jueves, 7 de junio de 2012

Reescribir la memoria del olvido: La poética de Victor Villegas

darwin bedoya
Hay quienes imaginan el olvido / como un depósito desierto/ 
una cosecha de la nada y sin embargo/el olvido está lleno de memoria.

Mario Benedetti


I

    Creo que ha pasado un buen tiempo durante el cual vengo insistiendo en que la literatura puneña última está  en  crisis  por  un  sinnúmero  de  razones.  Por  decir  lo  que  pienso,  más  de  una  polvareda  se  ha levantado  en  las  conversas  o,  tertulias,  según  sea  el  caso,  y  mi  nombre  ha  sido  motivo  de  riñas  y comentarios que no sería bueno repetir. Pero, ¿en qué me baso para proferir tales blasfemias e injurias a la última literatura puneña? Simplemente en la proliferación de poemarios y  «plaquettes» que no llegan a ser tales y, en el abuso de las pretensiones de sus autores. Sumemos a lo anterior que el pobre espacio que  resta  en  las  mesas  de  novedades  es  acaparado  por  libros  piratas  que  en  la  mayoría  son  textos  de autoayuda o «best sellers» que corresponden a otro contexto y a otro tipo de lectores y a otra literatura.
    Sin embargo, en medio de esta oscuridad, hay cosas que también hay que decirlas. Por ejemplo que la historia de la poesía puneña contemporánea ha sido particularmente proclive a «ser escrita» bajo una determinada  y  muy  sesgada  Historia  Literaria,  hecha  de  olvidos  y  exclusiones.  Hecha  de  amiguismos  y compadrazgos. Esta última literatura, me refiero esencialmente a la poesía y al cuento de  finales de  los años 80 en adelante, se ha dedicado a dictar un texto homogéneo, una especie de canon maniqueo tan útil para las simplificaciones que se creen académicas o escolares como pernicioso para un acercamiento libre  del  lector.  La  pugna  entablada  por  los  «estudiosos»  o  antólogos  entre  docentes  de  tal  o  cual universidad y fragmentos minoritarios agrupados en torno a revistas y el sector de poetas, por llamarlos de alguna manera, canónicos, ha marcado desde siempre una polarización que, prolongada con el triunfo o el abanderamiento de ciertos grupúsculos (al estilo de sus limeñísimos pares) ha logrado dejar de lado nombres  y  libros  importantes  de  la  poesía  puneña.  En  el  otro  extremo  está  la  ambición  o  miopía extremada de estos «estudiosos» al punto de incluir en un libro a todo el mundo, con tal de satisfacer una amistad o, en el más terrible de los casos, con tal de «hacer» o publicar un libro voluminoso, y lo que se obtiene al final no es sino un conjunto de escritores de toda calaña, incluyendo de ese modo a los que deben estar junto con los que nunca deberían estar. 
    Otra sería la historia del autor y el poemario que hoy nos convoca si estos poemas se ubieran publicado  hace  20  años  atrás  cuando  ya  estaban  escritos,  terminados.  Pero  es  en  este  panorama  de fragmentación en que hace su aparición «Relámpagos del agua», Grupo Editorial Hijos de la lluvia, 2011, 76 pp. de Victor Villegas Arias (Puno, 1963) este es un libro que tiene como protagonista a la memoria y a través de ella a deidades como Wiracocha, a espacios míticos como el Titikaka y a héroes con Purhualla. Es  desde  la  voz  de  un  sujeto  poético  que  se  dedica  a  reconstruir  una  época  hasta  el  discurso contemplativo  de  una  voz  que  repasa  un  universo  fabuloso  del  altiplano;  pasando,  a  la  vez,  por  la retrospectiva de la formación de un carácter visionario que se da desde la miticidad, que es la clave del destino poético en este libro. Además, podemos entender la presencia de ciertos anhelos insurgentes, el descontento, la  cosmovisión andina, la oralidad que alcanzan un real sentir constructivo ya que el autor conoce  desde  la  misma  herida,  desde  la  misma  sangre  que  se  derramó  en  los  años  ochenta:  la representación de la violencia, especialmente. Ese alboroto político, esa intimidación y ese sentir andino son  algunos  de  los  hitos  que  suscita  este  recordar  poético,  este  destapar  el  olvido  y  saber  que  siempre estuvo lleno de tanta memoria. 



