Alonso Ruiz Rosas, Hugo Yuen y otras voces que permanecen en el parnaso de este siglo. Es así que LME construye una escritura poética señalada por un pulso de diseño surreal, por un lado; por el otro, orilla en conjuros pasionales y evocaciones amorosas, con sus giros expresivos, procedimientos intertextuales, modelos culturizantes y destrezas de vanguardia. La escritura poética de LME, en esencia, se compone, a mi juicio, de elasticidades y tesituras. Visto desde lo surreal, esta poesía se erige con una escritura racional, que responde a construcciones, reiteraciones y diseños deliberados; y, por otro lado, es también un ejercicio oracular, pleno de invenciones, expiaciones y evocaciones que en el fondo aspiran a alcanzar el ‘más allá’, ‘la otra orilla’ inefable de la poesía. Además, en la poesía de LME se producen cruces de camino que van de voces y vocablos del mundo andino popular con el de referentes clásicos de la literatura, sus paratextos son la prueba más fehaciente. Esta conjunción peruana—extranjera de los referentes lingüísticos se define en una clave de la postmodernidad en la que el diálogo diacrónico transita del pasado al presente, en una línea circular de silencios y signos. Seguramente que de esta caja de resonancias se pueden percibir las figuras arquetipales de su poesía: Huidobro, Eluard, Oquendo de Amat, Breton, Vallejo, Hölderlin, Rilke, Trakl, Cummings, Sologuren, Eielson, Adán, Lezama, etc.

Uno de los rasgos más notorios y definitivamente bien logrados de la poesía de LME que se vislumbra con incidencia, es el riesgo de escribir con verdadero sentimiento, y a la vez evitar el sentimentalismo; descender a la simplicidad, como lo hizo Cavafis, y a la vez evitar la ausencia de arte, salir airoso de ese lugar. Lograr la hondura de «Contra los malos presagios» es atreverse a ser profético, como lo hizo Rilke, y milagrosamente evitar ser pretencioso. Con «Ad libitum» LME pretende escribir con verdadera originalidad, como lo hizo Oquendo, pero evitando de alguna manera el cliché (pues para que un lector se conmueva por la originalidad de una frase, «ésta tiene que serle ya de algún modo familiar», si es que va a notar la transformación; una cuestión que desgraciadamente todas las generaciones de la vanguardia han malinterpretado, una razón por la cual son estilísticamente sustituibles. Esto supone que aproximarse a la poesía de LME es instalarse en la bandeja de la balanza de la cual penden, por un lado, la metáfora y, por el otro, el símbolo, ambos inaugurando los caminos que se bifurcan hacia el esplendor de la belleza verbal y la profundidad de pensamiento: la imaginería. Es este otro binomio (metáfora-símbolo) complementario, eficazmente manejado, el que confiere la singularidad que es el sustento imperecedero a los poemarios «Contra los malos presagios», «Ad libitum» y «Nada», esta trilogía no es sino su plenitud estética y surrealista además de su pluralidad de significados: la cúspide poética de LME. Es bien sabido que la poesía no se explica: se siente, se interpreta, se intuye, se vive como una experiencia intransferible cada vez que se la frecuenta, por eso ensayar una exégesis definitiva de un conjunto de textos tan polisémicos es limitar su territorio a un mínimo abarcable, que no condice definitivamente con su profundidad ni con su laboriosidad.


Daniel Tamayo: Manhattan. Acuarela. 64,5 x 103,5 cm.


5.- Aves, aves y vuelo de búhos:

El talento poético de LME es capaz de contagiar a las palabras la ambigüedad misma de la música, inclusive corriendo el riesgo de anular el mensaje. Tal vez por ello, uno de los motivos reiterados en su lenguaje poético sea una leve variación entre lo interdicto y la lascivia, o sea, variantes entre los reflejos de una opresión moral y la tácita percepción. En la poesía habitualmente encontramos la misma ambigüedad, sea la imagen prohibida, justificada como recurso sugestivo, sea el azoramiento, como recurso de la deformación. Los lenguajes se empobrecen por no percibir que el erotismo no pertenece propiamente al plano de la descripción. En general, suele sonar quimérica, aunque a veces estimulante, esa articulación del cuerpo en un plano erótico en la circulación diaria de los lenguajes: maneras de hablar, de escribir, tácticas de seducción; en fin, el conjunto de gestos y expresiones que rige nuestro mundo cotidiano y que se trasladan a la poesía de una manera sutil y pluriexpresiva.

El erotismo ha sido, es y será un arte: el arte de sublimar la sensualidad amorosa, de añadir al tradicional romanticismo de enamorados; un toque sensual, suave, tierno, acariciante, despertador de ánimos y sentidos, enervador de (¿bajas?) pasiones y sensaciones pero con sutileza, insinuando como el que no quiere la cosa. En tanto que el surrealismo será una necesidad imborrable y constante en la poesía. La magia de esta tendencia es el espíritu de muchas voces que saben de una verdadera arte poética. La poesía de LME tiene una arrebatadora particularidad, que puede definirse como una direccionalidad de la palabra fantástica que reposa y a la vez es vertiginosa en lo surreal y lo erótico sin bifurcación, más bien en una radiante congruencia, en una interdicción y logro expresivo. Los libros de este poeta recorren universos, donde ya no cabe la culpa ni la desesperación. No comete los vicios de lenguaje de un erotismo que anega la poesía de exotismos lujuriantes, ceremonias voluptuosas ni fetiches comunes. Creo que, en todo caso, LME, se instala en los blancos del abismo, en los vacíos, con logros descollantes de imágenes surrealistas y con pinceladas eróticas que al final suman una nueva estética. Por ello los versos de este poeta están en el centro de la estética lírica. Su correspondencia entre erotismo y surrealismo origina una poesía imperativa que remoza los pliegues de la poesía contemporánea del Perú.

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BIBLIOGRAFÍA:

BENJAMÍN, W.: «El surrealismo: la última instancia de la inteligencia europea» HTP. PT, (23 de abril)1998.
BRETON, A.: «Primer manifiesto surrealista» consultado en http://www.analitica. com/va/arte/portafolio/2006001. asp (abril, 2004). 1924.
CÁCERES CUADROS, T.: «Antología de la poesía arequipeña 1950-2000, Arequipa, Editorial UNAS, 2007.
CELA, C. J.: «Diccionario del erotismo» Grijalbo, Barcelona, España, 1988.
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