sábado, 6 de noviembre de 2010

darwin bedoya

Por: Miguel Ildefonso

Acaba de aparecer Leve Ceniza (Grupo Editorial Hijos de la Lluvia, 2010) del poeta afincado en Juliaca Darwin Bedoya (Moquegua, 1974). Como ya hemos visto en sus anteriores poemarios, Darwin ha demostrado que es uno de lo mejores y finos poetas de la más sensible lírica actual, un importante exponente de esta vertiente que proviene de la tradición poética tanto contemplativa o reflexiva (léase los Románticos) como de la vital (entiéndase los Simbolistas). Estos breves poemas en prosa giran en torno a las pulsaciones más intensas del ser humano: el amor y la muerte. Y la vía del poeta, para acceder a esos ámbitos sinuosos, es la del diálogo con la poesía misma. “Todo ángel es terrible”, decía Rilke; “Realidad, el ángel que me guía”, escribió Martín Adán. En Leve Ceniza el ángel de la poesía es quien conduce a aquella ceniza hacia estas exploraciones del alma (viejas pasiones humanas). Solo la ceniza, como palabra, vestigio y restauración, en esta época sin mitologías, es capaz de conducirnos finalmente hacia ese espacio sagrado, el de la otra orilla, el lugar intemporal: el del arte como espacio supremo de plenitud, en donde se fusionan lo material con lo espiritual. Son cuatro secciones (Poiesis, Cantares, Salmos y Rituales) que componen este leve reino de belleza y sabiduría. Aquí algunos poemas.


[II]

Algo oculto en mí comienza a morir irremediablemente. La ceniza duerme conmigo, creo asediar a cada instante cada infierno mío. En el irme estará la conformidad, sólo ahí podrán existir los árboles para mis aves negras. Desde ahora ya no será necesario el deseo de querer oscurecerme como un pájaro en el centro de la lluvia. Así acaban las ausencias y comienza el alfabeto de las sombras.

[XII]

Mi mano escribe un nombre con palabras que no existen, con voces que nunca fueron ni siquiera un signo. Quizá humareda frágil de una tarde imposible cuando el viento hizo arena en los ojos. Lejos, mis camisas colgadas, son otros pájaros borrados de la memoria, aves que cuidan una puerta entreabierta que no me atrevo a cruzar por nada del mundo.

[XL]

Cuando me crecen las palabras, la poesía suplica un poco de ceniza entre sus ojos. Llora olvidos interminables, y ya no tiene un llanto conmovedor. Entonces todos se preguntan: ¿seguirá siendo la misma poesía?

[CXXXVIII]

Escribo para sentir que aún estoy vivo. Aunque escribir sólo sea la vana intención de restaurar cenizas. Aquí en estas oraciones moran mis huesos. Por más que hable de serpientes o palabras, aunque escriba silencios y letras muertas; huesos y desapariciones, siempre hablaré de oscuras ceremonias. Aunque sé que nunca más volveré a escribir.

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