Poeta, Victor Villegas

 
 


 II

         Cualquier consideración sobre el papel o la representación de la violencia temática en poesía nos ha de conducir a una reflexión paralela acerca de las relaciones entre sociedad y literatura en un contexto concreto.  Las  manifestaciones  de  violencia  en  literatura  son  otro  rubro  y  consecuentemente  son enormemente  variadas;  ni  su  descripción  ni  su  exaltación  escasean  en  el  patrimonio  verbal  de  la humanidad, desde la Biblia y la Ilíada en adelante. Pero a partir de ese idealismo biempensante que nace con la Ilustración e intenta purgar las «bellas letras» de elementos moralmente reprobables para centrarse en el desarrollo de equilibrios clásicos, encontramos que la violencia aislada e ilógica queda postergada a los  márgenes  de  lo  literario,  pues  sus  manifestaciones  más  crudas  chocan  con  los  ideales  de  serenidad, armonía,  dignidad,  decoro,  contención  y  belleza;  a  menudo  suponen  precisamente  lo  opuesto  a  estos principios.  Entre  unos  receptores  de  ánimo predispuesto  por  diversas  formas  de  propaganda  política, prejuicios  y  rumores,  la  emoción  que  estos  poemas  pudieran  provocar  tendría  como  fin  último transfigurarse en fuerza destinada a la confrontación. La estetización de la violencia no debe ocultarnos que  implica  un  proceso  como  resultado  del  cual  algo  queda  destruido.  La  llamada  a  la  violencia  en  la poesía de Villegas pasa por la exaltación de los instrumentos que sirven para ejercerla. El poeta invoca con  frecuencia  acontecimientos  con  los  cuales,  en  una  época  determinada,  quiso  cambiar  ideales  y realidades. Creo que en Puno Simón Rodríguez y Victor Villegas son los poetas que estuvieron más cerca que nadie de los de nuestra generación que vivieron los avatares de la violencia política. Trasladando esa sintonía a la Generación de Fin de Siglo, diremos que en Puno fue Simón Rodríguez quien realizó una escritura  poética  marcando  una  sutil  visión  y  re-visión  de  la  violencia,  mientras  que  Villegas,  con  este libro,  explora  la  violencia  de  una  manera  más  alejada  de  la  sutilidad,  las  imágenes  y  la  narratividad  de acontecimientos entran, por momentos, en un dramatismo nostálgico, generando así una visión  directa, más social y política de lo acaecido en los años 80 y 90 en nuestro territorio. 
 
 
Victor Villegas 
Relámpagos del agua

 Colección Letras de la poesía latinoamericana
Grupo Editorial "Hijos de la lluvia" 
64 pp. mayo 2011

 Juliaca - Perú.
 

 III
 
    Es este libro articulado por tres secciones «Señor de las aguas» (Fragmento dedicado a Wiracocha), «Los cántaros del agua» (Revisión y memoria de la violencia), «Relámpagos del agua» (Homenaje a la Ciudad del  Lago  e  Inmolación  de  Domingo  Cruz  Purhualla),  se  amoldan  a  un  solo  asunto:  la  reescritura  de  la memoria,  tanto  en  sus  movimientos  anímicos  como  en  sus  acontecimientos  materiales.  Son  poemas llevados a lo fundamental: resaltar los sucesos ocurridos en un momento anterior, el tiempo del miedo.
    Esa  atracción,  contradictoria  y  casi  imposible,  convierte  la  experiencia  del  mundo  en  un  imán  y  en  un relámpago: es el laberinto del cuerpo y su sentir.  En la hoja en blanco y con la guía transparente y dulce del agua, la voz poética avanza hasta su propia raíz en espirales hacia la claridad que carece de nombre, como  se  afirma  al  final  del  libro.  Pero  este    libro  también  tiene  varios  protagonistas,  tal  como  hemos mencionado;  pero  está  antes  que  todos:  Domingo  Cruz  Purhualla.  Estas  tres  secuencias  nos muestran también  que  lo  más  llamativo  es  quizá  su  rescate  del  espacio  mitológico  que  hace  Villegas, ese  espacio visible  en  su  resplandor  arrebatado,  su  mundo  de  asociaciones  libres  que  suponen  cosmogonía  y terredad. Entonces aparece el poema como palimpsesto donde se inscriben versos y motivos ajenos (del mito, de las leyendas de la oralidad) y la lectura de la vida a través de los filtros que el autor ha tenido.
    Destacan también los ejercicios de la traducción de las imágenes a palabras (écfrasis), una subversión aún activa  de  las  vanguardias,  en  cuanto  que  rompe  el  orden  discursivo  como  representación  del  logos;  y también, a la inversa, la plasmación visual de las ideas. Aquí están, por lo demás, su universo amoroso, una cierta entonación hímnica teñida de elegía en algunas remisiones al contexto laboral, y la concepción de la poesía en tanto que realidad autónoma que se dice a sí misma y que se aparta de la utilización de las palabras como meros instrumentos para comunicar. De modo que  «Relámpagos del agua» supone para el lector una especie de «reconocimiento» de Villegas: algo que debe subrayarse, pues en los «últimos tiempos» no es tan fácil de decir ni de lograr.
Victor Villegas, con su linaje de poeta el día de la presentación de su reciente publicación
Relámpagos del agua

 IV
 

    En «Relámpagos del agua», se encuentra la sucesión del ímpetu, como un asunto vertebral que graba el libro, que se torna en su tensión interna y externa. Entonces deja de ser un texto cuyos poemas sean independientes  entre  sí,  y  se  torna  en  una  fuerza  que  está  atravesado  por  una  columna  vertebral  que relata  la  historia  de  una  amistad.  Una  historia   que  se  alza   contra   la  muerte  y eleva  al  infinito  la esperanza y  el afecto,   porque en el discurrir se podría pensar que cada vez que este libro sea leído, la muerte se alejará más y más de nosotros, como borrando la imagen del desconsuelo. Aquel hombre que transita  por  estos  versos  intenta  contener  su  partida.  Este  libro  es  un  lamento  lanzado  al  universo,  un reclamo a los astros, un dolor luminoso que busca consuelo. La  experiencia poética de Villegas es en sí misma  un  redescubrimiento  de  la  memoria,  del  mundo  más  allá  del  olvido,  un  quitarle  terreno  a  esta muerte. Dice E. M. Cioran: «que empleamos la mayor parte de nuestras vigilias en despedazar con el pensamiento a nuestros enemigos, en arrancarles los ojos y las entrañas, en presionar y vaciar sus venas, en pisotear y machacar cada uno de sus órganos, dejándoles únicamente, por lástima, el placer de su esqueleto. Hecha esta concesión, nos tranquilizamos y, hartos  de  fatiga,  caemos  en  el  sueño.  Reposo  bien  ganado  después  de  tan  minucioso  encarnizamiento.»  En  cambio Villegas  ha  sabido  sacar  desde  la  memoria  la  conmemoración,  el  afecto,  el  sentir  de  un  héroe  que  ha sabido  calar  más  allá  de  la  memoria.  Casi  contrariamente  a  lo  que  dice  Max  Scheler:  «El  sentimiento  de venganza,  la  envidia,  la  ojeriza,  la  perfidia,  la  alegría  del  mal  ajeno  y  la  maldad,  no  entran  en  la  formación  del resentimiento, sino allí donde no tienen lugar ni una victoria moral (en la venganza, por ejemplo, un verdadero perdón), ni una acción  —respectivamente— expresión adecuada de la emoción en manifestaciones externas,  [...] si no tiene lugar, es porque una conciencia, todavía más acusadora de la propia impotencia, refrena semejante acción o expresión.» Pienso que «Relámpagos del agua» no sólo alcanza el estro de la reminiscencia, sino también la revisión de las páginas, los pliegues y las memorias para que ahora se conozca y se pueda tener una idea de cómo fue la época de los silenciamientos y los avatares donde la lucha, el descontento, otra vez afloran dentro de un conjunto de  decisiones  donde  sobresalen  aquellos  puntos  de  quiebre  en  que  la  vida  hacía  guiños  en  direcciones contrarias, todo eso se somete al escrutinio del sujeto poético como testigo. 
    El tema del olvido como forma de recuperación y persistencia será una constante en la obra de Villegas y, sin duda, una de sus principales peculiaridades será que nos encontramos ante un olvido de raíces  históricas,  es  decir,  no  limitado  a  las  vicisitudes  de  la  vida,  a  las  experiencias  traumáticas  o  a  las fantasías de evasión del individuo, aunque todo ello no deje de confabular en la experiencia poética que nos presenta el autor, sino que las formas del olvido tal y como las asume el poeta constituyen una forma de repulsión y rebeldía, una suerte de reescritura transgresora cuyo único fin es desestabilizar los poderes y  sus  productos,  esto  es,  el  régimen  político  de  los  años  ochenta  y  su  versión  de  los  hechos  en  su expresión presente. El olvido será para el autor una potencia de reescritura que el poder que alguna vez pudo  haber  tenido  la  violencia  sus  construcciones  aprendidas,  porque  la  escritura  del  olvido  actuará  a modo  de  contra-escritura,  como  una  no-escritura,  sin  la  sintaxis  de  la  oralidad  de  los  hechos  y  sin  los estigmas de la sucesión, la causalidad y la estructura del relato. La escritura del olvido se escribirá en ese intersticio, en ese espacio intermedio entre lo recordado y lo no-recordado, en ese quicio en donde las cosas  serían  transparentes:  «Querido  viejo  de  las  mañanas  rojas,  tantas  veces  izamos  el  rostro  del  lenguaje  y  de  su nombre [...] No lloran tus ojos, ni ríen los surcos, hay nuevas furias, la hora se aleja y se va con la noche vestida de lluvia la final de la ciudad. Nuestra célula vive en el canto de las alas y en la de la noche cashua de los guerreros de Capachica.» Los cántaros del agua p.35. 
    El poeta se verá empujado a «atravesar el olvido» hasta llegar a «los desvanes de la infancia», lugar recóndito de la memoria, semilla para esa memoria blanca: «El latido de la semilla  arrojó al cielo una mecha muy erguida/ y de la mitología de los héroes que creció en la Ciudad de las Letras. / Y de ese cielo vestido el paraíso del subversivo.// Mis cantos son los ecos de la herida en el agua, / y las cañas guerreras del búho nos han dejado la vida.» Relámpagos del agua, p.54. El régimen dictatorial que le tocó vivir a nuestro autor se habría servido del olvido  para  deshabilitar  la  memoria  histórica  y  reescribir  el  pasado  reciente  de  los  supervivientes  al desastre de la violencia política y todo lo que hicieron los alzados en armas. El nuevo relato del mito y de la sutil alegoría subversiva estaría reflejado en estos versos, especialmente el lugar desplazado de la queja o de la rebeldía más simple, para entregarnos, mediante ese desvío del «olvido del olvido», una certeza que,  hasta  cierto  punto,  constituye  la  ausencia  de  una  verdad  impostada,  una  retórica  lírica  construida contra ese espacio de la realidad que es siempre una herencia impostada, un relato vivido para el caso del poeta.
    Entonces,  «Relámpagos  del agua»  constituye  un  libro que  contiene  una  carga  potente  de  ideología y rastro  político  donde  se  reescribe  la  memoria  del  olvido.  En  estas  páginas  habita  la  miticidad  donde también están pintadas no solemente las épocas, sino también las eternidades y los lugares que remiten a este ande peruano en el que vivimos. Villegas ha logrado con este libro rescatar un ciclo que casi estaba en la trastienda de la desmemoria. Pero aquí estan los versos, aquí están los muertos, con su voz, con su canto, con su vida por encima de la muerte.  Es  éste  el  doble  significado  de  margen  en  este  texto:  por  un  lado  el  exacto  lugar  donde  nace  la poesía  (al  lado  de  lo  ya  escrito,  junto  a  ello,  a  veces  contra  ello,  siempre  un  poco  fuera,  ocupando  el blanco que deja la página, el hueco donde respira el silencio, donde no hay líneas, en esa meditación de lo  por  otros  dicho  y  esa  escucha  de  lo  no  pronunciado)  y  por  otro  la  marginalidad,  a  la  que  está condenada por quienes fijan el orden inmutable del texto.

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